Por Boris Cabrera.

Apoyados por una afición delirante y ebria de béisbol, el equipo de Japón derroto a los criollos cubanos en el debut de ambas escuadras en el IV clásico mundial de este deporte.
El majestuoso ¨Tokio Dome¨ fue testigo de una batalla desigual, donde la organización, la disciplina en el cajón de bateo, el poderío ofensivo y la garra de los ¨samuráis¨ contrastaron con las malas estrategias, el descontrol, los errores defensivos y la escasez de recursos de los antillanos.

El partido se decidió hace ya unos días, cuando el director cubano Carlos Martí, saco bandera blanca y ¨guardo¨ a sus mejores cartas para batallas futuras.

Noelvis Entenza, el lanzador abridor, supuestamente elegido por ¨encajar¨ con el juego asiático ¿?, fue sacrificado en una dudosa estrategia del alto mando en aras de conservar a sus mejores abridores para partidos más accesibles. Lo cierto es que ahora, sin garantía alguna de triunfo, se pierde a nuestro estelar ¨caballo blanco¨ para la segunda fase y el equipo cubano está obligado a vencer en los dos partidos restantes. Eso sin contar el desgaste que esto provoca en el bull pen y el no menos importante golpe psicológico al colectivo.
Con la restricción de 65 lanzamientos, es preocupante el desfile de lanzadores caribeños, el descontrol masivo y la poca efectividad de sus envíos.

Los nipones se dieron banquete y dispararon un total de 14 indiscutibles, incluyendo 6 extrabases y 2 cuadrangulares, aprovechando al máximo la más mínima desconcentración de sus rivales.

La reacción de los cubanos llego tardía, ya cuando la presión se había drenado en el terreno y se habían muerto todas las aspiraciones.

Muchas cosas continúan preocupando a los sabios aficionados que hoy madrugaron para ver el partido de béisbol, improvisaciones (jugadores fuera de su posición habitual), sustituciones inexplicables (Jefferson Delgado por Roel Santos frente a lanzador zurdo), toques ingenuos de bola (el mejor bateador del equipo, Roel Santos, en la tercera entrada, con corredor en posición anotadora, perdiendo por una y siendo visitador). Todos sabemos que el béisbol es un juego de detalles y cualquier cosa, por pequeña que parezca, puede inclinar la balanza en un partido.
Si fue gratificante ver a Despaigne, a Céspedes y a Gracial con el madero en la mano y el juego de Roel Santos en general, salimos decepcionados del cuerpo de lanzadores, de la defensa, y de la dirección del equipo.

Ahora, literalmente contra la pared, desde las gradas o frente al televisor, solo nos queda cruzar los dedos, prender velas, y confiar en la divina providencia y en la gracia del señor, para que nos acompañe en los próximos partidos.

Saludos amigos.