Lo vi caer ante Pinar del Río en el play off de aquella Serie de Oro que parecía la indicada para sus Elefantes… Dos años después espiaba desde el banco la caída de sus muchachos frente a Villa Clara, expulsado por un error arbitral que terminó de hundir las esperanzas de título para el Cienfuegos… Y explotó de rabia luego, otra vez fuera de partido, cuando la 53 Serie Nacional de Béisbol trajo el adiós para su causa en barrida, ausencias, reclamos, incomprensión… Pero nunca, lo puedo asegurar, presencié a un Iday Abreu derrotado.
Por eso no me pareció completa la versión de su salida: no es hombre de renunciar, menos ahora. Su percepción de la ética pertenece a otro tiempo, de esas añoradamente inusuales, y considera una cobardía abandonar a los suyos tras tamaña debacle: “no habría diferencia entre hacer eso y quienes se fueron en una lancha”, me dijo una vez… Entonces, la historia cobraba otro sentido.
Y era casi un suicidio su posición, lo considero así, mas admiro su consecuente forma de vindicar consciencia y legado: voluntades como esa merecen deferencia o, cuando menos, respeto. Sin embargo, ya su nombre no figuraba en las opciones de manager para la venidera campaña… Lo sabían todos, hasta Iday.
Tres años atrás quiso retirarse, dejando en garantía a una manada ganadora y con futuro, y le imploraron permanencia: ¡el béisbol cienfueguero lo necesitaba! Y a estas alturas, cuando decidió quedarse y rehacer el milagro, o intentarlo a lo sumo, consiguió la escurridiza evasiva por respuesta. ¿Ya no lo necesita el béisbol cienfueguero? Complicada lógica.
Los argumentos son bastante razonables: pretenden cuidarlo, refrescarlo, alejarlo de los abucheos del público… Porque los pueblos no tienen memoria, también es cierto y la infalible demostración llegó a estadio desolado cuando la novena perdió el calibre de antaño, cuando la grandeza se redujo a cenizas de una antigua leyenda… La explicación luce aceptable, sin dudas; pero a mí me suena vacía.
En honor a la verdad, fueron equipo y resultados quienes lo mantuvieron en pie ante las conspiraciones: al quebrarse lanza y escudo de golpe, la teoría de la desventaja hizo el resto. Por lo bajo (como suele suceder en estos casos) afloran algunos criterios: las indisciplinas, los abandonos… Y esto último sería una burla a la sensatez, a no ser que nos conformemos con chivos expiatorios y nublemos la percepción de nuestra realidad. Igual: nunca faltarán platos rotos a pagar en el recuento, si bien no alcancen para demeritar la calidad de la vajilla en su conjunto.
Así, mientras el desagravio le merece su personificada réplica de siete maravillas (un Coloso de Cruces a la entrada de la bahía), el hasta ayer líder de la manada verdinegra hoy solo recibe en premio el monótono ulular de sus palomas cada tarde.
Por supuesto, queda confiar en la posteridad: la Historia no inscribe en líneas de inmortalidad nombres ni cargos, sino revoluciones, y de esas Iday Abreu ha sido un excelente protagonista. No creo existan cuestionamientos: después de aquellos primeros Elefantes (sin temerle al referente profesional de cinco campeonatos y dos Series del Caribe) y varias individualidades en las series nacionales, no hay otros sucesos dignos de contarse en mayúsculas hasta las seis últimas temporadas.
Tampoco es una arremetida contra quienes asuman los retos por venir: la sola disposición les avala. Esta generación tiene el empuje necesario para competir con su predecesora y su cuerpo de dirección solo necesita apoyo, muchísimo apoyo. Del trabajo darán fe ellos mismos.
Se despide del dogaut del “5 de Septiembre” quien sobre sus espaldas cargara, cual Atlas, el mundo de las pasiones sureñas. No lo hizo por misiones internacionalistas y tampoco dirigirá equipos de otras provincias, lo dejó claro. No lo planeó de esta forma, pero su concepto de la ética lo supera.
Y lo vi caer muchas veces por el gran pecado de haber llegado más alto que nadie. Y cayó de nuevo en sus intenciones, confiando siempre en el mejoramiento humano…
En ocasiones la vida te demuestra, sin suavidad de matices, la insoportable levedad del ser.
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Iday Abreu: la insoportable levedad del ser

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