Continúan los comentarios de todo tipo sobre el listado de talentos que divulgó la Dirección Nacional de Béisbol, como parte del programa de desarrollo para jóvenes peloteros, el cual se inserta en la estrategia de país para perfeccionar este deporte. La diversidad de opiniones, cuando se trata de pelota, que en Cuba, afortunadamente, es un fenómeno social endémico, es bienvenida.
Hay tres elementos que nos parecen esenciales en este propósito. El primero, tiene que ver con la definición de talento, que pasa por un sujeto con aptitudes por encima de la media, que las desarrolla y, por último, las confirma. Hasta que no llegue a ese tercer estadio, no pasará de ser un posible talento. Dicho así, la relación que hoy tiene 116 nombres, no sería cerrada y, al propio tiempo, debe ser dinámica, porque si no se despliegan esos atributos, pues se saldría de ella.
El segundo tema es la presencia de jugadores contratados en ligas profesionales, por ejemplo, Liván Moinelo. Creo acertado este criterio, pues, aunque se juegue en un nivel superior, ese talento tiene igual un proceso de desarrollo, aquí, en Japón o dondequiera que se desempeñe, y necesita de seguimiento. Además, su expresión difiere según el torneo, no es lo mismo un certamen largo, como la justa nipona, o nuestras series nacionales, que un Clásico Mundial o unos Juegos Panamericanos, en los cuales las potencialidades hay que ponerlas en función del objetivo en menos apariciones, que, por demás, son siempre decisivas.
El tercero es la capacitación de quienes trabajarían con esas figuras de perspectivas. Es muy reconfortante saber que hombres que nos hicieron vivir momentos inolvidables estén encargados del futuro de nuestra pelota. Ver otra vez en los terrenos a Orestes Kindelán, Antonio Muñoz, Pedro José Rodríguez, Luis Giraldo Casanova, Javier Méndez, Luis Ulacia, Pedro Jova, Carlos Tabares, Ariel Pestano, Juan Manrique, Roger Machado, Germán Mesa, Juan Padilla, Evenecer Godínez, Juan Charles Díaz, Mario Vega, Andrés Ayón, Rogelio García, Julio Romero, Manuel Álvarez, Adiel Palma, Gualberto Quesada, Elizardo Guilart, y a dos emblemas de la dirección de la época dorada de los equipos Cuba, Luis Enrique González y Pedro Pérez, es revivir en los bisoños sus propias hazañas.
Pero, lógicamente, es necesario dotarlos de actualización y de la matriz de donde sale el presente programa, que al decir de Frangel Reynaldo –otro bienvenido regreso a los destinos de la pelota– «transita por los valores técnicos de la preparación de la escuela japonesa y de los fundamentos en el desarrollo del talento de la MLB estadounidense, adaptados a una experiencia que nuestro béisbol ha consolidado, en tanto es una potencia; es decir, ajustando esos saberes externos a nuestra riqueza, que también es profusa y tiene un ganado prestigio internacional».
Según el técnico, la idea es que esas glorias observen a los muchachos y que estos, como parte de los calendarios nacionales, «cuando pasen por sus provincias puedan recibir sus orientaciones en el orden técnico, nunca inmiscuyéndose en la estrategia competitiva de su equipo provincial».
La idea es positiva. Sin embargo, si no cristaliza en una estructura vertical en todo el país, es decir, que cada municipio y provincia tengan la misma identificación a esos niveles, aprovechando las posibilidades que da el reciente convenio Inder-Mined, que permite a los profesores más tiempo con el practicante y lo responsabiliza con su evaluación, la intención corre el riesgo de morir al nacer.
Y como el béisbol es un deporte en el que el patrón técnico se subordina al espectro táctico, es muy importante que la observación en la base ocurra en situaciones de juego, lo cual requiere de un diseño competitivo en esos escalones. Esto también tributaría a un elemento esencial, la motivación, que es el trampolín para un buen espectáculo y soporte de los resultados que esperamos.
Hay tres elementos que nos parecen esenciales en este propósito. El primero, tiene que ver con la definición de talento, que pasa por un sujeto con aptitudes por encima de la media, que las desarrolla y, por último, las confirma. Hasta que no llegue a ese tercer estadio, no pasará de ser un posible talento. Dicho así, la relación que hoy tiene 116 nombres, no sería cerrada y, al propio tiempo, debe ser dinámica, porque si no se despliegan esos atributos, pues se saldría de ella.
El segundo tema es la presencia de jugadores contratados en ligas profesionales, por ejemplo, Liván Moinelo. Creo acertado este criterio, pues, aunque se juegue en un nivel superior, ese talento tiene igual un proceso de desarrollo, aquí, en Japón o dondequiera que se desempeñe, y necesita de seguimiento. Además, su expresión difiere según el torneo, no es lo mismo un certamen largo, como la justa nipona, o nuestras series nacionales, que un Clásico Mundial o unos Juegos Panamericanos, en los cuales las potencialidades hay que ponerlas en función del objetivo en menos apariciones, que, por demás, son siempre decisivas.
El tercero es la capacitación de quienes trabajarían con esas figuras de perspectivas. Es muy reconfortante saber que hombres que nos hicieron vivir momentos inolvidables estén encargados del futuro de nuestra pelota. Ver otra vez en los terrenos a Orestes Kindelán, Antonio Muñoz, Pedro José Rodríguez, Luis Giraldo Casanova, Javier Méndez, Luis Ulacia, Pedro Jova, Carlos Tabares, Ariel Pestano, Juan Manrique, Roger Machado, Germán Mesa, Juan Padilla, Evenecer Godínez, Juan Charles Díaz, Mario Vega, Andrés Ayón, Rogelio García, Julio Romero, Manuel Álvarez, Adiel Palma, Gualberto Quesada, Elizardo Guilart, y a dos emblemas de la dirección de la época dorada de los equipos Cuba, Luis Enrique González y Pedro Pérez, es revivir en los bisoños sus propias hazañas.
Pero, lógicamente, es necesario dotarlos de actualización y de la matriz de donde sale el presente programa, que al decir de Frangel Reynaldo –otro bienvenido regreso a los destinos de la pelota– «transita por los valores técnicos de la preparación de la escuela japonesa y de los fundamentos en el desarrollo del talento de la MLB estadounidense, adaptados a una experiencia que nuestro béisbol ha consolidado, en tanto es una potencia; es decir, ajustando esos saberes externos a nuestra riqueza, que también es profusa y tiene un ganado prestigio internacional».
Según el técnico, la idea es que esas glorias observen a los muchachos y que estos, como parte de los calendarios nacionales, «cuando pasen por sus provincias puedan recibir sus orientaciones en el orden técnico, nunca inmiscuyéndose en la estrategia competitiva de su equipo provincial».
La idea es positiva. Sin embargo, si no cristaliza en una estructura vertical en todo el país, es decir, que cada municipio y provincia tengan la misma identificación a esos niveles, aprovechando las posibilidades que da el reciente convenio Inder-Mined, que permite a los profesores más tiempo con el practicante y lo responsabiliza con su evaluación, la intención corre el riesgo de morir al nacer.
Y como el béisbol es un deporte en el que el patrón técnico se subordina al espectro táctico, es muy importante que la observación en la base ocurra en situaciones de juego, lo cual requiere de un diseño competitivo en esos escalones. Esto también tributaría a un elemento esencial, la motivación, que es el trampolín para un buen espectáculo y soporte de los resultados que esperamos.
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