Después de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, los juegos de béisbol en torneos internacionales se jugarán a 7 episodios en todas las categorías, anunció este martes en La Habana Riccardo Fraccari, presidente de la Confederación Mundial de Béisbol Softbol (WSBC).
La medida llega justo después de que el béisbol haya sido excluido de los Juegos Olímpicos en su versión de París 2024, y busca adaptar este deporte a las demandas y necesidades del Comité Olímpico Internacional, y a globalizarlo.
Según el funcionario, la medida ha generado entusiasmo en la entidad que preside, pues la reducción de entradas no solo disminuirá el tiempo de duración de los partidos, sino que haría menor también el número de peloteros que se necesitarían para conformar la nómina de un equipo.
La eliminación del béisbol en los Juegos de París se debió fundamentalmente, según anunció el Comité Olímpico Internacional (otra entidad favorable a reducir a toda costa el tiempo de duración de los encuentros de pelota), a que la cita francesa se vio obligada a achicar el número total de atletas participantes.
No obstante, y a pesar del entusiasmo de los directivos de ambas entidades, la reducción a 7 entradas no se limitaría a hacer menor el tiempo de duración y la cantidad de peloteros en nómina, sino que cambiaría el beisbol tal como lo conocemos.
Cambiarían la proyección de los encuentros y las estrategias de juego.
No solo se haría menos importante la labor del relevista (hay menos innings que cubrir tras la salida del abridor), sino también tendría menos valor el trabajo del pitcher inicial, pues se haría menos necesaria una apertura larga.
La cantidad carreras por juego sería menor, y se rompería el equilibrio entre picheo y bateo. Cada anotación se volvería más valiosa, por lo que comenzarían a imponerse estrategias para fabricar carreras a cualquier precio, quizás con un uso abusivo de los toques de bola, los corrido y bateo, los robos de base y las jugadas de juego chiquito y conservador.
Los bateadores, por su parte, no solo consumirían menos turnos al bate, sino que tendrían menos libertad de bateo, obligados por la necesidad de hacer más carreras en menos tiempo.
Los rallys serían prácticamente definitorios en los partidos, por lo que una ventaja súbita definiría inmediatamente al virtual ganador.
Los errores defensivos y las fallas técnico-tácticas al campo pesarían más, por lo que se exigirían jugadores con mayores talentos con el guante, lo que redundaría consecuentemente, según un viejo axioma del béisbol, en peloteros menos aptos al bate.
No solo el béisbol cambiaría en sus estrategias, sino en sus estadísticas. Los registros, en todos los órdenes, serían menores, y perderían, por tanto, valor, grandeza, trascendencia y espectacularidad.
La mayoría de los récords del pasado se volverían irrompibles, no porque los jugadores de mañana van a ser inferiores a los jugadores de ayer, sino porque dejarían de jugar en igualdad de condiciones. Las hazañas del pasado serían irrepetibles.
Estos y muchos otros, casi infinitos cambios, supondría la medida de los 7 innings. No solo cambiaría el béisbol como lo conocemos, sino que probablemente sufriría un empobrecimiento a nivel estratégico y táctico, pues habría menos tiempo y menos oportunidades para experimentar variantes y soluciones (si algo define al béisbol es que el deporte más rico que existe en términos de estrategias, donde la jugada analizada con anterioridad, la decisión certera en el momento preciso o el estudio profundo de las estadísticas tienen mayor peso que la habilidad física misma, al contrario que en cualquier otro deporte). La merma estratégica le haría espacio al azar, que adquiere protagonismo cuando lo inesperado, lo improvisado y lo fortuito se vuelven más importantes que lo que pueda ser previsto.
Habría que pensar si valdría la pena tanta desfiguración por unos Juegos Olímpicos, algo que ocurre una vez cada cuatro años, donde compiten pocos equipos de béisbol, es decir, donde miden sus fuerzas pocas naciones, donde el béisbol, los peloteros y sus jugadas se pierden entre tanto deporte compitiendo, entre demasiado ajetreo para solo 15 días.
