Dicen los expertos de fútbol que nadie debe morirse sin ver un juego entre Boca Juniors y River Plate en La Bombonera.

Los españoles se defienden y apelan al clásico entre Barcelona y Real Madrid, ya en el Camp Nou, ya en el Bernabeu.

Pero si de béisbol se trata, pocos eventos pueden ser tan memorables como un duelo entre Puerto Rico y República Dominicana.

¡Qué ambientazo el que se vivió este sábado en el Marlins Park de Miami!

Trompetas, guayos, tamboras y gritos desde que se lanzó la primera pelota hasta que cayó el último outs, más de tres horas después.

Fue una fiesta de principio a fin, de la cual Miami fue un escenario impecable.
Cada uno de los seis partidos de la segunda ronda que se disputaron en la Capital del Sol se jugaron a un ritmo intensísimo, con gran apoyo de un público entusiasta que gozó y sufrió cada jugada.

100 puntos para las Grandes Ligas por haber escogido el Marlins Park como sede de esta fase. 100 puntos para Miami por haber respondido de la manera en que lo hizo.
Lo que vimos en estos días prácticamente garantiza la selección de Miami nuevamente como sede para el IV Clásico del 2017.

Pero además, lanza un llamado claro y directo a la Confederación de Béisbol del Caribe para traer a esta ciudad la llamada Pequeña Serie Mundial Latinoamericana.
La Serie del Caribe está pidiendo a gritos movidas innovadoras que le aporten oxígeno fresco a un torneo que está en estado de coma.

En 1990 y 1991 ya se intentó esta variante y fue un fracaso, podrían decir algunos que se oponen a traer de regreso el certamen a Miami.

Pero las cosas han cambiado demasiado desde entonces y me atrevería a apostar por un éxito rotundo esta vez.

A principios de los 90, la inmensa mayoría de la población latina en el sur de la Florida estaba compuesta por inmigrantes cubanos, que se identificaban poco o nada con los equipos de República Dominicana, Puerto Rico, Venezuela y México.

Pero en esta segunda década del siglo XXI, la composición demográfica de Miami ha cambiado considerablemente y aunque los cubanos siguen siendo mayoría, ya hay una presencia insoslayable de venezolanos, dominicanos, boricuas y mexicanos, que darían lo que fuera por poder ir a apoyar a sus respectivos campeones nacionales.
El único punto debatible sobre la eventual sede miamense de la Serie del Caribe es el retorno de Cuba, por razones que desgraciadamente nada tienen que ver con lo deportivo y sí con la política.

Al parecer, ya Cuba aceptó estar presente en calidad de invitada en la próxima edición, que se jugará en Margarita, Venezuela.

Ese sería el primer paso para el regreso definitivo de los cubanos a un certamen del cual son fundadores y que dominaron con autoridad en siete de sus primeras 12 ediciones.

Pero estaría en duda que La Habana permita a sus jugadores poner un pie en Miami, por todo lo que ello implica, desde manifestaciones políticas de organizaciones exiliadas, hasta la oportunidad sin igual que ello representa para posibles deserciones.

De todos modos, Roma no se construyó en un día y el deporte puede ser una vía insustituible para el entendimiento entre gobiernos y naciones.

Vamos paso a paso. Quizás llegue ese día, pero mientras tanto, las condiciones no pueden ser mejores para que la fiesta se dé en Miami con todas las de la ley.

El que no quiera venir se la pierde, pero qué lindo sería vivir este ambiente con el estilo en que se juega el béisbol en Latinoamérica, en partidos con equipos quisqueyanos, puertorriqueños, cubanos y venezolanos.