Nadie olvida cómo llegaron hasta aquí y precisamente por recordarlo es que resulta más doloroso el desenlace final. Fue una buena campaña para los Elefantes de Cienfuegos, sin lugar a dudas; pero el cierre, esa última impresión de la temporada, no les hizo la justicia debida.
Y esta vez la clasificación no era una misión imposible: de hecho, por un momento fueron el equipo con mayores posibilidades de hacerse con el octavo boleto a la siguiente fase. Tenían por delante más juegos –nueve, cuando los demás esperaban seis- y con rivales (Sancti Spíritus, Mayabeque y Artemisa), en teoría, menos exigentes. En teoría.
Ahora vuelven a tema las subserie perdidas en Holguín, las barridas en Guantánamo o la Isla de la Juventud en busca de una respuesta a lo sucedido. Pero superaron cada uno de esos tropiezos y, si bien fue la derrota en el segundo choque contra los Huracanes la sentencia de las esperanzas, en realidad llegó antes, con el escobazo de los Gallos espirituanos. Así de temprano se les hizo tarde, como dirían los comentaristas mayabequenses. Luego, era historia escrita.
Cojearon -y con mayor fuerza en las recientes salidas- de su Talón de Aquiles, el pitcheo. La ofensiva respondió y también la defensa, incluso superando sus posibilidades reales; pero la desventaja los rebasaba y en ocasiones con creces. Cuando explotaba el abridor –o decidían por fin sacarlo del montículo, es la otra- la onda expansiva oscurecía el panorama.
Resultó más complicado equiparar los scores cuando la presión fue el décimo jugador sobre el terreno. Por si no bastaran males, estuvieron fatales, sin ánimos de justificación: los batazos de frente, los mejores fildeos en su contra, los lanzadores rivales -apaleados antes- convertidos en héroes… Desde fuera, la impotencia era enorme; desde adentro, de seguro lo vivieron peor.
El tema carretera fue otra constante, justo cuando enfrentaban a los oponentes de menor calibre: no hubo forma de rodar airosos. En cambio, se crecieron en el “5 de Septiembre”, haciendo barritar al elefante contra los equipos “duros” y a los ojos de sus seguidores, a quienes les devolvieron el gozo de la pasión nacional en casa.
Por eso es comprensible la parte de insatisfacción de los aficionados y buena, muy buena: les importa el equipo, la mayor victoria hasta la fecha. Hacía varios años no se escuchaba una transmisión de béisbol en las calles y la agonía contra los espirituanos fue un pesar repetido cuadra tras cuadra, esquina tras esquina. Incluso amplificaron el suplicio contra Mayabeque, cuando solo quedaba la lealtad, pues las posibilidades pintaban negras, con leves pespuntes verdes.
Sin embargo, fue un mejor año, no solo respecto al pasado, sino con la imagen de los verdinegros sobre el terreno. Por fin cuajó un equipo, con roles y protagónicos a disposición, con el añorado balance de experiencia y juventud, con la armonía de un juego colectivo. De hecho, hoy se puede hablar de deficiencias o moralejas gracias a esa columna vertebral.
Las comparaciones no funcionan con exactitud –no es la misma novena ni contexto- mas, cuantificando hechos, superaron el número de éxitos previos, 16-23 entonces y 19-23 ahora, con opciones de mejorarlos por los tres desafíos todavía en suspenso frente a Artemisa. Y los van a celebrar al término del Premier 12, por diversos motivos.
En lo colectivo, algunos elencos necesitan los pendientes para clasificar o para subir su ubicación de cara a la segunda ronda. En lo individual, quedan liderazgos por definir y turnos al bate para completar el estímulo del sistema salarial del campeonato. Ojalá esta vez, quienes lo consigan, no demoren meses en cobrar su dinero.
El problema con el béisbol es que nunca sabemos cuándo será la próxima oportunidad, por más talento o brillante futuro de un equipo. Con esta ya desestimada -no así sus lecciones a futuro- toca confiar en mañana. El hoy inspira confianza y ya eso es un gran avance.
