Hay ocasiones en las que no queda más remedio que adoptar la siempre ingrata postura del sabiondo y afirmar con todas sus letras: “yo lo dije”. Según parece, la 55ª Serie Nacional de Béisbol, que recién comienza, ofrecerá amplias oportunidades para hacerlo, pues en su desarrollo surgirán numerosas incidencias, algunas imponderables, otras... no tanto.
Entre las primeras habrá que contar con lo que suceda durante el propio decursar de la serie –salidas de atletas del país, por ejemplo– y la rivalidad que sean capaces de vivir las novenas en juego; de las segundas no podrán perderse de vista asuntos tan diversos como divulgación de la lid y el comportamiento del clima, que por estas alturas del año resulta poco propicio para jugar pelota.
Precisamente aquí me detengo. De antemano se sabía que en estos meses nuestro principal certamen deportivo transcurriría bajo la amenaza de la lluvia y el “añadido” de las altas –altísimas– temperaturas que han caracterizado el presente verano. Ambos obstáculos no resultan para nada intrascendentes, sino que ponen en peligro el pretendido lucimiento del torneo y desgastan adicionalmente a nuestros jugadores.
No por gusto, desde las primeras competencias de pelota que se organizaron en Cuba, allá por los finales del siglo XIX, siempre se apostó por los meses de nuestro discreto invierno para poner en juego la bola. Así se conjuraban dos problemas: el calor y los aguaceros del período más húmedo (entre mayo y octubre).
Ya en la República ese hecho le permitió al campeonato profesional criollo insertarse dentro del esquema de torneos invernales subordinado a las Mayores y garantizar la presencia de numerosas figuras que buscaban hacerse un puesto bajo la Gran Carpa.
Obviando esas experiencias previas y sin tener en cuenta que tanto la MLB como la liga japonesa se desarrollan durante la primavera y el verano del hemisferio norte, la Comisión Nacional de Béisbol ha apostado por adelantar la Serie y ubicarla casi en medio del año, aunque sin lograr lo que en principio se pretendía: evitar las interrupciones que la han caracterizado en sus últimas ediciones.
Así, esta vez se eslabonan altos para el torneo Premier y la Serie del Caribe, entre otros, sin contar con la propia irregularidad provocada por las inclemencias del tiempo, que en este comienzo de calendario ya han interrumpido varios encuentros (entre ellos, el de la propia inauguración y los dos primeros de Camagüey).
Para completar, la divulgación de la Serie tampoco ha sido de las más felices que se registran en los últimos tiempos. En ese sentido resulta más que sintomático que la página oficial de la Federación Cubana de Béisbol (www.beisbolcubano.cu) no esté siquiera actualizada, algo que habla – no muy bien, por cierto– de la responsabilidad con que se ha asumido la actual temporada.
Entre las primeras habrá que contar con lo que suceda durante el propio decursar de la serie –salidas de atletas del país, por ejemplo– y la rivalidad que sean capaces de vivir las novenas en juego; de las segundas no podrán perderse de vista asuntos tan diversos como divulgación de la lid y el comportamiento del clima, que por estas alturas del año resulta poco propicio para jugar pelota.
Precisamente aquí me detengo. De antemano se sabía que en estos meses nuestro principal certamen deportivo transcurriría bajo la amenaza de la lluvia y el “añadido” de las altas –altísimas– temperaturas que han caracterizado el presente verano. Ambos obstáculos no resultan para nada intrascendentes, sino que ponen en peligro el pretendido lucimiento del torneo y desgastan adicionalmente a nuestros jugadores.
No por gusto, desde las primeras competencias de pelota que se organizaron en Cuba, allá por los finales del siglo XIX, siempre se apostó por los meses de nuestro discreto invierno para poner en juego la bola. Así se conjuraban dos problemas: el calor y los aguaceros del período más húmedo (entre mayo y octubre).
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