Capturarlo fue como cruzar el Niágara en bicicleta. Y es que Orestes Kindelán no es dado a las entrevistas. Razones personales tiene, aunque estas puedan ser controversiales.
Pero en tiempos turbulentos, cuando el béisbol, la principal pasión de la mayoría de los naturales de esta Isla, atraviesa por una crisis de resultados, es casi una obligación escuchar la opinión de este hombre de hablar pausado, correcta dicción y modales ingleses, que marcó un hito blandiendo el bate en disímiles diamantes nacionales y extranjeros.
Cierta dosis de insistencia y esfuerzos amigos propiciaron el inusual encuentro con el Tambor Mayor, máximo jonronero de las series nacionales y quizás, el mejor cuarto bateador de las últimas cinco décadas, que subió de tono en la medida en que, el ahora competente entrenador, entró en confianza, hasta convertirse en verdadero desafío de preguntas y respuestas. ¿El resultado? Lo dejo en sus manos.
“Aquí hay talento, pero el pitcheo ha mermado mucho. Son pocos los que sobrepasan las 90 millas. ¿Con recursos? Tampoco abundan. Solo tiran recta y curva. Su repertorio es limitado. También su estrategia de trabajo no es la mejor.
“Así los bateadores tienen enormes posibilidades de conectar. En cambio, cuando llegan a los eventos internacionales se encuentran rivales que a lo mejor no jugaron Grandes Ligas, pero son verdaderos profesionales.
Se preocupan por estudiar virtudes y defectos para hacerlo bien. Van al detalle, aunque carezcan de ese gran talento, lo que aprenden lo ejecutan con precisión.
“Los nuestros salen a batear, pero la ansiedad provoca el desespero y pierden la zona, no definen, no piensan. Es importante delimitar el área de contacto y el tipo de pitcheo sobre el que vas a conectar.
“En mi tiempo de jugador hablé con varios federativos de otras naciones y ellos coincidían en que ‘los cubanos son buenos porque batean bolas malas y eso es señal de excelente tacto; pero a la vez, son malos porque el lanzador inteligente no tira strikes si le tiras a la mala’.
“Cepeda es el mejor porque define su zona de bateo y no se desespera. Si no le lanzan en ella la deja pasar. Eso solo lo hace él y Michel Enríquez. Son pacientes y se preparan para batear lanzamientos”.
-¿Y cómo lo hizo usted?
-También le tiraba a la mala y me ponchaba, pero estudiaba al contrario en dependencia de la calidad. Tuve la suerte de que en el equipo nacional seguía en la alineación a Pacheco (Antonio) y Linares (Omar).
“Observaba cómo les trabajaban. Si el pitcher tenía éxito contra ellos con un lanzamiento específico, era casi seguro que trataría de dominarme con él. Por eso bateé avisado muchas veces; algo parecido me ocurría en Santiago al ir detrás de Pacheco”.
-¿Cómo asumió ese sistema?
-Cuando empecé no conectaba bien los rompimientos. Entonces había lanzadores muy inteligentes y profesionales. No me tiraban rectas. Me empeñé en superar ese problema y después de hacerlo, ¡le cogí un gusto tal!, que esperaba a que me los tiraran. Pocas veces le iba a la recta. El año que pegué 30 jonrones, alrededor de 25 fueron sobre rompimientos.
“Hacía ejercicios para dar tiempo a que la bola llegará más a home y así definir mejor. Aprendí a batear por zona y tipos de pitcheo. Esperaba recta y si no lo era, la dejaba pasar. Si iba por curva y era otra cosa, no le tiraba. Si esperaba por dentro y era afuera, no le iba. Si esperaba por fuera y no lo era, no hacía swing”.
-Una curiosidad. ¿Por qué retirarse a un paso de sobrepasar la mítica cifra de 500 jonrones?
-Pude llegar y sobrepasarla, pero en la última parte de mi carrera solo jugaba de los 90, entre 50 y 60 partidos. Lesiones y falta de motivación. Agrégale el poco bote de la bola utilizada en la temporada que se sustituyó el bate de aluminio por la madera. Ese año —1998-99— sí jugué completo y apenas conecté nueve. Recuerdo que Iván Correa fue líder con diez. Al sacar cuentas fueron alrededor de 600 turnos perdidos, suficientes para dar 40 jonrones o más.
