En la película The Rookie (El Novato) se relata de manera romántica la travesía verídica de Jim Morris hacia las Grandes Ligas y su debut a los 35 años, cuando ya nadie apostaba un centavo por su carrera.
Maels Rodríguez espera que su aventura por el béisbol sea algo parecida, sobre todo porque a los 35 años recién cumplidos el 15 de octubre no ha podido cumplir con la promesa enorme que le acompañó al llegar a este país.
Si la novela de Morris es descrita en el lenguaje fantasioso de Walt Disney, Rodríguez proviene de una narración donde el romanticismo no tiene espacio, y en la cual se impone la realidad dura y cruda de alguien que ha protagonizado una lucha constante por realizar un sueño cada vez más lejano.
“No ha sido fácil aguantar y mantener con vida la ilusión de jugar no ya en las Grandes Ligas, sino retornar el terreno de juego y demostrarme a mí mismo que puedo ser el que alguna vez fui’’, explica Rodríguez. “El brazo no me ha seguido, pero mi mente se mantiene con la fortaleza de siempre’’.
Posiblemente ningún jugador haya llegado a Estados Unidos con tantas expectativas como Rodríguez, quien escapó de la isla junto al pinareño Yobal Dueñas en octubre del 2003 con la etiqueta de ser, en su momento, el mejor lanzador del país.
Sin embargo, mientras otros continuaban camino hacia los millones y la gloria de las Mayores, el hombre que todos reconocían como “El Supersónico’’ pasaba varias veces bajo el quirófano para reparar un hombro derecho muy debilitado, quizá por el extremo trabajo en sus años de Series Nacionales con Sancti Spíritus y la selección principal cubana.
“El hombro me jugó una mala pasada y hasta ahora han sido tres las intervenciones quirúrgicas’’, afirma Rodríguez. “Se dice fácil, pero cada vez que uno le mientan la palabra operación un sudor frío te recorre la piel, pero yo con tal de jugar estaba dispuesto a todo’’.
La primera cirugía fue en el 2003, pero no dejó muy buenos resultados; la segunda se produjo en el 2008, y la tercera hace menos de un año a manos de médicos de los Marlins, quienes le estabilizaron los músculos del hombro.
Pero entre cirugía y cirugía Rodríguez tuvo que hacer de todo para vivir y sostener a su familia, especialmente dar clases de pitcheo a niños en el área de Miami, cuyos padres se sorprendían de ver a este profesor tan joven.
“Al menos eso me mantenía en los terrenos y cerca del béisbol que ha sido uno de mis grandes amores’’, comenta Rodríguez. “Al menos me quedará esa experiencia de la enseñanza para seguir adelante si…aunque todavía no he tirado la toalla’’.
El dolor de lo que pudo ser también aguijoneaba a Rodríguez y la gente que le recordaba sus tiempos de gloria, como cuando en 1999 su nombre iluminó el universo beisbolero al propinar el primer juego perfecto en toda la historia de la pelota amateur cubana.
Poseedor de una velocidad aterradora que superaba en ocasiones las 100 millas, Rodríguez acaparó en Cuba marcas muy difíciles de superar para las futuras generaciones de lanzadores.
Fue el pitcher más joven en arribar a los 1,000 ponches y estableció en el 2001 el récord absoluto de estrucados con 263, para dejar atrás la primacía de 208 del legendario zurdo Santiago "Changa" Mederos, impuesta en 1969.
En 938 entradas de actuación en seis Series Nacionales, retiró por la vía de los strikes a 1,148 bateadores con un extraordinario promedio de 11 por juego. Rodríguez era el Aroldis Chapman de su tiempo, y de hecho era propietario del lanzamiento más rápido en Cuba con 100.5 millas por hora hasta que el zurdo de Cincinnati tiró una recta de 101.2 con el conjunto de Holguín.
“Miró todos esos días y números con afecto, pero trato de no caer en la trampa de mirar demasiado hacia el pasado: la nostalgia puede ser mala en grandes dosis’’, reconoce Rodríguez. “Quiero mirar hacia delante para ver cuanto puedo rescatar de mi futuro por mi y por mi familia’’.
Rodríguez, que fue elegido en la ronda 22 del Draft Amateur por Arionz en el 2005, sabe que este puede ser su último intento de jugar pelota profesional y aunque avanza con la misma fe del inicio, también se prepara para lo peor.
Recientemente realizó varias sesiones de trabajo con el reconocido profesor de pitcheo Orlando Chinea, quien posee una academia en Tampa, donde ha forjado a figuras como la estrella de los Marlins José Fernández.
“No es imposible regresar, porque ahí está el caso del cubano Yoslán Herrera, a quien preparé luego de tres años de inactividad y con 33 en las costillas, y terminó jugando para los Angelinos’’, afirma Chinea. “Pero la tarea que enfrenta Maels todavía es muy complicada. Dependerá mucho de él, de su voluntad, de su dedicación’’.
Por su parte, Rodríguez insiste que eso es lo que le sobra y su meta ahora es fortalecer el hombro para intentar el último tramo del camino para convertirse en uno de los novatos más añejos de la historia en las Mayores.
“He tenido momentos de frustración, momentos en que pensé en guardar el guante y contemplar la dura realidad que me ha tocado’’, revela Rodríguez. “Pero veo a mis compatriotas triunfando y me digo que yo también merezco estar ahí. Solo Dios sabe por qué hace las cosas. Al final, tal vez no llegue a ninguna parte. Lo que no puedo decir es que no quedó por mí’’.
