No se imaginan con cuanto dolor he leído el edicto de la Comisión Nacional de Béisbol en el que reduce a una presencia casi imperceptible (entre innings) el repiquetear de nuestras legendarias congas que van a los estadios a apoyar el espectáculo. ¡Pobre pelota nuestra! Le han dado una cuchillada -¡otra más!- en el centro de sus más de100 años de vida.
¡Qué maldita manía de soslayar nuestros tesoros! ¡Qué manera tan cruel de pretender mutilarnos la idiosincrasia! A estas alturas no dudo que hasta el mismísimo Armandito El Tintorero fuera considerado un escandaloso de turno y su coro de mil voces callejeras tuviera que hacer silencio en medio de un Latino desbordado.
¡No puedo dudarlo!, si nos quieren arrancar la Corneta China del Guillermón, si ya ordenaron silenciar las sirenas, los trombones y los cencerros del Barbados, del Van Troi, del Sandino, del Huelga, del Calixto… Si nos quieren imponer un béisbol sin matices, anglosajón.
Y lo peor de todo es que la Comisión lo hace –como casi siempre- apoyada en argumentos incoherentes e infantiles.
¿A quién –que sea medianamente respetuoso- se le va a ocurrir decir que después de décadas y décadas de estas prácticas las “congas están interfiriendo en la concentración de los jugadores? ¿Dónde está el estudio científico o los resultados concretos que lo avalen?
¿Quién –que conozca de béisbol- sería capaz de esgrimir que las congas impiden “las efectivas comunicaciones de las direcciones de los equipos con los atletas en el terreno”, si todos aprendimos que la pelota se juega mediante señas y que eso de gritarles a los atletas –como ganado en un potrero- solo se ve en Cuba?
No son serias ninguna de estas razones; mucho menos que están “afectando también en las transmisiones de la televisión y de radio”, cuando bien sabemos que el aporte dramatúrgico de estos recursos (trompetas, congas, sirenas, voces…) es inestimables o casi imprescindibles. Y si en última instancia esto fuera cierto, con el pequeño detalle de una correcta ubicación dentro de las gradas quedaría resuelto (una conga a cinco metros de la cabina de transmisión sin dudas puede afectar, pero a 20 o 30 sus efectos no son perjudiciales).
En nuestro béisbol -el cubano, el criollo, el que se está quedando sin estrellas- la Conga, las trompetas, las sirenas… –y lea bien que no estoy halando de orquestas o agrupaciones musicales- marcan el ritmo de cada strike, de cada swing. Son un grito de alegría repartido en miles de aficionados; son el fuego, el ají, la sal y la pimienta con los que se cuecen las tres o cuatro horas de cada partido, la mayoría de las veces bajo un sol inclemente… ¡inhumano!
¡Que repiquen los cueros desde el primer inning, que la Corneta China inunde el Guillermón, que no muera Armandito el Tintorero ni la trompeta ni la sirena ni el cencerro, que haya bulla, que se le aflojen las rodillas al débil, que gane el pura sangre, que nuestra pelota viva más allá de un edicto romano!, porque en definitiva la Comisión Nacional no tiene una propuesta sólida para hacer del béisbol cubano un gran espectáculo.
¡Qué maldita manía de soslayar nuestros tesoros! ¡Qué manera tan cruel de pretender mutilarnos la idiosincrasia! A estas alturas no dudo que hasta el mismísimo Armandito El Tintorero fuera considerado un escandaloso de turno y su coro de mil voces callejeras tuviera que hacer silencio en medio de un Latino desbordado.
¡No puedo dudarlo!, si nos quieren arrancar la Corneta China del Guillermón, si ya ordenaron silenciar las sirenas, los trombones y los cencerros del Barbados, del Van Troi, del Sandino, del Huelga, del Calixto… Si nos quieren imponer un béisbol sin matices, anglosajón.
Y lo peor de todo es que la Comisión lo hace –como casi siempre- apoyada en argumentos incoherentes e infantiles.
¿A quién –que sea medianamente respetuoso- se le va a ocurrir decir que después de décadas y décadas de estas prácticas las “congas están interfiriendo en la concentración de los jugadores? ¿Dónde está el estudio científico o los resultados concretos que lo avalen?
¿Quién –que conozca de béisbol- sería capaz de esgrimir que las congas impiden “las efectivas comunicaciones de las direcciones de los equipos con los atletas en el terreno”, si todos aprendimos que la pelota se juega mediante señas y que eso de gritarles a los atletas –como ganado en un potrero- solo se ve en Cuba?
No son serias ninguna de estas razones; mucho menos que están “afectando también en las transmisiones de la televisión y de radio”, cuando bien sabemos que el aporte dramatúrgico de estos recursos (trompetas, congas, sirenas, voces…) es inestimables o casi imprescindibles. Y si en última instancia esto fuera cierto, con el pequeño detalle de una correcta ubicación dentro de las gradas quedaría resuelto (una conga a cinco metros de la cabina de transmisión sin dudas puede afectar, pero a 20 o 30 sus efectos no son perjudiciales).
En nuestro béisbol -el cubano, el criollo, el que se está quedando sin estrellas- la Conga, las trompetas, las sirenas… –y lea bien que no estoy halando de orquestas o agrupaciones musicales- marcan el ritmo de cada strike, de cada swing. Son un grito de alegría repartido en miles de aficionados; son el fuego, el ají, la sal y la pimienta con los que se cuecen las tres o cuatro horas de cada partido, la mayoría de las veces bajo un sol inclemente… ¡inhumano!
¡Que repiquen los cueros desde el primer inning, que la Corneta China inunde el Guillermón, que no muera Armandito el Tintorero ni la trompeta ni la sirena ni el cencerro, que haya bulla, que se le aflojen las rodillas al débil, que gane el pura sangre, que nuestra pelota viva más allá de un edicto romano!, porque en definitiva la Comisión Nacional no tiene una propuesta sólida para hacer del béisbol cubano un gran espectáculo.