Alea jacta et, o la suerte está echada, como prefieran. A altas horas de la noche del viernes el jardinero holguinero Julio David Góngora, con las bases llenas, sin out y el inning doce en su parte baja, logró colocar un tímido fly, convertido en hit, detrás de segunda base que decretó el naufragio de los Piratas de la Isla de la Juventud y convirtió a Holguín en el sexto pasajero, cual versión simplificada del clásico de Ridley Scott, para la segunda ronda de la Serie Nacional cubana.

El sexteto de avanzada es variopinto en esencia, toda vez que lo integran escuadras establecidas en nuestro béisbol en los últimos tres años, un plantel de los grandes que retorna tras dos temporadas fuera y novenas que dijeron “basta” y se despojaron de la mala sombra que los acompañaban desde hace algún tiempo. Entiéndase por el siguiente de orden de clasificación: Matanzas, Ciego de Ávila, Villa Clara, Granma, Holguín y Camagüey.

En el alba de noviembre estos conjuntos le darán oxígeno a la segunda etapa, en la que cada cual disputará 45 encuentros. No hay que someter a encuesta ni a debate público si se analiza el balance de victorias y derrotas en busca de un favorito para hacerse del título de la 56 edición. Matanzas es el claro favorito, insisto, si tenemos como referente su actuación. Es que lo de los yumurinos en esta contienda parece extraído de un fragmento de cualquier novela cargada en ficción, como se aprecia en sus 42 triunfos y sus tres tristes fracasos, como tal vez díría el difunto Cabrera Infante.

Reconozco que soy hasta la médula anti Víctor Mesa, en su versión de director por supuesto, pero, aunque me cueste trabajo reconocerlo, digo que este hombre tiene una magia natural para hacer de lo difícil toda una épica. Y punto. Más que merecido tiene esta temporada llevarse el trofeo de campeón nacional al agua, tras coqueteos infructuosos con una “chica” que se ha tomado muy en serio el papel de hacerse la dura.

Por su parte, Ciego de Ávila (29-16), al igual que los yumurinos, es de los equipos con más estabilidad plasmada. Roger Machado, si fue en las selecciones nacionales plato de segunda o tercera mesa como receptor, es bien cierto que como estratega no es segundo de nadie y califica, libra por libra, como uno de los a tener en cuenta seriamente para llevar la batuta del team Cuba. Ah, por si acaso, el que ose rebatir eso, pues que Roger diga, o yo mismo le facilito el asunto al recordar que los gallardetes de los dos últimos campeonatos nacionales cuelgan en la sala del mentor avileño.

De su equipo, lo que saben todos. Un plantel sumamente heterogéneo, equilibrado, con pocas lagunas, con figuras de renombre nacional y un bullpen que frisa la profundidad. Pienso que con un maquillaje en la selección de los refuerzos, Ciego podría volver a soñar con ser la primera dama de nuestra pelota.

Siguiendo el escalafón de los involucrados, les toca el turno a los discípulos de Vladimir Hernández, villaclareño que grita alto y claro de que segundas partes no son iguales, y en su segunda contienda le ha devuelto a una afición muy acostumbrada a pugnar en instancias decisivas el placer de respirar y ver béisbol de calidad.

Tras dos campañas con las manos vacías y sin avanzar al siguiente nivel, Villa Clara (27-18) retomó su senda con el protagonismo de figuras jóvenes en buena medida, como los bateadores Norel González y el capitalino Raúl Reyes, en temporada de ensueño. Sumémosle también las quince sonrisas distribuidas a partes iguales por curtidos como Freddy Asiel Álvarez, Alain Sánchez y el reaparecido Robelio Carrillo. Veremos si la estamina les permite seguir recuperando terreno.

Los Alazanes han demostrado que su raza es sólida, tanto que sin contar en el establo con “sementales” de casta como Alfredo Despaigne y Yordanis Samón, lograron dar 27 patadas y recibir solo 18, el mismo balance que Villa Clara. En esa gesta está la mano de un manager de la talla de Carlos Martí, quien peina canas en este oficio como lo constatan sus 1345 victorias y 1351 fracasos, actualizado hasta el momento y con la inclusión de Series Nacionales, Selectivas y Super Ligas.

Si ellos pretenden derribar molinos en la nueva aventura que les aguarda, deben pedir a gritos a un receptor consagrado y pienso en el industrialista Frank Camilo Morejón como la opción perfecta, por ser un conductor genuino de los hilos del juego. Igualmente les urge a ellos un auxilio para sus tres principales abridores: Lázaro Blanco, Leandro Martínez y Yanier González, y cuando digo auxilio me refiero a serpentineros con funciones de relevo largo que mantengan a raya a los oponentes. Con ello se redondearía la maquinaria granmense, porque es harto conocido su virtud innata madero en ristre.

Los dos últimos elegidos considero que ya han hecho suficiente al incluirse entre el sexteto de vanguardia, pero como han manifestado sus directores y jugadores siempre van por más, algo que aplaudo insistentemente, el llamado espíritu victorioso. Cuando hablo de Holguín (26-19) y su posición actual, es inevitable remontarme al 2002 y aquella imborrable final en la que en siete cruentos desafíos lograron ganarle el pulso a Sancti Spíritus y proclamarse por primera y única vez en la historia campeón nacional.

De aquel entonces a la actualidad, la verdad que he perdido la cuenta de los numerosos aguaceros que han caído. Tanto es así, que de aquel equipo monarca y abusando de mi memoria, creo que el único sobreviviente es el patrullero Oscar del Rosario. Pero el soplo de volver a repetir esa memorable actuación –o al menos ceder en el intento- se ha sentido, amparado en una gallardía exclusiva de los alumnos de Noelvis González -envuelto en su segunda temporada- que con poco ruido y muchas nueces ha sabido ganarse el respeto de la afición cubana. Estoy pendiente de ver hasta dónde les llega el embullo y ¿será esta la continuidad de lo iniciado hace casi 15 años?

Por último, planteo que me encanta el equipo de Camagüey (24-21). No solo la actual propuesta agramontina, sino otras versiones de antaño. Los camagüeyanos, siempre lo he visto así, tienen fibra de play off, lo que se tambaleaban de acá para allá y de allá para acá y no lograban dar con la fórmula correcta. Una retahíla de directores se sucedieron, y discúlpenme si sueno crudo, pero la verdad es la siguiente: es probable que de no haber fallecido en abril de este año el otrora director de los Toros Rolando Hernández, la sequía soñadora de esta provincia hubiese continuado.

Fue entonces que ante esa desgracia, la necesidad imperiosa conllevó a que Orlando González –jugó 15 Series y promedió 301- debutara en menesteres de timonel agramontino y lo hiciera con el pie derecho, aunando voluntades para superar el octavo puesto de la temporada 46 y así conseguir el mejor rendimiento camagüeyano desde el tercer lugar obtenido en la Serie 40. Bullas y aplausos para este equipo, que tira de Alexander Ayala como su principal carta ofensiva y se complementa con el talento y la dedicación del resto de los muchachos. Camagüey puede ser la clásica piedra en el zapato, recuérdenlo. (David Díaz)