Hace algunos meses no logré conocer los motivos —si los hubo— que decretaron la exclusión de Vladimir García de la última selección nacional, pero, a mi juicio, si un serpentinero demostró que merecía un puesto en la escuadra de las cuatro letras, ese fue el derecho avileño.
Durante mucho tiempo, sobre todo desde que comenzó a abrir, lo veía solo como un buen lanzador, pero sin nada del otro mundo, tal vez porque no colmaba las expectativas en los duelos realmente decisivos. No obstante, en los playoff de la temporada anterior se vistió de gala y silenció a todos sus detractores, en gran medida porque ganó varios de los partidos más exigentes que tuvieron los Tigres en su camino al subtítulo.
Trabajó como un verdadero as, con cinco victorias en nueve salidas (seis aperturas y tres relevos) y 50 entradas de labor —brazo de hierro—, por lo que a muchos les supo mal su ausencia en el Cuba, la cual no debe repetirse si nos guiamos por sus números en la actual campaña.
Vladimir es líder en carreras limpias (1,78) y los contrarios apenas le promedian 199 en 166 innings y dos tercio, sin olvidar que tan solo ha permitido 19 extrabases. Extraordinario. Sin embargo, prefiero desmarcarme de estos guarismos, muy ilustrativos sin duda, para destacar otros detalles relacionados con su actuación, que la magnifican aún más.
De sus 13 sonrisas, ocho han llegado con ventaja mínima y en total tiene 11 decisiones de este tipo, evidencia de que ha tenido que emplearse a fondo, pues generalmente recibe muy poco apoyo ofensivo, baste decir que en 13 de sus 21 aperturas Ciego de Ávila ha anotado cinco carreras o menos, una especie de maldición que lo persigue.
Con semejante hándicap, el espigado derecho se ha visto obligado a poner el extra en cada lanzamiento y ya acumula diez triunfos a hilo, consciente de que el más mínimo error lo puede condenar.
¿Sus armas? Poderosa recta que sostiene por encima de las 90 millas durante buena parte de los desafíos, slider cortante y un buen cambio de velocidad, además de una muy mejorada ubicación de sus envíos. Precisamente, este último detalle le ha permitido administrarse al punto de completar 11 juegos, con un impresionante promedio de 7,9 entradas lanzadas por partido, virtud muy valorada entre los abridores.
Solo así Vladimir ha logrado convertirse en el mejor lanzador del campeonato y ahora solo le resta demostrarlo a la hora de la verdad, cuando los Tigres lo necesiten…, cuando Cuba lo necesite.
Durante mucho tiempo, sobre todo desde que comenzó a abrir, lo veía solo como un buen lanzador, pero sin nada del otro mundo, tal vez porque no colmaba las expectativas en los duelos realmente decisivos. No obstante, en los playoff de la temporada anterior se vistió de gala y silenció a todos sus detractores, en gran medida porque ganó varios de los partidos más exigentes que tuvieron los Tigres en su camino al subtítulo.
Trabajó como un verdadero as, con cinco victorias en nueve salidas (seis aperturas y tres relevos) y 50 entradas de labor —brazo de hierro—, por lo que a muchos les supo mal su ausencia en el Cuba, la cual no debe repetirse si nos guiamos por sus números en la actual campaña.
Vladimir es líder en carreras limpias (1,78) y los contrarios apenas le promedian 199 en 166 innings y dos tercio, sin olvidar que tan solo ha permitido 19 extrabases. Extraordinario. Sin embargo, prefiero desmarcarme de estos guarismos, muy ilustrativos sin duda, para destacar otros detalles relacionados con su actuación, que la magnifican aún más.
De sus 13 sonrisas, ocho han llegado con ventaja mínima y en total tiene 11 decisiones de este tipo, evidencia de que ha tenido que emplearse a fondo, pues generalmente recibe muy poco apoyo ofensivo, baste decir que en 13 de sus 21 aperturas Ciego de Ávila ha anotado cinco carreras o menos, una especie de maldición que lo persigue.
Con semejante hándicap, el espigado derecho se ha visto obligado a poner el extra en cada lanzamiento y ya acumula diez triunfos a hilo, consciente de que el más mínimo error lo puede condenar.
¿Sus armas? Poderosa recta que sostiene por encima de las 90 millas durante buena parte de los desafíos, slider cortante y un buen cambio de velocidad, además de una muy mejorada ubicación de sus envíos. Precisamente, este último detalle le ha permitido administrarse al punto de completar 11 juegos, con un impresionante promedio de 7,9 entradas lanzadas por partido, virtud muy valorada entre los abridores.
Solo así Vladimir ha logrado convertirse en el mejor lanzador del campeonato y ahora solo le resta demostrarlo a la hora de la verdad, cuando los Tigres lo necesiten…, cuando Cuba lo necesite.