-¿Y por qué falta de motivación?
-No me tracé metas estadísticas. A veces, cuando llevamos tiempo en una misma actividad se pierden motivaciones. No es lo correcto, pero desgraciadamente sucede.
-¿Se retiró oficialmente?
-No. Al igual que Pacheco, Linares, Ulacia (Luis) y otros. A esta altura no tiene razón hacerlo.
-¿El motivo?
-Todo el mundo calla. Si buscas respuestas no las dan. No sé si es por pena u otra causa. A nadie le interesó entonces y parece que ahora tampoco.
-En torno a su retiro y el de ese grupo que mencionó existen muchas versiones. ¿Cuál es la suya?
-Antes del Mundial de Taipei en 2001 algunos directivos del Inder (Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación) decían que éramos veteranos, que debíamos retirarnos y que éramos problemáticos. En fin…
-¿Qué edad tenía entonces?
- Alrededor de 37, pero estábamos en plenitud de facultades. Fíjate que allí terminamos en el Todos Estrellas, salvo Linares que se lesionó.
-¿Y el porqué del calificativo de problemáticos?
-Porque reclamábamos ante disposiciones equivocadas. Si llevas tiempo en el equipo nacional y sales de Cuba, la representas dignamente y luego regresas, no había por qué limitarnos tantas cosas. Como dijo Víctor (Mesa) en televisión: ‘Desgraciadamente, los que viran pagan por los que se van’. Y eso disgusta.
-¿Cómo se sintieron tras la actuación mundialista?
-Felices porque ganamos y no queríamos irnos de la pelota con el sabor de la derrota en los Juegos Olímpicos de Sydney (Australia 2000). Nos preparamos y al final lo hicimos bien.
“Pero las contrariedades siguieron. Y la gota que colmó la copa cayó al regresar. En el Juego de las Estrellas de Holguín, un dirigente del Inder dijo: ‘Ganamos el mundial, pero con un asilo’. Pacheco y yo decidimos no jugar más en Cuba para evitar un problema mayor. No queríamos empañar nuestra trayectoria. Tal parece que lo hecho veintitantos años no valía”.
-Y… ¿es viejo un atleta que rebase los 30?
-Aquí sí, en el resto del mundo no. La generalidad adquiere experiencia y madurez a partir de los 27, 28 años. Está estudiado que la capacidad de análisis y respuesta es superior. En Grandes Ligas, por regla, la maestría se alcanza en la medida en que te acercas a los 30 años. A no ser los extraclases, quienes despuntan desde bien temprano, 24 o 25 años. Pero esos no abundan.
-A mediados de los 90 se adopta la política de retirar a los “experimentados”. ¿Qué opina de aquella estrategia?
-Una decisión mal tomada… y dejó secuelas. Las estrellas engrandecen el espectáculo y ayudan a los nuevos con su experiencia. La afición va al estadio a verlos. Lo peor es que los nuevos piensan: ¿qué me pasará a mí cuando llegue a esa edad? Luego decimos que no debió ser así, pero ya se hizo.
-Y después de esos inconvenientes al final de su carrera, ¿por qué se convirtió en entrenador?
-Tres temporadas jugamos Pacheco y yo en la liga empresarial de Japón. La última, antes de partir, nos propusieron la dirección del equipo. Pacheco de manager y yo de entrenador. Fue sorpresivo. No estábamos preparados, pero le informamos que nos incorporaríamos al regresar.
“Pacheco organizó el entrenamiento y dejó a Luis Danilo (Larduet) al frente del grupo. Al retornar se habían efectuado alrededor de 15 juegos y lideraban. La racha se mantuvo y fuimos campeones. En los primeros cuatro años estuvimos en las finales. Ganamos tres y perdimos una con Industriales”.
-¿Le gusta esta nueva faceta de su vida?
-Es lo que sé hacer. A esta altura ya no puedo dedicarme a otra cosa.
-¿Coincide con el criterio de algunos directores entrevistados por BOHEMIA de que los peloteros en la actualidad llegan a la Serie Nacional con deficiencias técnicas?
-Tienen talento, pero muchos no saben regarse en bases ni coger señas. Se colocan mal a la hora de realizar las asistencias; la manera de ejecutar el swing no es correcta. Al unirlos concluyes que sí llegan con defectos.
