El que para muchos, entre los que me incluyo, ha sido el receptor más completo que ha tenido la pelota cubana, dirá adiós a los diamantes este sábado en su natal Caibarién y después, el 22, en el estadio Sandino.
Con la despedida del número 13, se va también el hombre grande de los Juegos Olímpicos de Atlanta 2004, el mejor atleta cubano en deportes colectivos de ese año, quien en su posición posee uno de los más altos promedios de cogidos robando en la pelota cubana con 56 %, el que sabía cómo nadie mover las piezas ubicadas en el terreno.
Con él se va también el pelotero de sangre fría, que dio el batazo que había que dar a la hora buena. Ese era Ariel Pestano, polémico, inteligente, enemigo de las cosas mal hechas, que no dudó nunca en rechazar ofertas millonarias para que desertara y abandonara el barco de las cuatro letras, el hombre a quien el dominicano David «Papi» Ortiz, una leyenda de las Grandes Ligas, calificara como el short stop de la pelota.
Hasta su casa fue Granma, para que Pestano le contara a sus miles de admiradores, y por qué no, también a sus detractores, pormenores de su vida personal y como atleta. No hubo protocolo, bastó pedírselo y dejó la chapeadora con la que limpiaba el patio de su casa. Entonces nos dijo con una sonrisa a flor de labios: lanza tú que yo recibo:
—¿Cómo fueron tus inicios?
—Comencé jugando pelota a la mano en las calles de mi natal Caibarién. Un buen día un amigo me sugirió inscribirme en el área especial, y así lo hice.
Allí me descubrió el entrenador Noel Guerra, a quien mucho le debo. Poco a poco fui dando los primeros pasos; hice el equipo de la provincia e integré el elenco que fue al mundial infantil. Al regresar, me incorporé a la EIDE; estando allí hice el grado para el Cuba juvenil hasta llegar al Villa Clara. Lo demás todo el mundo lo sabe.
—¿Siempre fuiste receptor?
—Sí, era la posición preferida. Debe haber sido porque era hiperactivo y no tenía paciencia para esperar a que batearan por donde yo estaba.
—Tuviste el mérito de hacer el equipo Cuba en todas las categorías. ¿Se nace con el talento o este se desarrolla?
—Las dos cosas. Yo tenía habilidades, bateaba duro, poseía buen brazo, me movía bien detrás del plato; pero esos elementos los fui perfeccionando en el transcurso de la carrera.
—¿Te consideraste un receptor completo?
—Completo no hay nadie. La perfección no existe. Siempre habrá detalles para hacer las cosas mejor.
—¿Cómo ves la posición en la actualidad?
—El principal problema que tenemos en la receptoría, y en el béisbol en general, es que se botó la escuela muy temprano, con aquellos retiros de jugadores de mucha experiencia. Ellos eran el ejemplo, el referente que hacía falta para aprender. Yo asimilé de Pacheco, Kindelán, Linares, y ellos a su vez de Muñoz, Cheíto, Casanova; y así generación tras generación fueron asimilando una de otra. Ahora eso casi no existe.
—¿Qué consejos le das a las nuevas generaciones de receptores?
—Más que decirle cómo se hace, lo que puedo aconsejarle es que se fijen en cómo hacerlo. La academia hace falta, pero más la experiencia y el día a día.
—¿Es cierto que eras algo peleón en el juego?
—Bueno peleón no, pero sí muy exigente. Nunca me han gustado las cosas mal hechas. Es duro estar tres horas agachado detrás del home para que otro bote el juego por una indisciplina o no tenga deseos de hacer las cosas que debe. Cuando se entra a un terreno es para quedar bien con el público, si no vete para tu casa ese día. También hay peloteros que necesitan un estímulo, una mano en el hombro, una palabrota u otro gesto para que reaccionen, y eso me tocaba hacerlo a mí.
—Fuiste un bateador muy oportuno. ¿Te gustaba venir en situaciones difíciles del choque?
—Eso lo disfrutaba mucho y me preparaba para ese momento porque por azar de la vida la alineación daba y daba vueltas y muchas veces me tocó decidir.
—Siempre que conectabas bien, hacías un ritual y mirabas al cielo. ¿A quién se lo dedicabas?
—A mi madre. Ella siempre estuvo conmigo en los momentos buenos y malos de la vida.
—¿A qué lanzador se te hizo más difícil conectarle?
—No era ese gran bateador, todos se me hacían difíciles, lo que me obligó a pensar más, a prepararme mejor, a observarlos. Tal vez el hecho de ser receptor me ayudó en eso.
—¿Qué pitcher era más complejo para recibirle?
-—Me correspondió una etapa donde la mayoría eran difíciles como Norge Luis Vera, José Ariel Contreras, Maels Rodríguez, Adiel Palma, Lazo y José Ibar, entre otros, la mayoría de los cuales tiraba más de 90 millas y no era fácil, aunque con todos me entendía a la perfección.
—¿Qué piensas de ese estilo de dar las señales al receptor desde el banco?
—Nunca me gustó eso. Cuando lo permites, te conviertes en un robot que no piensa. En lugar de analizar el juego te pasas todo el tiempo buscando señas en el banco.
—¿Con qué director te sentiste más a gusto?
—Con todos me llevé bastante bien, desde Pedrito Pérez, Anglada y Urquiola, entre otros. Algunos me quisieron poner el calificativo de incómodo, sin embargo, los resultados durante las 22 series y los 16 años que permanecí en el equipo nacional lo desmienten.
—¿El torneo de tu vida?
— Los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
—¿El que quisieras olvidar?
— Al que no asistí, el Tercer Clásico Mundial.
—¿Consideras que fue una injusticia?
