Aunque ellos no salgan a la grama, bateen un jonrón, den un ponche, cometan un error en una fácil jugada o la sentencia del juez —que es un ser humano como ellos— le eche por tierra lo que han venido preparando durante meses, cargan sobre sus hombros con la responsabilidad de la victoria o la derrota. Sin embargo, ellos, los directores, como sus jugadores o los que están en las gradas, también sienten, aspiran, se emocionan o molestan. Es decir, son tan mortales como cualquiera de nosotros.
Pero Alfonso Urquiola Crespo, Lázaro Vargas Álvarez, Víctor Mesa Martínez y Ramón Moré Flaquet, los comandantes de las semifinales de la 53 Serie Nacional, que comienzan hoy con el encuentro Matanzas-Villa Clara, tienen otra sagrada misión: la de conducir a los protagonistas del mayor espectáculo deportivo del país, ese que está arraigado en nuestra propia idiosincrasia.
Está claro que la máxima autoridad de un juego de pelota está en la figura del árbitro, pero los atributos en el terreno de juego son consecuencia de un trabajo de dirección y esa cae sobre el mentor. Si las mejores cualidades se ponen sobre la grama, ni nos enteramos de que los hombres que decretan están en el mismo lugar donde aplaudimos las extraordinarias atrapadas.
Los cuatro están frente a nosotros porque sus estrategias, su mirada larga, los trajeron hasta este final de contienda. Urquiola, con esa sangre fría, con la misma inteligencia que lo hizo en la segunda base de los equipos Cuba; Vargas, devolviéndonos a aquellos Industriales donde él jugó, con la novedad en cada decisión; Víctor Mesa, siempre impredecible, cuestionado, pero resolutivo y otra vez en la cima, y Moré, con una capacidad sin igual para alcanzar la cohesión de un colectivo, que fue capaz de romper el hechizo de que el campeón no llega a los cuatro grandes, como había ocurrido en las tres campañas anteriores.
Todo el que ame al béisbol, sea aficionado o no de una de esas escuadras, les exigen a ellos un buen juego de pelota, y eso lleva combatividad, arrojo, valentía, aceptar la rivalidad y promoverla incluso, porque todo eso condiciona el espectáculo. Sin embargo, a Urquiola, Vargas, Mesa y Moré, ha de demandárseles también la disciplina de sus dirigidos, atributo consustancial al espectáculo. Si ponen orden, si son ejemplos, la tendrán garantizada.
No han de olvidar tampoco, aunque no vayan a las estadísticas sus aciertos o que siempre se les achaque la derrota, que el secreto del combate reside en el arte de dirigirlo. Lo que espera cada aficionado de sus equipos es que lo entreguen todo en pos de la victoria, no le perdonarían no hacer el esfuerzo.
Tras esa aspiración habría que pensar en una de las frases de un genial deportista como Nelson Mandela, cuando dijo que “el deporte tiene el poder de transformar el mundo. Tiene el poder de inspirar, de unir a la gente como pocas otras cosas...”. Y como no es únicamente la victoria lo que define a un atleta ejemplar, unámonos entonces como nos dijo Madiba, reconociendo y respetando al adversario, que por demás, es la premisa para poder vencerlo.
Pero Alfonso Urquiola Crespo, Lázaro Vargas Álvarez, Víctor Mesa Martínez y Ramón Moré Flaquet, los comandantes de las semifinales de la 53 Serie Nacional, que comienzan hoy con el encuentro Matanzas-Villa Clara, tienen otra sagrada misión: la de conducir a los protagonistas del mayor espectáculo deportivo del país, ese que está arraigado en nuestra propia idiosincrasia.
Está claro que la máxima autoridad de un juego de pelota está en la figura del árbitro, pero los atributos en el terreno de juego son consecuencia de un trabajo de dirección y esa cae sobre el mentor. Si las mejores cualidades se ponen sobre la grama, ni nos enteramos de que los hombres que decretan están en el mismo lugar donde aplaudimos las extraordinarias atrapadas.
Los cuatro están frente a nosotros porque sus estrategias, su mirada larga, los trajeron hasta este final de contienda. Urquiola, con esa sangre fría, con la misma inteligencia que lo hizo en la segunda base de los equipos Cuba; Vargas, devolviéndonos a aquellos Industriales donde él jugó, con la novedad en cada decisión; Víctor Mesa, siempre impredecible, cuestionado, pero resolutivo y otra vez en la cima, y Moré, con una capacidad sin igual para alcanzar la cohesión de un colectivo, que fue capaz de romper el hechizo de que el campeón no llega a los cuatro grandes, como había ocurrido en las tres campañas anteriores.
Todo el que ame al béisbol, sea aficionado o no de una de esas escuadras, les exigen a ellos un buen juego de pelota, y eso lleva combatividad, arrojo, valentía, aceptar la rivalidad y promoverla incluso, porque todo eso condiciona el espectáculo. Sin embargo, a Urquiola, Vargas, Mesa y Moré, ha de demandárseles también la disciplina de sus dirigidos, atributo consustancial al espectáculo. Si ponen orden, si son ejemplos, la tendrán garantizada.
No han de olvidar tampoco, aunque no vayan a las estadísticas sus aciertos o que siempre se les achaque la derrota, que el secreto del combate reside en el arte de dirigirlo. Lo que espera cada aficionado de sus equipos es que lo entreguen todo en pos de la victoria, no le perdonarían no hacer el esfuerzo.
Tras esa aspiración habría que pensar en una de las frases de un genial deportista como Nelson Mandela, cuando dijo que “el deporte tiene el poder de transformar el mundo. Tiene el poder de inspirar, de unir a la gente como pocas otras cosas...”. Y como no es únicamente la victoria lo que define a un atleta ejemplar, unámonos entonces como nos dijo Madiba, reconociendo y respetando al adversario, que por demás, es la premisa para poder vencerlo.