Con un poco de incredulidad, primero, y ligeramente indignado, después, lo escuché este miércoles en la transmisión nocturna del choque Matanzas-Industriales por Radio Rebelde: Víctor Mesa debería integrar la dirección del equipo de Villa Clara a la Serie del Caribe 2014.
El mensaje, deslizado de manera “espontánea” por uno de los comentaristas de la planta radial más popular del país, acudió al increíble argumento de que el mentor Ramón Moré “nunca ha dirigido en eventos internacionales” y, como eso es “otra cosa”, sería bueno contar con la experiencia de Víctor Mesa en algún momento clave.
Sin embargo, resulta cuando menos tragicómico el hecho de que Moré pusiera fin la temporada anterior a una sequía de 18 años sin títulos naranjas, al frente del mismo elenco con el que Víctor navegó muchas veces mar adentro sin poder llegar a puerto seguro. Para más ironía, el actual campeón de Cuba se impuso en el duelo de estrategas precisamente frente al piloto de los Cocodrilos, en una final que culminó de manera prematura con cuatro victorias villaclareñas en cinco salidas.
Y no se trata de demeritar el trabajo de Víctor Mesa, una estrella como pocas dentro del diamante y un incansable cultor del preciosismo a la hora de dirigir un juego de béisbol. El mentor de la Selección Nacional sería un buen refuerzo para cualquier equipo, solo que su habitual intervencionismo en cada jugada del choque crearía un conflicto difícil de manejar dentro del Alto Mando naranja.
Incluso, su presencia en atención al argumento de la inexperiencia internacional de Moré le restaría autoridad a un director asentado, de probada sangre fría a la hora de decidir y poseedor del indiscutible mérito de haber triunfado en la misma batalla que otros más “experimentados” no pudieron ganar.
Afrontar desde el nacionalismo desmedido el regreso a la Serie del Caribe, tras 53 años de ausencia, podría ser la fórmula perfecta para que el esperado retorno se convierta en un salto al vacío. Incorporar peloteros que hagan más competitivo al campeón cubano es una estrategia acertada y necesaria; pero irrespetar al colectivo técnico que consumó el triunfo sería otro de los cada vez más habituales despropósitos que laceran hoy al béisbol nacional.
El mensaje, deslizado de manera “espontánea” por uno de los comentaristas de la planta radial más popular del país, acudió al increíble argumento de que el mentor Ramón Moré “nunca ha dirigido en eventos internacionales” y, como eso es “otra cosa”, sería bueno contar con la experiencia de Víctor Mesa en algún momento clave.
Sin embargo, resulta cuando menos tragicómico el hecho de que Moré pusiera fin la temporada anterior a una sequía de 18 años sin títulos naranjas, al frente del mismo elenco con el que Víctor navegó muchas veces mar adentro sin poder llegar a puerto seguro. Para más ironía, el actual campeón de Cuba se impuso en el duelo de estrategas precisamente frente al piloto de los Cocodrilos, en una final que culminó de manera prematura con cuatro victorias villaclareñas en cinco salidas.
Y no se trata de demeritar el trabajo de Víctor Mesa, una estrella como pocas dentro del diamante y un incansable cultor del preciosismo a la hora de dirigir un juego de béisbol. El mentor de la Selección Nacional sería un buen refuerzo para cualquier equipo, solo que su habitual intervencionismo en cada jugada del choque crearía un conflicto difícil de manejar dentro del Alto Mando naranja.
Incluso, su presencia en atención al argumento de la inexperiencia internacional de Moré le restaría autoridad a un director asentado, de probada sangre fría a la hora de decidir y poseedor del indiscutible mérito de haber triunfado en la misma batalla que otros más “experimentados” no pudieron ganar.
Afrontar desde el nacionalismo desmedido el regreso a la Serie del Caribe, tras 53 años de ausencia, podría ser la fórmula perfecta para que el esperado retorno se convierta en un salto al vacío. Incorporar peloteros que hagan más competitivo al campeón cubano es una estrategia acertada y necesaria; pero irrespetar al colectivo técnico que consumó el triunfo sería otro de los cada vez más habituales despropósitos que laceran hoy al béisbol nacional.