La medida llega justo después de que el béisbol haya sido excluido de los Juegos Olímpicos en su versión de París 2024, y busca adaptar este deporte a las demandas y necesidades del Comité Olímpico Internacional, y a globalizarlo.
Según el funcionario, la medida ha generado entusiasmo en la entidad que preside, pues la reducción de entradas no solo disminuirá el tiempo de duración de los partidos, sino que haría menor también el número de peloteros que se necesitarían para conformar la nómina de un equipo.
La eliminación del béisbol en los Juegos de París se debió fundamentalmente, según anunció el Comité Olímpico Internacional (otra entidad favorable a reducir a toda costa el tiempo de duración de los encuentros de pelota), a que la cita francesa se vio obligada a achicar el número total de atletas participantes.
No obstante, y a pesar del entusiasmo de los directivos de ambas entidades, la reducción a 7 entradas no se limitaría a hacer menor el tiempo de duración y la cantidad de peloteros en nómina, sino que cambiaría el beisbol tal como lo conocemos.
Cambiarían la proyección de los encuentros y las estrategias de juego.
No solo se haría menos importante la labor del relevista (hay menos innings que cubrir tras la salida del abridor), sino también tendría menos valor el trabajo del pitcher inicial, pues se haría menos necesaria una apertura larga.
La cantidad carreras por juego sería menor, y se rompería el equilibrio entre picheo y bateo. Cada anotación se volvería más valiosa, por lo que comenzarían a imponerse estrategias para fabricar carreras a cualquier precio, quizás con un uso abusivo de los toques de bola, los corrido y bateo, los robos de base y las jugadas de juego chiquito y conservador.
Los bateadores, por su parte, no solo consumirían menos turnos al bate, sino que tendrían menos libertad de bateo, obligados por la necesidad de hacer más carreras en menos tiempo.
Los rallys serían prácticamente definitorios en los partidos, por lo que una ventaja súbita definiría inmediatamente al virtual ganador.
Los errores defensivos y las fallas técnico-tácticas al campo pesarían más, por lo que se exigirían jugadores con mayores talentos con el guante, lo que redundaría consecuentemente, según un viejo axioma del béisbol, en peloteros menos aptos al bate.
No solo el béisbol cambiaría en sus estrategias, sino en sus estadísticas. Los registros, en todos los órdenes, serían menores, y perderían, por tanto, valor, grandeza, trascendencia y espectacularidad.
La mayoría de los récords del pasado se volverían irrompibles, no porque los jugadores de mañana van a ser inferiores a los jugadores de ayer, sino porque dejarían de jugar en igualdad de condiciones. Las hazañas del pasado serían irrepetibles.
Estos y muchos otros, casi infinitos cambios, supondría la medida de los 7 innings. No solo cambiaría el béisbol como lo conocemos, sino que probablemente sufriría un empobrecimiento a nivel estratégico y táctico, pues habría menos tiempo y menos oportunidades para experimentar variantes y soluciones (si algo define al béisbol es que el deporte más rico que existe en términos de estrategias, donde la jugada analizada con anterioridad, la decisión certera en el momento preciso o el estudio profundo de las estadísticas tienen mayor peso que la habilidad física misma, al contrario que en cualquier otro deporte). La merma estratégica le haría espacio al azar, que adquiere protagonismo cuando lo inesperado, lo improvisado y lo fortuito se vuelven más importantes que lo que pueda ser previsto.
Habría que pensar si valdría la pena tanta desfiguración por unos Juegos Olímpicos, algo que ocurre una vez cada cuatro años, donde compiten pocos equipos de béisbol, es decir, donde miden sus fuerzas pocas naciones, donde el béisbol, los peloteros y sus jugadas se pierden entre tanto deporte compitiendo, entre demasiado ajetreo para solo 15 días.