De cuando en cuando Danys Báez toma una pelota entre sus manos y se dice a sí mismo algo que todos los equipos de Grandes Ligas ya no quieren creer: “todavía puedo sacar outs’’.
Cansado de esperar por una oferta que no acaba de llegar, el lanzador cubano ha optado por el camino del retiro, con la esperanza de que la vida le ofrezca nuevas sorpresas más allá del béisbol y con el convencimiento de que el deporte le ha dado mucho más de lo que podía esperar.
“Sí, me retiro y no lo hago con tristeza, sino con la convicción de que ha llegado el momento de hacer otra cosa’’, expresó el pinareño, de 35 años. “Por lo pronto, quiero pasar cada momento posible con mi familia, especialmente con mis dos niñas, Daniela y Grabriela. Mis seres queridos se han sacrificado por mí. Quiero recuperar todo el tiempo perdido’’.
Muy pocos saben que Báez comenzó a jugar béisbol casi a los 20 años de edad, y de manera meteórica –tras brillar con las escuadras de Pinar del Río- integró el equipo nacional cubano, del cual escapó en los Juegos Panamericanos celebrados en Winnipeg, Canadá, en 1999, con la idea de probarse en las Mayores.
Dos años más tarde hacía su debut en la gran carpa con los Indios de Cleveland, con los cuales se desempeño en todas las aristas que puede ofrecer un cuerpo de pitcheo. Lo mismo trabajó en el relevo largo, que preparó el camino al taponero, que abrió juegos, que cerró partidos, hasta la campaña del 2003.
Pero su gran momento vendría durante su paso por los Rays de Tampa Bay, para los que se convertiría en un cerrador de élite al sumar 71 rescates en dos temporadas y se ganaría una invitación a un Juego de las Estrellas en el 2005. Nunca más repetiría su éxito, ni con los Dodgers, ni con los Bravos, ni con los Orioles…
Gran parte del problema se debió a las lesiones, sobre todo una cirugía de codo que le hizo perder la temporada del 2008.
Sus dos últimas contiendas las pasó con los Filis de Filadelfia, pero Báez podía advertir que su situación era difícil dentro de un equipo que presumía de tener el mejor cuerpo de pitcheo –al menos en nombres- de las Grandes Ligas.
“Era tan bueno ese pitcheo, que podía pasarme unos 10 días entre faena y faena, y yo estaba acostumbrado a trabajar a un ritmo más intenso’’, reconoce Báez, quien en el 2011 se fue de 2-4 con 6.25 de efectividad. “Nunca pude acostumbrarme, nunca sentí que tenía puesto seguro en ese grupo de ases. Cuando me liberaron, no me gustó. Pero entendí la decisión’’.
Por esos días de agosto pasado, Báez nunca pensó que su carrera había tocado un punto de no retorno. Sin embargo, su teléfono dejó de sonar y las pocas ofertas que le llegaron eran meras invitaciones a las Menores, algo que ya no estaba dispuesto a transitar para ganarse un puesto.
Su caso no es el único y no son pocos los veteranos de renombre que que todavía esperan por una última oportunidad.
“Los equipos, en su gran mayoría, sólo buscan juventud y más juventud, y qué se le va a hacer, así es la realidad’’, indicó Báez, quien de por vida tiene foja de 40-57 y 4.25 de promedio de carreras limpias. “En todo caso, no me arrepiento de nada. Puedo repasar mi carrera y decir que es digna. La carrera de un pelotero que se entregó al 110 por ciento y que nunca vaciló ante nada ni ante nadie’’.
Cansado de esperar por una oferta que no acaba de llegar, el lanzador cubano ha optado por el camino del retiro, con la esperanza de que la vida le ofrezca nuevas sorpresas más allá del béisbol y con el convencimiento de que el deporte le ha dado mucho más de lo que podía esperar.
“Sí, me retiro y no lo hago con tristeza, sino con la convicción de que ha llegado el momento de hacer otra cosa’’, expresó el pinareño, de 35 años. “Por lo pronto, quiero pasar cada momento posible con mi familia, especialmente con mis dos niñas, Daniela y Grabriela. Mis seres queridos se han sacrificado por mí. Quiero recuperar todo el tiempo perdido’’.
Muy pocos saben que Báez comenzó a jugar béisbol casi a los 20 años de edad, y de manera meteórica –tras brillar con las escuadras de Pinar del Río- integró el equipo nacional cubano, del cual escapó en los Juegos Panamericanos celebrados en Winnipeg, Canadá, en 1999, con la idea de probarse en las Mayores.
Dos años más tarde hacía su debut en la gran carpa con los Indios de Cleveland, con los cuales se desempeño en todas las aristas que puede ofrecer un cuerpo de pitcheo. Lo mismo trabajó en el relevo largo, que preparó el camino al taponero, que abrió juegos, que cerró partidos, hasta la campaña del 2003.
Pero su gran momento vendría durante su paso por los Rays de Tampa Bay, para los que se convertiría en un cerrador de élite al sumar 71 rescates en dos temporadas y se ganaría una invitación a un Juego de las Estrellas en el 2005. Nunca más repetiría su éxito, ni con los Dodgers, ni con los Bravos, ni con los Orioles…
Gran parte del problema se debió a las lesiones, sobre todo una cirugía de codo que le hizo perder la temporada del 2008.
Sus dos últimas contiendas las pasó con los Filis de Filadelfia, pero Báez podía advertir que su situación era difícil dentro de un equipo que presumía de tener el mejor cuerpo de pitcheo –al menos en nombres- de las Grandes Ligas.
“Era tan bueno ese pitcheo, que podía pasarme unos 10 días entre faena y faena, y yo estaba acostumbrado a trabajar a un ritmo más intenso’’, reconoce Báez, quien en el 2011 se fue de 2-4 con 6.25 de efectividad. “Nunca pude acostumbrarme, nunca sentí que tenía puesto seguro en ese grupo de ases. Cuando me liberaron, no me gustó. Pero entendí la decisión’’.
Por esos días de agosto pasado, Báez nunca pensó que su carrera había tocado un punto de no retorno. Sin embargo, su teléfono dejó de sonar y las pocas ofertas que le llegaron eran meras invitaciones a las Menores, algo que ya no estaba dispuesto a transitar para ganarse un puesto.
Su caso no es el único y no son pocos los veteranos de renombre que que todavía esperan por una última oportunidad.
“Los equipos, en su gran mayoría, sólo buscan juventud y más juventud, y qué se le va a hacer, así es la realidad’’, indicó Báez, quien de por vida tiene foja de 40-57 y 4.25 de promedio de carreras limpias. “En todo caso, no me arrepiento de nada. Puedo repasar mi carrera y decir que es digna. La carrera de un pelotero que se entregó al 110 por ciento y que nunca vaciló ante nada ni ante nadie’’.
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