A juzgar por los números que dejaron los ocho partidos iniciales, la jornada inaugural de la quinta Serie Nacional Sub-23 debe haber sido tortuosa para los pocos aficionados beisboleros (solo en un estadio se registró asistencia superior a 500 espectadores, según el sitio de la Federación Cubana) que decidieron seguir las acciones del torneo.
Tres duelos terminaron por fuera de combate, otro por supernocao, 99 hombres se embasaron por boletos y pelotazos (a razón de 12,3 por encuentro), 128 quedaron esperando en las almohadillas por un remolque, se pegaron solo cuatro jonrones y se cometieron 29 errores, cuadro estadístico fatal que debe cambiar por completo si se pretende llamar la atención del público.
Si analizamos de manera individual cada uno de los factores mencionados anteriormente, coincidiremos en que tienen incidencia negativa en los destinos del juego, pero la combinación de cada uno de ellos nos coloca ante un panorama mucho peor.
Por ejemplo, supondríamos que, con tantos errores defensivos y deficiencias en el control de los lanzadores, la producción de carreras sería notable, pues los bateadores cuentan con más oportunidades de impulsar. Sin embargo, esa idea es errónea dada la ya expandida ausencia de poder y la pobre oportunidad de los toleteros, quienes dejaron a más del 75 % de los corredores que encontraron en posición anotadora.
A todo esto, debemos sumar los errores que no van a los libros, las lagunas tácticas, los malos corridos en las bases o los tiros equivocados a las almohadillas, detalles que deslucen el espectáculo y demuestran que hay un mal de fondo, un problema real en la formación y desarrollo de los peloteros, quienes, además, arrastran un déficit importante de fogueo para su edad.
Lo más preocupante es que de estas mismas fallas hemos hablado en cada una de las cuatro ediciones anteriores y se repiten año tras año, a pesar de que han sido identificadas en el banco de problemas de nuestro béisbol. Lamentablemente, no se han encontrado las vías para erradicarlas o, al menos, que se noten menos en las competencias.
Tres duelos terminaron por fuera de combate, otro por supernocao, 99 hombres se embasaron por boletos y pelotazos (a razón de 12,3 por encuentro), 128 quedaron esperando en las almohadillas por un remolque, se pegaron solo cuatro jonrones y se cometieron 29 errores, cuadro estadístico fatal que debe cambiar por completo si se pretende llamar la atención del público.
Si analizamos de manera individual cada uno de los factores mencionados anteriormente, coincidiremos en que tienen incidencia negativa en los destinos del juego, pero la combinación de cada uno de ellos nos coloca ante un panorama mucho peor.
Por ejemplo, supondríamos que, con tantos errores defensivos y deficiencias en el control de los lanzadores, la producción de carreras sería notable, pues los bateadores cuentan con más oportunidades de impulsar. Sin embargo, esa idea es errónea dada la ya expandida ausencia de poder y la pobre oportunidad de los toleteros, quienes dejaron a más del 75 % de los corredores que encontraron en posición anotadora.
A todo esto, debemos sumar los errores que no van a los libros, las lagunas tácticas, los malos corridos en las bases o los tiros equivocados a las almohadillas, detalles que deslucen el espectáculo y demuestran que hay un mal de fondo, un problema real en la formación y desarrollo de los peloteros, quienes, además, arrastran un déficit importante de fogueo para su edad.
Lo más preocupante es que de estas mismas fallas hemos hablado en cada una de las cuatro ediciones anteriores y se repiten año tras año, a pesar de que han sido identificadas en el banco de problemas de nuestro béisbol. Lamentablemente, no se han encontrado las vías para erradicarlas o, al menos, que se noten menos en las competencias.