De momento, quedamos para refuerzos, con varias opciones en lista. El resto dependerá de las necesidades de los selectores.
Y esta vez la clasificación no era una misión imposible: de hecho, por un momento fueron el equipo con mayores posibilidades de hacerse con el octavo boleto a la siguiente fase. Tenían por delante más juegos –nueve, cuando los demás esperaban seis- y con rivales (Sancti Spíritus, Mayabeque y Artemisa), en teoría, menos exigentes. En teoría.
Ahora vuelven a tema las subserie perdidas en Holguín, las barridas en Guantánamo o la Isla de la Juventud en busca de una respuesta a lo sucedido. Pero superaron cada uno de esos tropiezos y, si bien fue la derrota en el segundo choque contra los Huracanes la sentencia de las esperanzas, en realidad llegó antes, con el escobazo de los Gallos espirituanos. Así de temprano se les hizo tarde, como dirían los comentaristas mayabequenses. Luego, era historia escrita.
Cojearon -y con mayor fuerza en las recientes salidas- de su Talón de Aquiles, el pitcheo. La ofensiva respondió y también la defensa, incluso superando sus posibilidades reales; pero la desventaja los rebasaba y en ocasiones con creces. Cuando explotaba el abridor –o decidían por fin sacarlo del montículo, es la otra- la onda expansiva oscurecía el panorama.
Resultó más complicado equiparar los scores cuando la presión fue el décimo jugador sobre el terreno. Por si no bastaran males, estuvieron fatales, sin ánimos de justificación: los batazos de frente, los mejores fildeos en su contra, los lanzadores rivales -apaleados antes- convertidos en héroes… Desde fuera, la impotencia era enorme; desde adentro, de seguro lo vivieron peor.
El tema carretera fue otra constante, justo cuando enfrentaban a los oponentes de menor calibre: no hubo forma de rodar airosos. En cambio, se crecieron en el “5 de Septiembre”, haciendo barritar al elefante contra los equipos “duros” y a los ojos de sus seguidores, a quienes les devolvieron el gozo de la pasión nacional en casa.
Por eso es comprensible la parte de insatisfacción de los aficionados y buena, muy buena: les importa el equipo, la mayor victoria hasta la fecha. Hacía varios años no se escuchaba una transmisión de béisbol en las calles y la agonía contra los espirituanos fue un pesar repetido cuadra tras cuadra, esquina tras esquina. Incluso amplificaron el suplicio contra Mayabeque, cuando solo quedaba la lealtad, pues las posibilidades pintaban negras, con leves pespuntes verdes.
Sin embargo, fue un mejor año, no solo respecto al pasado, sino con la imagen de los verdinegros sobre el terreno. Por fin cuajó un equipo, con roles y protagónicos a disposición, con el añorado balance de experiencia y juventud, con la armonía de un juego colectivo. De hecho, hoy se puede hablar de deficiencias o moralejas gracias a esa columna vertebral.
Las comparaciones no funcionan con exactitud –no es la misma novena ni contexto- mas, cuantificando hechos, superaron el número de éxitos previos, 16-23 entonces y 19-23 ahora, con opciones de mejorarlos por los tres desafíos todavía en suspenso frente a Artemisa. Y los van a celebrar al término del Premier 12, por diversos motivos.
En lo colectivo, algunos elencos necesitan los pendientes para clasificar o para subir su ubicación de cara a la segunda ronda. En lo individual, quedan liderazgos por definir y turnos al bate para completar el estímulo del sistema salarial del campeonato. Ojalá esta vez, quienes lo consigan, no demoren meses en cobrar su dinero.
El problema con el béisbol es que nunca sabemos cuándo será la próxima oportunidad, por más talento o brillante futuro de un equipo. Con esta ya desestimada -no así sus lecciones a futuro- toca confiar en mañana. El hoy inspira confianza y ya eso es un gran avance.
De momento, quedamos para refuerzos, con varias opciones en lista. El resto dependerá de las necesidades de los selectores.