Si aproximadamente una semana atrás revisamos algunos récords de bateo que, a simple vista, parecen estar destinados a resistir el paso del tiempo, hoy repasaremos algunas marcas en el área de pitcheo, cuyo destino pudiera ser el mismo: mantenerse vigentes temporada tras temporada. Una de ellas tiene mucho que ver con el cambio de la filosofía en el trabajo de los lanzadores.
La utilización de relevistas y cerradores limita a seis o siete episodios por lo regular el trabajo de un serpentinero. Por esa razón, las 230 entradas y un tercio acumuladas por el desaparecido derecho vueltabajero Emilio Salgado en la VIII Serie, es decir, hace más de cuatro décadas, permanecerán como una meta difícil de superar.
Otra está íntimamente ligada al aumento de la ofensiva en el béisbol mundial, con pelotas más vivas y bateadores con mayor fuerza. Cuarenta Series Nacionales han transcurrido desde que el capitalino Ihosvany Gallegos permitió solo tres carreras limpias en 72 innings y un tercio, para un minúsculo 0,37, promedio que está fuera del alcance de los serpentineros de hoy.
Lo más importante para un monticulista es ganar, más allá de fórmulas y promedios para medir efectividad. Hasta ahora, nadie ha triunfado más en una Serie que José Ibar, cuyas 20 victorias en la 37 Serie superaron un récord de 25 años de duración, 19 éxitos en poder del Meteoro de la Maya, Braudilio Vinent. Ismel Jiménez, líder de la presente campaña con 16, ya no tiene tiempo para igualarlo.
Solo tres hombres han pasado la cifra de 2 300 ponches en nuestro béisbol y, por coincidencia, todos son pinareños: Rogelio García, Pedro Luis Lazo y el zurdo Faustino Corrales que, a mi juicio, enseñó la curva más grande en la historia de nuestros clásicos. Con ese lanzamiento —venido a menos en nuestros días—, Faustino dejó a 22 holguineros con el madero al hombro el 20 de diciembre del año 2000. Sus compañeros solo sacaron cinco outs. Dudo mucho de que algún otro pitcher pueda siquiera igualar semejante hazaña.
Hay también, ¿por qué no?, marcas negativas. Difícil de entender cómo el espirituano Fernando Matamoros permitió estoicamente 15 carreras en un juego efectuado en 1984 ante Santiago de Cuba. O no había nadie más o su mentor lo había castigado por alguna indisciplina. Todavía hay mucha tela por donde cortar. Volveremos a las andadas pronto.
La utilización de relevistas y cerradores limita a seis o siete episodios por lo regular el trabajo de un serpentinero. Por esa razón, las 230 entradas y un tercio acumuladas por el desaparecido derecho vueltabajero Emilio Salgado en la VIII Serie, es decir, hace más de cuatro décadas, permanecerán como una meta difícil de superar.
Otra está íntimamente ligada al aumento de la ofensiva en el béisbol mundial, con pelotas más vivas y bateadores con mayor fuerza. Cuarenta Series Nacionales han transcurrido desde que el capitalino Ihosvany Gallegos permitió solo tres carreras limpias en 72 innings y un tercio, para un minúsculo 0,37, promedio que está fuera del alcance de los serpentineros de hoy.
Lo más importante para un monticulista es ganar, más allá de fórmulas y promedios para medir efectividad. Hasta ahora, nadie ha triunfado más en una Serie que José Ibar, cuyas 20 victorias en la 37 Serie superaron un récord de 25 años de duración, 19 éxitos en poder del Meteoro de la Maya, Braudilio Vinent. Ismel Jiménez, líder de la presente campaña con 16, ya no tiene tiempo para igualarlo.
Solo tres hombres han pasado la cifra de 2 300 ponches en nuestro béisbol y, por coincidencia, todos son pinareños: Rogelio García, Pedro Luis Lazo y el zurdo Faustino Corrales que, a mi juicio, enseñó la curva más grande en la historia de nuestros clásicos. Con ese lanzamiento —venido a menos en nuestros días—, Faustino dejó a 22 holguineros con el madero al hombro el 20 de diciembre del año 2000. Sus compañeros solo sacaron cinco outs. Dudo mucho de que algún otro pitcher pueda siquiera igualar semejante hazaña.
Hay también, ¿por qué no?, marcas negativas. Difícil de entender cómo el espirituano Fernando Matamoros permitió estoicamente 15 carreras en un juego efectuado en 1984 ante Santiago de Cuba. O no había nadie más o su mentor lo había castigado por alguna indisciplina. Todavía hay mucha tela por donde cortar. Volveremos a las andadas pronto.