-Dicen que trata que lo imiten. ¿Qué hay de cierto o falso en esos comentarios?
A medida que el diálogo fluyó, el ambiente se distendió
-Soy exigente. Más al ver peloteros con posibilidades. Conversas con ellos y a la hora, en el juego, lo hacen mal. Y eso molesta, da la sensación de que no te escuchan. Lo más malo es que al preguntarles qué falló no tienen respuesta. Y si la dan ni se parece a lo que tienes en mente.
“Aunque se molesten es nuestra obligación corregirlos, para eso estamos. No es buen entrenador aquel que no corrija, no reclame y no requiera a sus alumnos por las cosas mal hechas. Todo con mucho respeto”.
-¿Y cómo es ese trabajo en el equipo nacional?
-No es difícil. Ahí se reúnen los peloteros de mayor calidad. Y es muy reconfortante que los más jóvenes se acerquen y pregunten. Tener la posibilidad de compartir ideas, criterios y enseñarles lo que aprendí jugando, viendo a otros, escuchando las trasmisiones o leyendo.
-¿Cuáles son sus valoraciones sobre las últimas actuaciones del Cuba?
-Antes se topaba contra Japón, Estados Unidos, Nicaragua, Venezuela. Se entrenaba en México y se confrontaba a peloteros experimentados de la Liga del Pacífico. Jugabas y aprendías a batear lanzamientos casi desconocidos, con rotaciones diferentes. Enfrentabas otros conceptos. Aquello daba la posibilidad de rivalizar sin tanta presión, probar estrategias de bateo, etcétera.
“Es por eso que llegábamos con una base y la competencia se hacía fácil. Por mucha calidad que tuvieran los contrarios había mucha confianza. En los últimos años se ha perdido. El equipo Cuba no topa”.
-¿Se escautea a los rivales en las justas internacionales?
-Sí, siempre se hace. El colectivo técnico es el encargado de chequear los partidos. Aunque es insuficiente, mientras más conozcas al rival más sencillo será vencerlo. Antes era más fácil, topábamos contra los equipos que después íbamos a enfrentar. Ellos nos conocían y nosotros a ellos.
-¿Hasta qué punto los medios audiovisuales influyen en el desarrollo de la cultura beisbolera de peloteros y aficionados?
-A veces por televisión dicen que la zona de Cuba es igual a la internacional. Es incierto. En Grandes Ligas es más amplia verticalmente. Como debe ser. Aquí aumenta en dirección horizontal. Eso crea malos hábitos a los peloteros. Se acostumbran a tirarles a bolas malas y les cantan strike de no hacerlo. También perjudica a los lanzadores que buscan esa zona, pero en el extranjero no se las cantan.
-Entonces, hablamos del arbitraje. ¿Qué estima al respecto?
-Yerran demasiado y lo peor es que están definiendo encuentros. Tienen más carácter que nadie y ninguno se equivoca. El atleta tiene que tragar y es natural que se incomoden porque los árbitros no pueden ser los protagonistas.
-A propósito, ¿su versión de lo qué ocurrió entre Kindelán y los medios audiovisuales?
-Todo comenzó antes de los Juegos Panamericanos de Indianápolis, en 1987. Entonces topamos acá contra los norteamericanos y fallé en 12 turnos. Aquel era el conjunto de Jim Abbot, Chris Carpenter, Tino Martínez y otros que luego fueron estrellas en Grandes Ligas.
“A raíz de eso comenzaron los comentarios de que no debía hacer el grado. Por suerte lo hice; abrí de cuarto bate y designado en Indianápolis. El primer día bateé de 5×5, incluido dos jonrones. Finalmente, fui líder en impulsadas y cuadrangulares. Al regresar dediqué esas faenas a quienes desconfiaron.
“Luego en el preolímpico de Edmonton (1995) comencé como suplente porque estuve mal en la preparación. Ahí empezaron a decir que hacía rato necesitaba de bancoterapia. En el segundo partido salí de emergente con las bases llenas contra Nicaragua —íbamos perdiendo 7×2— y di jonrón.
Terminé de titular en el jardín derecho. En el siguiente torneo, que fue aquí, continué encendido. Ahí vinieron a entrevistarme y les contesté que no, que no podían hablar de mí, bien o mal, según les conviniera a ellos.
