La actitud del manager Víctor Mesa en el partido de este martes, en el estadio Latinoamericano, atentó contra el espectáculo y merece una respuesta responsable de las autoridades del béisbol cubano.

Lo más lógico sería comentar aquí sobre desempeños, jugadas, estrategias, resultados. Pero cuando suceden cosas como las vistas en la noche del martes sobre la grama del estadio Latinoamericano, existen los suficientes argumentos éticos y morales, y por demás lógicos, para soslayar todo lo relacionado con el juego de pelota. Es lamentable, pero toca.

La actitud desafiante adoptada por Víctor Mesa frente a quienes son sus pupilos en el equipo de Matanzas, frente a varios de los que dirigió durante el reciente Clásico Mundial, frente a los no pocos aficionados que se olvidaron del frío para disfrutar de un buen espectáculo, y frente a los miles de televidentes sentados ante sus pantallas para ver lo que prometía ser un buen juego de pelota, merece, cuando menos, una crítica.

En temas de estrategia, una decisión puede ser cuestionable de acuerdo con gustos y formas particulares de asumir el béisbol. Pero en términos de comportamiento, no hay medias tintas. Las cosas se hacen bien o mal, y algunas veces, como ahora, hasta peor.

Siempre queda una mínima posibilidad de que los lanzamientos del zurdo Yasiel Lazo se les escaparan, que no llevaran el propósito de golpear a Chirino y Correa. También, que el «descontrol» fuera su única posibilidad de eludir —con una expulsión— el castigo al que estaba siendo sometido, sin que asomara la más mínima intención de relevarlo.

Por eso, hiló fino Melchor Fonseca, he hizo lo que debía: sacarlo del juego. Y estuvo mucho mejor el experimentado umpire al no permitir a Víctor cuestionar su autoridad con frases y gestos totalmente fuera de lugar. Se puede estar de acuerdo o no con una decisión arbitral, pero las formas de demostrarlo no pueden, bajo ningún concepto, traspasar las fronteras de la disciplina, el respeto y la cordura. Esos límites, por desgracia, ya han sido lo suficientemente violentados.

Lo que no pudo Melchor —las reglas no se lo permitieron— fue evitar que el ahora director de la novena yumurina intentara «sabotear» el partido, y en un irresponsable arranque, enviara al box a un jugador de cuadro para continuar la faena monticular.

Pocos días después de que la Comisión Nacional anunciara medidas para normar la utilización de los lanzadores, tal decisión es poco seria con la afición, y le hace un flaco favor a las intenciones del órgano que debiera velar por los destinos del béisbol cubano.

Se preguntaba el iluminado cantautor Silvio Rodríguez en una de sus memorables letras, qué hacer con quien roba la comida de unos, y después es capaz de dar la vida por ellos. Toca a los federativos tomar cartas en el asunto, y actuar responsablemente por el bien del pasatiempo de millones de cubanos.

El béisbol en la Isla pide a gritos ingentes reformas conceptuales y estructurales, pero hoy, más que nunca, necesita con urgencia una pizca de sensatez.