Año tras año el béisbol cubano abre las puertas de su evento más importante, la Serie Nacional, a decenas de jóvenes debutantes, ansiosos por demostrar condiciones que los lleven a ser regulares en sus respectivos equipos provinciales y después a integrar la preselección de un equipo Cuba.
Todos, tanto especialistas como aficionados, hemos escuchado ponderar las virtudes de este u otro jugador, tanto por su condición física —velocidad en las bases, fuerza al bate, habilidad en el fildeo, potente brazo capaz de tirar una pelota a 90 millas—, como por lo que realizó durante su paso por las categorías inferiores, en especial si compitió en algún evento internacional.
No entramos a considerar, en la mayoría de los casos, dos factores decisivos para que un novato triunfe en la escala superior de nuestra pelota. Uno es el psicológico: la enorme presión que recae sobre él, tanto por parte de su colectivo como de la afición que acude a los estadios a ver ganar a su equipo.
El otro deviene de la propia condición de este deporte, asombrosamente difícil y en ocasiones, hasta misterioso. Nunca olvidaré las palabras de un profundo conocedor, Pedro "Preston" Gómez —el primer cubano mentor a tiempo completo de un equipo de Grandes Ligas—, cuando durante una conferencia aquí en La Habana años atrás afirmara:
"Nosotros hemos contratado a un muchacho con enormes facultades: alto, fuerte, con extraordinario poder al bate. Lo enviamos a la liga menor y ahí dio la talla, por lo tanto lo subimos al elenco grande. No resultó lo mismo, lo devolvimos al escalón inferior con la esperanza de que madurara. Luego lo volvimos a subir, así una o dos veces más. Hasta que nos convencimos de que no iba a ser nunca un jugador estelar, era pelotero de la liga menor".
MUCHOS LLEGAN... POCOS SE MANTIENEN
Sumadas las últimas cuatro Series Nacionales, de la 48 a la 51, más de 250 debutantes han ascendido a nuestra pelota grande, casi la mitad de ellos lanzadores. Si solo la tercera parte de estos últimos hubiera tenido éxito, hoy no tendríamos que buscar y rebuscar para formar un cuerpo de lanzadores de cara a una competencia internacional.
El primer obstáculo que enfrenta un recién llegado a una selección provincial es el de hallar en su posición a un consagrado. En la famosa "Aplanadora" santiaguera que ganó tres títulos consecutivos, resultaba sencillamente imposible que un novato sentara cátedra en las posiciones ocupadas por Antonio Pacheco, Orestes Kindelán y Gabriel Pierre.
De la misma forma, ¿qué le espera a un novel integrante de la nómina de Sancti Spíritus con la aspiración de desempeñarse en tercera base? Mantenerse en el banco, pues resulta improbable que sustituya a un estelar como Yulieski Gourriel, a quien, por demás, le restan muchos años aún por jugar.
En la mayoría de estos casos, el debutante sale al diamante en muy contadas ocasiones —una lesión del titular o para darle descanso antes de los play off— y una vez finalizada la temporada, lo más probable es que no regrese al año siguiente.
Algo similar ocurre con los lanzadores. Si forman parte de un equipo muy necesitado de ellos (que son la mayoría) están obligados a hacerlo muy bien, pues resultados es lo que le piden constantemente a su mentor, so pena de ser removido, tema este que amerita un trabajo aparte. De no conseguir lo esperado, algo verdaderamente difícil en un béisbol tan ofensivo como el nuestro, su permanencia en la justa peligra.
UN BOTÓN DE MUESTRA
Durante la pasada 51 Serie, 90 peloteros jugaron por primera vez, de ellos cinco del desaparecido equipo Metropolitanos. De los 85 restantes, solo 40 están presentes en la actual temporada, es decir, casi el 53 % de los debutantes hicieron mutis.
Cuatro años atrás, en la Serie 48, fueron 46 los hombres que se estrenaron y únicamente siete se mantienen activos, entre ellos Rusney Castillo, Dennis Laza, Dennis Alá, Michel Gorgüet y Robert Luis Delgado. El 84,8 % está ausente.
Nuestro béisbol no puede darse el lujo de desperdiciar talentos. Y también falta un escalón intermedio —llámese Liga de Desarrollo o cualquier otra— para ir madurando a muchachos de 18 años, y menos aún, para enfrentar el rigor y la presión de una Serie en la cual compiten campeones olímpicos y mundiales. Solo así podrán reducirse las posibilidades de fracaso y aumentar las de éxito.
Todos, tanto especialistas como aficionados, hemos escuchado ponderar las virtudes de este u otro jugador, tanto por su condición física —velocidad en las bases, fuerza al bate, habilidad en el fildeo, potente brazo capaz de tirar una pelota a 90 millas—, como por lo que realizó durante su paso por las categorías inferiores, en especial si compitió en algún evento internacional.
No entramos a considerar, en la mayoría de los casos, dos factores decisivos para que un novato triunfe en la escala superior de nuestra pelota. Uno es el psicológico: la enorme presión que recae sobre él, tanto por parte de su colectivo como de la afición que acude a los estadios a ver ganar a su equipo.
El otro deviene de la propia condición de este deporte, asombrosamente difícil y en ocasiones, hasta misterioso. Nunca olvidaré las palabras de un profundo conocedor, Pedro "Preston" Gómez —el primer cubano mentor a tiempo completo de un equipo de Grandes Ligas—, cuando durante una conferencia aquí en La Habana años atrás afirmara:
"Nosotros hemos contratado a un muchacho con enormes facultades: alto, fuerte, con extraordinario poder al bate. Lo enviamos a la liga menor y ahí dio la talla, por lo tanto lo subimos al elenco grande. No resultó lo mismo, lo devolvimos al escalón inferior con la esperanza de que madurara. Luego lo volvimos a subir, así una o dos veces más. Hasta que nos convencimos de que no iba a ser nunca un jugador estelar, era pelotero de la liga menor".
MUCHOS LLEGAN... POCOS SE MANTIENEN
Sumadas las últimas cuatro Series Nacionales, de la 48 a la 51, más de 250 debutantes han ascendido a nuestra pelota grande, casi la mitad de ellos lanzadores. Si solo la tercera parte de estos últimos hubiera tenido éxito, hoy no tendríamos que buscar y rebuscar para formar un cuerpo de lanzadores de cara a una competencia internacional.
El primer obstáculo que enfrenta un recién llegado a una selección provincial es el de hallar en su posición a un consagrado. En la famosa "Aplanadora" santiaguera que ganó tres títulos consecutivos, resultaba sencillamente imposible que un novato sentara cátedra en las posiciones ocupadas por Antonio Pacheco, Orestes Kindelán y Gabriel Pierre.
De la misma forma, ¿qué le espera a un novel integrante de la nómina de Sancti Spíritus con la aspiración de desempeñarse en tercera base? Mantenerse en el banco, pues resulta improbable que sustituya a un estelar como Yulieski Gourriel, a quien, por demás, le restan muchos años aún por jugar.
En la mayoría de estos casos, el debutante sale al diamante en muy contadas ocasiones —una lesión del titular o para darle descanso antes de los play off— y una vez finalizada la temporada, lo más probable es que no regrese al año siguiente.
Algo similar ocurre con los lanzadores. Si forman parte de un equipo muy necesitado de ellos (que son la mayoría) están obligados a hacerlo muy bien, pues resultados es lo que le piden constantemente a su mentor, so pena de ser removido, tema este que amerita un trabajo aparte. De no conseguir lo esperado, algo verdaderamente difícil en un béisbol tan ofensivo como el nuestro, su permanencia en la justa peligra.
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