“Una entrevista que me hizo Rolando Ramos Jr, que entonces empezaba en la radio en Santiago, acabó de desatar la polémica. A partir de ahí empezaron a decir en las transmisiones: ‘Ahí viene el cuarto bate’. No mencionaban mi nombre.
“La prensa viene y quita; cambia a este, al otro. Dicen que si viejos y que hay que darles chance a los que vienen atrás, y me pregunto ¿ellos a quién le dan chance? Ellos juzgan a todo el mundo y ¿quién los juzga a ellos? ¿La escuela de comentaristas deportivos de Cuba dónde está?”
-Las victorias internacionales de su generación son minimizadas porque no enfrentaron a los mejores peloteros del mundo. Ahora existe el Clásico y la oportunidad de topar contra los más capaces beisbolistas rentados. ¿Cree que hubieran podido enfrentarlos con acierto?
-Sí. Aparecemos en todos los récords de la pelota cubana. Vencimos en la mayoría de los eventos; es clara muestra de que se trabajó bien. Únicamente no tuvimos la dicha de participar en uno de los Clásicos. De hacerlo, podíamos haber perdido en el primer juego o no clasificar, pero entonces había suficiente calidad para enfrentar a cualquiera. En aquel tiempo el pitcheo de aquí no tenía nada que ver con el de hoy. Eran tres, cuatro y hasta cinco lanzadores de categoría por equipo. Incluso, en la Selectiva se sentía más rigor, que en algunas lides internacionales.
-¿Lo que más le impresionó de las ligas mayores?
-La preparación mental para afrontar el juego. Casi siempre están concentrados, tengan o no resultados.
-¿A qué distancia estamos de ese béisbol, del japonés y el sudcoreano, entre los mejores en la actualidad?
-No estamos lejos de la realidad, pero se complica acercarnos. No hacemos lo que se debe: compenetrarnos y jugar. Aunque se decida mañana que no existe posibilidad alguna de incursionar en otras ligas, es imprescindible topar.
-¿Y sería inapropiado la inserción en otras ligas, más ahora que las justas en el exterior serán escasas?
-Al contrario, sería bueno. Siempre y cuando sea organizado. Que se defina lo que se quiere y por qué se va a hacer. Que los peloteros concienticen por qué participan y cuál será su contribución al desarrollo del béisbol cubano. No tiene sentido que solo jueguen para cumplir un contrato.
-¿Sería oportuno retornar a la Serie del Caribe?
-Claro, pero llevan años invitándonos y nunca participamos. En mi época también lo hicieron varias veces.
-¿Qué puede comentar sobre la polémica en torno a la dirección del combinado mayor?
-El director no puede ser diferente año tras año. Tantos modos de actuar, pensar y concebir el béisbol afectan la compenetración entrenador-atleta. Debe buscarse alguien capacitado, que además, logre empatía con sus pupilos, sepa hablarles y ayudarles. Los directores no pueden ser por caprichos.
-¿Cuánto influyeron los directores en los últimos resultados de la selección nacional?
-No han determinado. En las victorias y las derrotas los que salen al campo son los atletas. Los técnicos estudian, analizan y les explican la manera más sencilla de resolver los problemas. Pero a veces a algunos peloteros no les salen bien las cosas. Otros van y no lo hacen.
-¿Cuál sería la frecuencia ideal para mantener un manager?
-Cuatro años. Daría tiempo de trabajar. No obstante, hay que velar por el resultado, no vaya a ser que sea demasiado malo. Ese intervalo daría margen de acción; y no creo que deba ser obligatorio ganar en la Serie Nacional.
-¿Los equipos Cuba en la décadas de los 80 y 90 eran tan compactos por la unidad de la plantilla?
-El tiempo de convivencia estrecha lazos. Conoces mejor a tus compañeros, al director. Qué les gusta y qué no, y hasta cómo puedes complacerlos. Llegó el momento en que éramos una gran familia.
-¿Sugerencias para enfrentar el III Clásico?
-Definir qué queremos hacer y cómo. Dejarles a los técnicos que determinen quiénes deben jugar. “¡Ah!, hay que darle más libertad a la Comisión para que planifiquen topes y se concreten, para que el béisbol ande, porque nos estamos quedando atrás”.
