Por estos tiempos, en que los males del béisbol en Cuba son cada vez mayores, no soy dado a culpar a los que dirigen esta disciplina de los ya frecuentes fracasos en la mayoría de las competiciones internacionales.
Cuando algunos me instan a clavar dardos sobre esa verdad mayúscula, solo les respondo: "regresen a todos los peloteros que se han marchado del país en la última década y entonces acepto tratar el tema de la calidad de la pelota cubana de este siglo".
Lo mismo digo cuando se culpa a la labor de los entrenadores de base, porque todas esas acusaciones se hacen añicos cuando chocan con el gran número de jóvenes talentos de nuestro país que ahora mismo brillan en otras latitudes.
Pero tampoco cierro los ojos —ni silencio el teclado de mi computadora— cuando creo ver decisiones contradictorias de la Dirección Nacional de Béisbol, bien distantes, desde mi percepción, de la lógica sencilla de quienes aman nuestro pasatiempo nacional, a pesar de los pesares.
En las últimas semanas, por ejemplo, dos de ellas ha originado no pocas polémicas y puntos de vista: La recién concluida Serie Especial y la nueva forma de clasificación de la venidera Serie Nacional.
No voy a entender, por muchas explicaciones que se traten de dar, el organizar una serie con el supremo fin de preparar a los futuros integrantes del equipo Cuba para los próximos Juegos Centroamericanos de Barranquilla, Colombia.
Para foguear a los peloteros no era necesario una serie de esas características, que no solo generó gastos al INDER, sino que dejó una mala impresión de lo que es una competición. En Ciego de Ávila, por ejemplo, no pasaron de 300 las personas que acudieron ese día al estadio.
Por eso ahora es contraproducente que algunos afirmen que la idea se podrá calificar de mala o buena según los resultados que obtenga el equipo en Barranquilla. Esos juegos, aclaro, eran convenientes darlos, pero no como una "glamorosa" Serie Especial.
Otra medida, que por más que le busco una razón no la encuentro, es tener solo en cuenta, en la fase clasificatoria de la LVIII Serie Nacional, los resultados entre los seis equipos clasificados. Es decir, Ciego de Ávila, por ejemplo, puede barrer a los nueve conjuntos eliminados, pero si los pierde todos con los que obtuvieron el boleto, entonces iría a la segunda fase sin éxitos y con 15 derrotas.
Sería frecuente también que los primeros en la tabla, conocedores que estarán entre los primeros seis, no arriesguen a sus mejores lanzadores ante rivales desde ya eliminados.
Todo eso se podría evitar con una sola medida: que los primeros 45 juegos solo sirvan para encontrar el campeón de Cuba y que, luego, con los seis primeros clasificados, inicie otra lid que bien pudiera llamarse Torneo de Clausura, con los conjuntos reforzados.
No digo que esta propuesta sea la única a tener cuenta, lo que sí repito es que nuestro béisbol está urgido de nuevas ideas y que sus directivos no se aferren a viejos caminos y mucho menos enarbolen la bandera del capricho.
Cuando algunos me instan a clavar dardos sobre esa verdad mayúscula, solo les respondo: "regresen a todos los peloteros que se han marchado del país en la última década y entonces acepto tratar el tema de la calidad de la pelota cubana de este siglo".
Lo mismo digo cuando se culpa a la labor de los entrenadores de base, porque todas esas acusaciones se hacen añicos cuando chocan con el gran número de jóvenes talentos de nuestro país que ahora mismo brillan en otras latitudes.
Pero tampoco cierro los ojos —ni silencio el teclado de mi computadora— cuando creo ver decisiones contradictorias de la Dirección Nacional de Béisbol, bien distantes, desde mi percepción, de la lógica sencilla de quienes aman nuestro pasatiempo nacional, a pesar de los pesares.
En las últimas semanas, por ejemplo, dos de ellas ha originado no pocas polémicas y puntos de vista: La recién concluida Serie Especial y la nueva forma de clasificación de la venidera Serie Nacional.
No voy a entender, por muchas explicaciones que se traten de dar, el organizar una serie con el supremo fin de preparar a los futuros integrantes del equipo Cuba para los próximos Juegos Centroamericanos de Barranquilla, Colombia.
Para foguear a los peloteros no era necesario una serie de esas características, que no solo generó gastos al INDER, sino que dejó una mala impresión de lo que es una competición. En Ciego de Ávila, por ejemplo, no pasaron de 300 las personas que acudieron ese día al estadio.
Por eso ahora es contraproducente que algunos afirmen que la idea se podrá calificar de mala o buena según los resultados que obtenga el equipo en Barranquilla. Esos juegos, aclaro, eran convenientes darlos, pero no como una "glamorosa" Serie Especial.
Otra medida, que por más que le busco una razón no la encuentro, es tener solo en cuenta, en la fase clasificatoria de la LVIII Serie Nacional, los resultados entre los seis equipos clasificados. Es decir, Ciego de Ávila, por ejemplo, puede barrer a los nueve conjuntos eliminados, pero si los pierde todos con los que obtuvieron el boleto, entonces iría a la segunda fase sin éxitos y con 15 derrotas.
Sería frecuente también que los primeros en la tabla, conocedores que estarán entre los primeros seis, no arriesguen a sus mejores lanzadores ante rivales desde ya eliminados.
Todo eso se podría evitar con una sola medida: que los primeros 45 juegos solo sirvan para encontrar el campeón de Cuba y que, luego, con los seis primeros clasificados, inicie otra lid que bien pudiera llamarse Torneo de Clausura, con los conjuntos reforzados.
No digo que esta propuesta sea la única a tener cuenta, lo que sí repito es que nuestro béisbol está urgido de nuevas ideas y que sus directivos no se aferren a viejos caminos y mucho menos enarbolen la bandera del capricho.