Pinar del Río se coronó campeón de Cuba guiado por la filosofía de Alfonso Urquiola, mentor sereno, motivador y con mucha carretera en el universo de las bolas y los strikes
Luego de casi dos semanas de duro bregar, con la inoportuna presencia de la lluvia en varias ocasiones, la final beisbolera cubana bajó sus cortinas este miércoles con el sonado triunfo de Pinar del Río, que sumó la décima corona nacional para la provincia.
Despejados un tanto los humos tras la euforia por el tiempo, y con un poco más de calma, nos proponemos analizar paso a paso la discusión del cetro, a la que los Vegueros llegaron luego de vencer en una remontada épica a Industriales. El empuje de los Cocodrilos, con su sólida ronda clasificatoria, así como la rápida eliminación de Villa Clara, campeones defensores, le daban a los rojos renovados impulsos.
Apelando a la memoria, recuerdo perfectamente los estados de opinión antes de comenzar el match definitorio y durante la celebración del mismo. Al principio, la inmensa mayoría se inclinaba por una victoria abultada de los matanceros, tendencia que se fortaleció luego del primer éxito del bando rojo en el parque Victoria de Girón.
Muchos se me acercaron para hablar de barrida, pero el sentido común y las referencias históricas del desempeño vueltabajero en postemporada me indicaban que no sería tan sencillo para los yumurinos llevarse el pastel completo a casa.
En efecto, con mucho tino, concentración e ímpetu, los discípulos de Alfonso Urquiola protagonizaron otra soberana reacción en el segundo pleito, que motivó el cambio casi radical en los pronósticos… ya se vociferaba Pinar campeón.
Con un pitcheo en perfectas condiciones y una baja en la productividad del conjunto dirigido por Víctor Mesa, el viento soplaba a favor de los pistoleros del oeste, que ganaron el tercer desafío y perdieron el cuarto por la mínima, en parte por el gen luchador de los contrarios y por las fallas de su bullpen.
Pero el quinto partido marcó realmente el destino del campeonato, en primer lugar, por la remontada pativerde para empatar y la espectacularidad de la decisión, con el vuelacercas de Osniel Madera, que enfrió a los yumurinos, virtuales ganadores de aquel choque. Además, desde ese día pudo verse la mejor versión del granmense Roel Santos, consolidado como hombre proa, y otros activos de gran peso como Lorenzo Quintana, David Castillo y Luis Alberto Valdés se sumaron a la eficiencia ofensiva de un indetenible William Saavedra, a mi juicio el Jugador Más Valioso de la postemporada.
Para los que ven desde afuera, los errores del alto mando de los Cocodrilos incidieron en ese desenlace, aunque ya desde los partidos previos se notaba que la prisa en extraer a los abridores había lastrado las posibilidades yumurinas en el segundo y tercer encuentros, debilidad manifestada también en las postrimerías del quinto, cuando a falta de tres outs para el triunfo sacaron del box al zurdo Yoanni Yera, el mejor lanzador del conjunto en la lid.
Tras esa victoria, Pinar quedó en una posición inmejorable para alzar el trofeo, en gran medida por su superioridad en la producción ofensiva. Por ejemplo, al terminar aquel pleito dominical los matanceros habían dejado en circulación a 43 hombres, de ellos 26 en posición de anotar, guarismos negativos que no favorecieron en la creación de carreras.
Cierto que Víctor realizó movimientos, buscó variantes, pero sus niveles de acierto resultaron insuficientes frente a un pitcheo con variantes, lo mismo serpentineros controlados y no tan veloces, que otros con envíos supersónicos, sin obviar la presencia de un par de zurdos que dominaron en algunas circunstancias.
En cambio, Urquiola trabajó con más calma y serenidad, y no precisamente por las diferencias de personalidad con su similar, porque el mentor de los Vegueros bien sabe aumentar las revoluciones cuando el guion lo exige. Es válido reconocer que también se equivocó, pero jugó su béisbol, apegado a su libro y sus conceptos, conocedor de las posibilidades y limitaciones de su equipo.