Por Damián D’AVERHOFF (Bohemia)
Pero en tiempos turbulentos, cuando el béisbol, la principal pasión de la mayoría de los naturales de esta Isla, atraviesa por una crisis de resultados, es casi una obligación escuchar la opinión de este hombre de hablar pausado, correcta dicción y modales ingleses, que marcó un hito blandiendo el bate en disímiles diamantes nacionales y extranjeros.
Cierta dosis de insistencia y esfuerzos amigos propiciaron el inusual encuentro con el Tambor Mayor, máximo jonronero de las series nacionales y quizás, el mejor cuarto bateador de las últimas cinco décadas, que subió de tono en la medida en que, el ahora competente entrenador, entró en confianza, hasta convertirse en verdadero desafío de preguntas y respuestas. ¿El resultado? Lo dejo en sus manos.
“Aquí hay talento, pero el pitcheo ha mermado mucho. Son pocos los que sobrepasan las 90 millas. ¿Con recursos? Tampoco abundan. Solo tiran recta y curva. Su repertorio es limitado. También su estrategia de trabajo no es la mejor.
“Así los bateadores tienen enormes posibilidades de conectar. En cambio, cuando llegan a los eventos internacionales se encuentran rivales que a lo mejor no jugaron Grandes Ligas, pero son verdaderos profesionales.
Se preocupan por estudiar virtudes y defectos para hacerlo bien. Van al detalle, aunque carezcan de ese gran talento, lo que aprenden lo ejecutan con precisión.
“Los nuestros salen a batear, pero la ansiedad provoca el desespero y pierden la zona, no definen, no piensan. Es importante delimitar el área de contacto y el tipo de pitcheo sobre el que vas a conectar.
“En mi tiempo de jugador hablé con varios federativos de otras naciones y ellos coincidían en que ‘los cubanos son buenos porque batean bolas malas y eso es señal de excelente tacto; pero a la vez, son malos porque el lanzador inteligente no tira strikes si le tiras a la mala’.
“Cepeda es el mejor porque define su zona de bateo y no se desespera. Si no le lanzan en ella la deja pasar. Eso solo lo hace él y Michel Enríquez. Son pacientes y se preparan para batear lanzamientos”.
-¿Y cómo lo hizo usted?
-También le tiraba a la mala y me ponchaba, pero estudiaba al contrario en dependencia de la calidad. Tuve la suerte de que en el equipo nacional seguía en la alineación a Pacheco (Antonio) y Linares (Omar).
“Observaba cómo les trabajaban. Si el pitcher tenía éxito contra ellos con un lanzamiento específico, era casi seguro que trataría de dominarme con él. Por eso bateé avisado muchas veces; algo parecido me ocurría en Santiago al ir detrás de Pacheco”.
-¿Cómo asumió ese sistema?
-Cuando empecé no conectaba bien los rompimientos. Entonces había lanzadores muy inteligentes y profesionales. No me tiraban rectas. Me empeñé en superar ese problema y después de hacerlo, ¡le cogí un gusto tal!, que esperaba a que me los tiraran. Pocas veces le iba a la recta. El año que pegué 30 jonrones, alrededor de 25 fueron sobre rompimientos.
“Hacía ejercicios para dar tiempo a que la bola llegará más a home y así definir mejor. Aprendí a batear por zona y tipos de pitcheo. Esperaba recta y si no lo era, la dejaba pasar. Si iba por curva y era otra cosa, no le tiraba. Si esperaba por dentro y era afuera, no le iba. Si esperaba por fuera y no lo era, no hacía swing”.
-Una curiosidad. ¿Por qué retirarse a un paso de sobrepasar la mítica cifra de 500 jonrones?
-Pude llegar y sobrepasarla, pero en la última parte de mi carrera solo jugaba de los 90, entre 50 y 60 partidos. Lesiones y falta de motivación. Agrégale el poco bote de la bola utilizada en la temporada que se sustituyó el bate de aluminio por la madera. Ese año —1998-99— sí jugué completo y apenas conecté nueve. Recuerdo que Iván Correa fue líder con diez. Al sacar cuentas fueron alrededor de 600 turnos perdidos, suficientes para dar 40 jonrones o más.
-¿Y por qué falta de motivación?