Maels Rodríguez espera que su aventura por el béisbol sea algo parecida, sobre todo porque a los 35 años recién cumplidos el 15 de octubre no ha podido cumplir con la promesa enorme que le acompañó al llegar a este país.
Si la novela de Morris es descrita en el lenguaje fantasioso de Walt Disney, Rodríguez proviene de una narración donde el romanticismo no tiene espacio, y en la cual se impone la realidad dura y cruda de alguien que ha protagonizado una lucha constante por realizar un sueño cada vez más lejano.
“No ha sido fácil aguantar y mantener con vida la ilusión de jugar no ya en las Grandes Ligas, sino retornar el terreno de juego y demostrarme a mí mismo que puedo ser el que alguna vez fui’’, explica Rodríguez. “El brazo no me ha seguido, pero mi mente se mantiene con la fortaleza de siempre’’.
Posiblemente ningún jugador haya llegado a Estados Unidos con tantas expectativas como Rodríguez, quien escapó de la isla junto al pinareño Yobal Dueñas en octubre del 2003 con la etiqueta de ser, en su momento, el mejor lanzador del país.
Sin embargo, mientras otros continuaban camino hacia los millones y la gloria de las Mayores, el hombre que todos reconocían como “El Supersónico’’ pasaba varias veces bajo el quirófano para reparar un hombro derecho muy debilitado, quizá por el extremo trabajo en sus años de Series Nacionales con Sancti Spíritus y la selección principal cubana.
“El hombro me jugó una mala pasada y hasta ahora han sido tres las intervenciones quirúrgicas’’, afirma Rodríguez. “Se dice fácil, pero cada vez que uno le mientan la palabra operación un sudor frío te recorre la piel, pero yo con tal de jugar estaba dispuesto a todo’’.
La primera cirugía fue en el 2003, pero no dejó muy buenos resultados; la segunda se produjo en el 2008, y la tercera hace menos de un año a manos de médicos de los Marlins, quienes le estabilizaron los músculos del hombro.
Pero entre cirugía y cirugía Rodríguez tuvo que hacer de todo para vivir y sostener a su familia, especialmente dar clases de pitcheo a niños en el área de Miami, cuyos padres se sorprendían de ver a este profesor tan joven.
“Al menos eso me mantenía en los terrenos y cerca del béisbol que ha sido uno de mis grandes amores’’, comenta Rodríguez. “Al menos me quedará esa experiencia de la enseñanza para seguir adelante si…aunque todavía no he tirado la toalla’’.
El dolor de lo que pudo ser también aguijoneaba a Rodríguez y la gente que le recordaba sus tiempos de gloria, como cuando en 1999 su nombre iluminó el universo beisbolero al propinar el primer juego perfecto en toda la historia de la pelota amateur cubana.
Poseedor de una velocidad aterradora que superaba en ocasiones las 100 millas, Rodríguez acaparó en Cuba marcas muy difíciles de superar para las futuras generaciones de lanzadores.
Fue el pitcher más joven en arribar a los 1,000 ponches y estableció en el 2001 el récord absoluto de estrucados con 263, para dejar atrás la primacía de 208 del legendario zurdo Santiago "Changa" Mederos, impuesta en 1969.
En 938 entradas de actuación en seis Series Nacionales, retiró por la vía de los strikes a 1,148 bateadores con un extraordinario promedio de 11 por juego. Rodríguez era el Aroldis Chapman de su tiempo, y de hecho era propietario del lanzamiento más rápido en Cuba con 100.5 millas por hora hasta que el zurdo de Cincinnati tiró una recta de 101.2 con el conjunto de Holguín.
“Miró todos esos días y números con afecto, pero trato de no caer en la trampa de mirar demasiado hacia el pasado: la nostalgia puede ser mala en grandes dosis’’, reconoce Rodríguez. “Quiero mirar hacia delante para ver cuanto puedo rescatar de mi futuro por mi y por mi familia’’.
Rodríguez, que fue elegido en la ronda 22 del Draft Amateur por Arionz en el 2005, sabe que este puede ser su último intento de jugar pelota profesional y aunque avanza con la misma fe del inicio, también se prepara para lo peor.
Recientemente realizó varias sesiones de trabajo con el reconocido profesor de pitcheo Orlando Chinea, quien posee una academia en Tampa, donde ha forjado a figuras como la estrella de los Marlins José Fernández.
“No es imposible regresar, porque ahí está el caso del cubano Yoslán Herrera, a quien preparé luego de tres años de inactividad y con 33 en las costillas, y terminó jugando para los Angelinos’’, afirma Chinea. “Pero la tarea que enfrenta Maels todavía es muy complicada. Dependerá mucho de él, de su voluntad, de su dedicación’’.
Por su parte, Rodríguez insiste que eso es lo que le sobra y su meta ahora es fortalecer el hombro para intentar el último tramo del camino para convertirse en uno de los novatos más añejos de la historia en las Mayores.
“He tenido momentos de frustración, momentos en que pensé en guardar el guante y contemplar la dura realidad que me ha tocado’’, revela Rodríguez. “Pero veo a mis compatriotas triunfando y me digo que yo también merezco estar ahí. Solo Dios sabe por qué hace las cosas. Al final, tal vez no llegue a ninguna parte. Lo que no puedo decir es que no quedó por mí’’.