Estamos a menos de un mes del Juego de las Estrellas, que según el calendario de la 56 Serie Nacional de Béisbol debe celebrarse entre el 22 y 23 de octubre próximos, fin de semana destinado al espectáculo de los mejores peloteros del campeonato, a las pruebas de habilidades y al reencuentro con grandes glorias del pasado.
En teoría, esto es lo que se supone sea uno de los momentos cumbres de la temporada, repleto de instantes que quedan grabados en la retina del aficionado, también protagonista esencial desde las gradas. Sin embargo, la preocupante y escasa afluencia de público a los estadios durante la actual contienda, y las pobres referencias organizativas respecto al evento nos convoca a cuestionarnos ciertos puntos sobre el mismo.
Primeramente, enfoquémonos en la sede, hasta el momento desconocida. Tenemos algunas sospechas sobre el tema, de acuerdo con la estrategia de selección que se siguió en años anteriores. Por ejemplo, pensamos que ahora bien pudiera viajar la fiesta beisbolera hasta una plaza que nunca ha acogido la cita, como Camagüey o Guantánamo, cuyos elencos, además, han sido una interesante revelación en la contienda, o Matanzas, sin dudas el mejor de la lid, o quizá a Holguín, territorio de buen rendimiento en los últimos tiempos y con una de las aficiones más fieles y disciplinadas de la nación.
Por ahí están las pistas, pero a ciencia cierta no hay nada claro. Hace poco más de dos semanas nuestro diario confrontó con fuentes de la Dirección Nacional, las cuales no ofrecieron señas sobre el posible escenario competitivo de las luminarias. En aras de profundizar y actualizarnos al respecto, este sábado conversamos con Heriberto Suárez, director de la disciplina en el país, quien nos confirmó que oficialmente no había una plaza segura para el ya cercano Juego de las Estrellas.
El federativo, no obstante, aclaró que los agramontinos llevaban cierta ventaja en la carrera, pero la incertidumbre por el paso inestable de los camagüeyanos en el último tercio de la primera ronda, y por consiguiente, las dudas surgidas en torno a su clasificación, han frenado el veredicto definitivo de un tema crucial y que no debería dar tantos dolores de cabeza a los organizadores del certamen más mediático de Cuba.
Todo este embrollo nos lleva entonces a preguntamos, ¿no sería más sencillo quitarnos de arriba un mal que nos ha golpeado por años? ¿No sería más sencillo (y mucho más prudente) anunciar con suficiente tiempo de antelación la sede del Juego? ¿No estaría esa plaza seleccionada satisfecha por contar con varios meses para organizar y promover un espectáculo habitualmente muy esperado?
En Cuba defendemos la idea de premiar el desempeño de un determinado equipo cada campaña, lo cual no constituye un disparate, pero tampoco sería descabellado apostar por otras fórmulas en aras de que la provincia agraciada disponga de periodos más largos a fin de trazar estrategias y poner en marcha los preparativos. Seleccionar ese territorio puede ser muy sencillo, atendiendo a su desarrollo beisbolero en todas las categorías y la calidad de la labor realizada en un determinado espacio de tiempo.
Insistimos, no es lo mismo desplegar todo un andamiaje organizativo en 15 días o un mes, que tener más de un año para pensar en el asunto, y valorar al detalle cómo aprovechar cada minuto de un fin de semana que va mucho más allá de un partido y las pruebas de habilidades. El Juego de las Estrellas permite el intercambio de quienes deseamos sean los ídolos populares con los aficionados, en sus centros laborales y en sus lugares de residencia, pero llevarlos a esas plazas debe ser una propuesta atractiva para ambas partes, y no como ha sucedido en otras ocasiones, en las cuales no ha existido la verdadera expectación que se espera de estos encuentros.
Otro tema a juzgar, y también muy trascendente, sería la selección de los peloteros, la forma de escoger a esos hombres que protagonizan el choque, valorando su rendimiento en el campeonato, como es lógico, pero también la popularidad entre los espectadores y sus mejores cualidades. El asunto lo abordaremos con mayor profundidad en los próximos días, mientras, esperemos conocer pronto la sede de la venidera cita de estrellas.
En teoría, esto es lo que se supone sea uno de los momentos cumbres de la temporada, repleto de instantes que quedan grabados en la retina del aficionado, también protagonista esencial desde las gradas. Sin embargo, la preocupante y escasa afluencia de público a los estadios durante la actual contienda, y las pobres referencias organizativas respecto al evento nos convoca a cuestionarnos ciertos puntos sobre el mismo.
Primeramente, enfoquémonos en la sede, hasta el momento desconocida. Tenemos algunas sospechas sobre el tema, de acuerdo con la estrategia de selección que se siguió en años anteriores. Por ejemplo, pensamos que ahora bien pudiera viajar la fiesta beisbolera hasta una plaza que nunca ha acogido la cita, como Camagüey o Guantánamo, cuyos elencos, además, han sido una interesante revelación en la contienda, o Matanzas, sin dudas el mejor de la lid, o quizá a Holguín, territorio de buen rendimiento en los últimos tiempos y con una de las aficiones más fieles y disciplinadas de la nación.
Por ahí están las pistas, pero a ciencia cierta no hay nada claro. Hace poco más de dos semanas nuestro diario confrontó con fuentes de la Dirección Nacional, las cuales no ofrecieron señas sobre el posible escenario competitivo de las luminarias. En aras de profundizar y actualizarnos al respecto, este sábado conversamos con Heriberto Suárez, director de la disciplina en el país, quien nos confirmó que oficialmente no había una plaza segura para el ya cercano Juego de las Estrellas.
El federativo, no obstante, aclaró que los agramontinos llevaban cierta ventaja en la carrera, pero la incertidumbre por el paso inestable de los camagüeyanos en el último tercio de la primera ronda, y por consiguiente, las dudas surgidas en torno a su clasificación, han frenado el veredicto definitivo de un tema crucial y que no debería dar tantos dolores de cabeza a los organizadores del certamen más mediático de Cuba.
Todo este embrollo nos lleva entonces a preguntamos, ¿no sería más sencillo quitarnos de arriba un mal que nos ha golpeado por años? ¿No sería más sencillo (y mucho más prudente) anunciar con suficiente tiempo de antelación la sede del Juego? ¿No estaría esa plaza seleccionada satisfecha por contar con varios meses para organizar y promover un espectáculo habitualmente muy esperado?
En Cuba defendemos la idea de premiar el desempeño de un determinado equipo cada campaña, lo cual no constituye un disparate, pero tampoco sería descabellado apostar por otras fórmulas en aras de que la provincia agraciada disponga de periodos más largos a fin de trazar estrategias y poner en marcha los preparativos. Seleccionar ese territorio puede ser muy sencillo, atendiendo a su desarrollo beisbolero en todas las categorías y la calidad de la labor realizada en un determinado espacio de tiempo.
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