-No me tracé metas estadísticas. A veces, cuando llevamos tiempo en una misma actividad se pierden motivaciones. No es lo correcto, pero desgraciadamente sucede.
-¿Se retiró oficialmente?
-No. Al igual que Pacheco, Linares, Ulacia (Luis) y otros. A esta altura no tiene razón hacerlo.
-¿El motivo?
-Todo el mundo calla. Si buscas respuestas no las dan. No sé si es por pena u otra causa. A nadie le interesó entonces y parece que ahora tampoco.
-En torno a su retiro y el de ese grupo que mencionó existen muchas versiones. ¿Cuál es la suya?
-Antes del Mundial de Taipei en 2001 algunos directivos del Inder (Instituto Nacional de Deportes, Educación Física y Recreación) decían que éramos veteranos, que debíamos retirarnos y que éramos problemáticos. En fin…
-¿Qué edad tenía entonces?
- Alrededor de 37, pero estábamos en plenitud de facultades. Fíjate que allí terminamos en el Todos Estrellas, salvo Linares que se lesionó.
-¿Y el porqué del calificativo de problemáticos?
-Porque reclamábamos ante disposiciones equivocadas. Si llevas tiempo en el equipo nacional y sales de Cuba, la representas dignamente y luego regresas, no había por qué limitarnos tantas cosas. Como dijo Víctor (Mesa) en televisión: ‘Desgraciadamente, los que viran pagan por los que se van’. Y eso disgusta.
-¿Cómo se sintieron tras la actuación mundialista?
-Felices porque ganamos y no queríamos irnos de la pelota con el sabor de la derrota en los Juegos Olímpicos de Sydney (Australia 2000). Nos preparamos y al final lo hicimos bien.
“Pero las contrariedades siguieron. Y la gota que colmó la copa cayó al regresar. En el Juego de las Estrellas de Holguín, un dirigente del Inder dijo: ‘Ganamos el mundial, pero con un asilo’. Pacheco y yo decidimos no jugar más en Cuba para evitar un problema mayor. No queríamos empañar nuestra trayectoria. Tal parece que lo hecho veintitantos años no valía”.
-Y… ¿es viejo un atleta que rebase los 30?
-Aquí sí, en el resto del mundo no. La generalidad adquiere experiencia y madurez a partir de los 27, 28 años. Está estudiado que la capacidad de análisis y respuesta es superior. En Grandes Ligas, por regla, la maestría se alcanza en la medida en que te acercas a los 30 años. A no ser los extraclases, quienes despuntan desde bien temprano, 24 o 25 años. Pero esos no abundan.
-A mediados de los 90 se adopta la política de retirar a los “experimentados”. ¿Qué opina de aquella estrategia?
-Una decisión mal tomada… y dejó secuelas. Las estrellas engrandecen el espectáculo y ayudan a los nuevos con su experiencia. La afición va al estadio a verlos. Lo peor es que los nuevos piensan: ¿qué me pasará a mí cuando llegue a esa edad? Luego decimos que no debió ser así, pero ya se hizo.
-Y después de esos inconvenientes al final de su carrera, ¿por qué se convirtió en entrenador?
-Tres temporadas jugamos Pacheco y yo en la liga empresarial de Japón. La última, antes de partir, nos propusieron la dirección del equipo. Pacheco de manager y yo de entrenador. Fue sorpresivo. No estábamos preparados, pero le informamos que nos incorporaríamos al regresar.
“Pacheco organizó el entrenamiento y dejó a Luis Danilo (Larduet) al frente del grupo. Al retornar se habían efectuado alrededor de 15 juegos y lideraban. La racha se mantuvo y fuimos campeones. En los primeros cuatro años estuvimos en las finales. Ganamos tres y perdimos una con Industriales”.
-¿Le gusta esta nueva faceta de su vida?
-Es lo que sé hacer. A esta altura ya no puedo dedicarme a otra cosa.
-¿Coincide con el criterio de algunos directores entrevistados por BOHEMIA de que los peloteros en la actualidad llegan a la Serie Nacional con deficiencias técnicas?
-Tienen talento, pero muchos no saben regarse en bases ni coger señas. Se colocan mal a la hora de realizar las asistencias; la manera de ejecutar el swing no es correcta. Al unirlos concluyes que sí llegan con defectos.