Luego de casi dos semanas de duro bregar, con la inoportuna presencia de la lluvia en varias ocasiones, la final beisbolera cubana bajó sus cortinas este miércoles con el sonado triunfo de Pinar del Río, que sumó la décima corona nacional para la provincia.
Despejados un tanto los humos tras la euforia por el tiempo, y con un poco más de calma, nos proponemos analizar paso a paso la discusión del cetro, a la que los Vegueros llegaron luego de vencer en una remontada épica a Industriales. El empuje de los Cocodrilos, con su sólida ronda clasificatoria, así como la rápida eliminación de Villa Clara, campeones defensores, le daban a los rojos renovados impulsos.
Apelando a la memoria, recuerdo perfectamente los estados de opinión antes de comenzar el match definitorio y durante la celebración del mismo. Al principio, la inmensa mayoría se inclinaba por una victoria abultada de los matanceros, tendencia que se fortaleció luego del primer éxito del bando rojo en el parque Victoria de Girón.
Muchos se me acercaron para hablar de barrida, pero el sentido común y las referencias históricas del desempeño vueltabajero en postemporada me indicaban que no sería tan sencillo para los yumurinos llevarse el pastel completo a casa.
En efecto, con mucho tino, concentración e ímpetu, los discípulos de Alfonso Urquiola protagonizaron otra soberana reacción en el segundo pleito, que motivó el cambio casi radical en los pronósticos… ya se vociferaba Pinar campeón.
Con un pitcheo en perfectas condiciones y una baja en la productividad del conjunto dirigido por Víctor Mesa, el viento soplaba a favor de los pistoleros del oeste, que ganaron el tercer desafío y perdieron el cuarto por la mínima, en parte por el gen luchador de los contrarios y por las fallas de su bullpen.
Pero el quinto partido marcó realmente el destino del campeonato, en primer lugar, por la remontada pativerde para empatar y la espectacularidad de la decisión, con el vuelacercas de Osniel Madera, que enfrió a los yumurinos, virtuales ganadores de aquel choque. Además, desde ese día pudo verse la mejor versión del granmense Roel Santos, consolidado como hombre proa, y otros activos de gran peso como Lorenzo Quintana, David Castillo y Luis Alberto Valdés se sumaron a la eficiencia ofensiva de un indetenible William Saavedra, a mi juicio el Jugador Más Valioso de la postemporada.
Para los que ven desde afuera, los errores del alto mando de los Cocodrilos incidieron en ese desenlace, aunque ya desde los partidos previos se notaba que la prisa en extraer a los abridores había lastrado las posibilidades yumurinas en el segundo y tercer encuentros, debilidad manifestada también en las postrimerías del quinto, cuando a falta de tres outs para el triunfo sacaron del box al zurdo Yoanni Yera, el mejor lanzador del conjunto en la lid.
Tras esa victoria, Pinar quedó en una posición inmejorable para alzar el trofeo, en gran medida por su superioridad en la producción ofensiva. Por ejemplo, al terminar aquel pleito dominical los matanceros habían dejado en circulación a 43 hombres, de ellos 26 en posición de anotar, guarismos negativos que no favorecieron en la creación de carreras.
Cierto que Víctor realizó movimientos, buscó variantes, pero sus niveles de acierto resultaron insuficientes frente a un pitcheo con variantes, lo mismo serpentineros controlados y no tan veloces, que otros con envíos supersónicos, sin obviar la presencia de un par de zurdos que dominaron en algunas circunstancias.
En cambio, Urquiola trabajó con más calma y serenidad, y no precisamente por las diferencias de personalidad con su similar, porque el mentor de los Vegueros bien sabe aumentar las revoluciones cuando el guion lo exige. Es válido reconocer que también se equivocó, pero jugó su béisbol, apegado a su libro y sus conceptos, conocedor de las posibilidades y limitaciones de su equipo.