-Dicen que trata que lo imiten. ¿Qué hay de cierto o falso en esos comentarios?
A medida que el diálogo fluyó, el ambiente se distendió
-Soy exigente. Más al ver peloteros con posibilidades. Conversas con ellos y a la hora, en el juego, lo hacen mal. Y eso molesta, da la sensación de que no te escuchan. Lo más malo es que al preguntarles qué falló no tienen respuesta. Y si la dan ni se parece a lo que tienes en mente.
“Aunque se molesten es nuestra obligación corregirlos, para eso estamos. No es buen entrenador aquel que no corrija, no reclame y no requiera a sus alumnos por las cosas mal hechas. Todo con mucho respeto”.
-¿Y cómo es ese trabajo en el equipo nacional?
-No es difícil. Ahí se reúnen los peloteros de mayor calidad. Y es muy reconfortante que los más jóvenes se acerquen y pregunten. Tener la posibilidad de compartir ideas, criterios y enseñarles lo que aprendí jugando, viendo a otros, escuchando las trasmisiones o leyendo.
-¿Cuáles son sus valoraciones sobre las últimas actuaciones del Cuba?
-Antes se topaba contra Japón, Estados Unidos, Nicaragua, Venezuela. Se entrenaba en México y se confrontaba a peloteros experimentados de la Liga del Pacífico. Jugabas y aprendías a batear lanzamientos casi desconocidos, con rotaciones diferentes. Enfrentabas otros conceptos. Aquello daba la posibilidad de rivalizar sin tanta presión, probar estrategias de bateo, etcétera.
“Es por eso que llegábamos con una base y la competencia se hacía fácil. Por mucha calidad que tuvieran los contrarios había mucha confianza. En los últimos años se ha perdido. El equipo Cuba no topa”.
-¿Se escautea a los rivales en las justas internacionales?
-Sí, siempre se hace. El colectivo técnico es el encargado de chequear los partidos. Aunque es insuficiente, mientras más conozcas al rival más sencillo será vencerlo. Antes era más fácil, topábamos contra los equipos que después íbamos a enfrentar. Ellos nos conocían y nosotros a ellos.
-¿Hasta qué punto los medios audiovisuales influyen en el desarrollo de la cultura beisbolera de peloteros y aficionados?
-A veces por televisión dicen que la zona de Cuba es igual a la internacional. Es incierto. En Grandes Ligas es más amplia verticalmente. Como debe ser. Aquí aumenta en dirección horizontal. Eso crea malos hábitos a los peloteros. Se acostumbran a tirarles a bolas malas y les cantan strike de no hacerlo. También perjudica a los lanzadores que buscan esa zona, pero en el extranjero no se las cantan.
-Entonces, hablamos del arbitraje. ¿Qué estima al respecto?
-Yerran demasiado y lo peor es que están definiendo encuentros. Tienen más carácter que nadie y ninguno se equivoca. El atleta tiene que tragar y es natural que se incomoden porque los árbitros no pueden ser los protagonistas.
-A propósito, ¿su versión de lo qué ocurrió entre Kindelán y los medios audiovisuales?
-Todo comenzó antes de los Juegos Panamericanos de Indianápolis, en 1987. Entonces topamos acá contra los norteamericanos y fallé en 12 turnos. Aquel era el conjunto de Jim Abbot, Chris Carpenter, Tino Martínez y otros que luego fueron estrellas en Grandes Ligas.
“A raíz de eso comenzaron los comentarios de que no debía hacer el grado. Por suerte lo hice; abrí de cuarto bate y designado en Indianápolis. El primer día bateé de 5×5, incluido dos jonrones. Finalmente, fui líder en impulsadas y cuadrangulares. Al regresar dediqué esas faenas a quienes desconfiaron.
“Luego en el preolímpico de Edmonton (1995) comencé como suplente porque estuve mal en la preparación. Ahí empezaron a decir que hacía rato necesitaba de bancoterapia. En el segundo partido salí de emergente con las bases llenas contra Nicaragua —íbamos perdiendo 7×2— y di jonrón.
Terminé de titular en el jardín derecho. En el siguiente torneo, que fue aquí, continué encendido. Ahí vinieron a entrevistarme y les contesté que no, que no podían hablar de mí, bien o mal, según les conviniera a ellos.
“Una entrevista que me hizo Rolando Ramos Jr, que entonces empezaba en la radio en Santiago, acabó de desatar la polémica. A partir de ahí empezaron a decir en las transmisiones: ‘Ahí viene el cuarto bate’. No mencionaban mi nombre.
“La prensa viene y quita; cambia a este, al otro. Dicen que si viejos y que hay que darles chance a los que vienen atrás, y me pregunto ¿ellos a quién le dan chance? Ellos juzgan a todo el mundo y ¿quién los juzga a ellos? ¿La escuela de comentaristas deportivos de Cuba dónde está?”
-Las victorias internacionales de su generación son minimizadas porque no enfrentaron a los mejores peloteros del mundo. Ahora existe el Clásico y la oportunidad de topar contra los más capaces beisbolistas rentados. ¿Cree que hubieran podido enfrentarlos con acierto?
-Sí. Aparecemos en todos los récords de la pelota cubana. Vencimos en la mayoría de los eventos; es clara muestra de que se trabajó bien. Únicamente no tuvimos la dicha de participar en uno de los Clásicos. De hacerlo, podíamos haber perdido en el primer juego o no clasificar, pero entonces había suficiente calidad para enfrentar a cualquiera. En aquel tiempo el pitcheo de aquí no tenía nada que ver con el de hoy. Eran tres, cuatro y hasta cinco lanzadores de categoría por equipo. Incluso, en la Selectiva se sentía más rigor, que en algunas lides internacionales.
-¿Lo que más le impresionó de las ligas mayores?
-La preparación mental para afrontar el juego. Casi siempre están concentrados, tengan o no resultados.
-¿A qué distancia estamos de ese béisbol, del japonés y el sudcoreano, entre los mejores en la actualidad?
-No estamos lejos de la realidad, pero se complica acercarnos. No hacemos lo que se debe: compenetrarnos y jugar. Aunque se decida mañana que no existe posibilidad alguna de incursionar en otras ligas, es imprescindible topar.
-¿Y sería inapropiado la inserción en otras ligas, más ahora que las justas en el exterior serán escasas?
-Al contrario, sería bueno. Siempre y cuando sea organizado. Que se defina lo que se quiere y por qué se va a hacer. Que los peloteros concienticen por qué participan y cuál será su contribución al desarrollo del béisbol cubano. No tiene sentido que solo jueguen para cumplir un contrato.
-¿Sería oportuno retornar a la Serie del Caribe?
-Claro, pero llevan años invitándonos y nunca participamos. En mi época también lo hicieron varias veces.
-¿Qué puede comentar sobre la polémica en torno a la dirección del combinado mayor?
-El director no puede ser diferente año tras año. Tantos modos de actuar, pensar y concebir el béisbol afectan la compenetración entrenador-atleta. Debe buscarse alguien capacitado, que además, logre empatía con sus pupilos, sepa hablarles y ayudarles. Los directores no pueden ser por caprichos.
-¿Cuánto influyeron los directores en los últimos resultados de la selección nacional?
-No han determinado. En las victorias y las derrotas los que salen al campo son los atletas. Los técnicos estudian, analizan y les explican la manera más sencilla de resolver los problemas. Pero a veces a algunos peloteros no les salen bien las cosas. Otros van y no lo hacen.
-¿Cuál sería la frecuencia ideal para mantener un manager?
-Cuatro años. Daría tiempo de trabajar. No obstante, hay que velar por el resultado, no vaya a ser que sea demasiado malo. Ese intervalo daría margen de acción; y no creo que deba ser obligatorio ganar en la Serie Nacional.
-¿Los equipos Cuba en la décadas de los 80 y 90 eran tan compactos por la unidad de la plantilla?
-El tiempo de convivencia estrecha lazos. Conoces mejor a tus compañeros, al director. Qué les gusta y qué no, y hasta cómo puedes complacerlos. Llegó el momento en que éramos una gran familia.
-¿Sugerencias para enfrentar el III Clásico?
-Definir qué queremos hacer y cómo. Dejarles a los técnicos que determinen quiénes deben jugar. “¡Ah!, hay que darle más libertad a la Comisión para que planifiquen topes y se concreten, para que el béisbol ande, porque nos estamos quedando atrás”.
Por Damián D’AVERHOFF (Bohemia)
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