—-Claro. No solo yo, si no toda la afición conocedora del béisbol, dentro y fuera de Cuba.
—¿Si tuvieras que seleccionar tu mejor resultado deportivo, cuál escogerías?
—El primer Clásico es el mejor resultado del béisbol cubano de todos los tiempos, y allí estuve. También la victoria del Villa Clara contra Matanzas fue algo muy grande porque hacía 18 años que no ganábamos, el pueblo lo anhelaba y se dio la posibilidad de que fuera yo quien decidiera. Ese jonrón demostró muchas cosas, que aún estaba en forma, contrario a lo que decían algunos.
—¿Qué haces ahora?
—Estoy en la academia entrenando a varios muchachos con perspectivas, entre los cuales se encuentra mi hijo Arielito.
—¿Cómo te gustaría que te recordaran?
No por lo que hice, sino como la persona que, con sus virtudes y defectos, fue un atleta que lo dio todo en el terreno, que nunca traicionó a su Patria, que me quedé aquí cuando pude haber ganado millones fuera. Ese es mi legado.
Con la despedida del número 13, se va también el hombre grande de los Juegos Olímpicos de Atlanta 2004, el mejor atleta cubano en deportes colectivos de ese año, quien en su posición posee uno de los más altos promedios de cogidos robando en la pelota cubana con 56 %, el que sabía cómo nadie mover las piezas ubicadas en el terreno.
Con él se va también el pelotero de sangre fría, que dio el batazo que había que dar a la hora buena. Ese era Ariel Pestano, polémico, inteligente, enemigo de las cosas mal hechas, que no dudó nunca en rechazar ofertas millonarias para que desertara y abandonara el barco de las cuatro letras, el hombre a quien el dominicano David «Papi» Ortiz, una leyenda de las Grandes Ligas, calificara como el short stop de la pelota.
Hasta su casa fue Granma, para que Pestano le contara a sus miles de admiradores, y por qué no, también a sus detractores, pormenores de su vida personal y como atleta. No hubo protocolo, bastó pedírselo y dejó la chapeadora con la que limpiaba el patio de su casa. Entonces nos dijo con una sonrisa a flor de labios: lanza tú que yo recibo:
—¿Cómo fueron tus inicios?
—Comencé jugando pelota a la mano en las calles de mi natal Caibarién. Un buen día un amigo me sugirió inscribirme en el área especial, y así lo hice.
Allí me descubrió el entrenador Noel Guerra, a quien mucho le debo. Poco a poco fui dando los primeros pasos; hice el equipo de la provincia e integré el elenco que fue al mundial infantil. Al regresar, me incorporé a la EIDE; estando allí hice el grado para el Cuba juvenil hasta llegar al Villa Clara. Lo demás todo el mundo lo sabe.
—¿Siempre fuiste receptor?
—Sí, era la posición preferida. Debe haber sido porque era hiperactivo y no tenía paciencia para esperar a que batearan por donde yo estaba.
—Tuviste el mérito de hacer el equipo Cuba en todas las categorías. ¿Se nace con el talento o este se desarrolla?
—Las dos cosas. Yo tenía habilidades, bateaba duro, poseía buen brazo, me movía bien detrás del plato; pero esos elementos los fui perfeccionando en el transcurso de la carrera.
—¿Te consideraste un receptor completo?
—Completo no hay nadie. La perfección no existe. Siempre habrá detalles para hacer las cosas mejor.
—¿Cómo ves la posición en la actualidad?
—El principal problema que tenemos en la receptoría, y en el béisbol en general, es que se botó la escuela muy temprano, con aquellos retiros de jugadores de mucha experiencia. Ellos eran el ejemplo, el referente que hacía falta para aprender. Yo asimilé de Pacheco, Kindelán, Linares, y ellos a su vez de Muñoz, Cheíto, Casanova; y así generación tras generación fueron asimilando una de otra. Ahora eso casi no existe.
—¿Qué consejos le das a las nuevas generaciones de receptores?
—Más que decirle cómo se hace, lo que puedo aconsejarle es que se fijen en cómo hacerlo. La academia hace falta, pero más la experiencia y el día a día.
—¿Es cierto que eras algo peleón en el juego?
—Bueno peleón no, pero sí muy exigente. Nunca me han gustado las cosas mal hechas. Es duro estar tres horas agachado detrás del home para que otro bote el juego por una indisciplina o no tenga deseos de hacer las cosas que debe. Cuando se entra a un terreno es para quedar bien con el público, si no vete para tu casa ese día. También hay peloteros que necesitan un estímulo, una mano en el hombro, una palabrota u otro gesto para que reaccionen, y eso me tocaba hacerlo a mí.
—Fuiste un bateador muy oportuno. ¿Te gustaba venir en situaciones difíciles del choque?
—Eso lo disfrutaba mucho y me preparaba para ese momento porque por azar de la vida la alineación daba y daba vueltas y muchas veces me tocó decidir.
—Siempre que conectabas bien, hacías un ritual y mirabas al cielo. ¿A quién se lo dedicabas?
—A mi madre. Ella siempre estuvo conmigo en los momentos buenos y malos de la vida.
—¿A qué lanzador se te hizo más difícil conectarle?
—No era ese gran bateador, todos se me hacían difíciles, lo que me obligó a pensar más, a prepararme mejor, a observarlos. Tal vez el hecho de ser receptor me ayudó en eso.
—¿Qué pitcher era más complejo para recibirle?
-—Me correspondió una etapa donde la mayoría eran difíciles como Norge Luis Vera, José Ariel Contreras, Maels Rodríguez, Adiel Palma, Lazo y José Ibar, entre otros, la mayoría de los cuales tiraba más de 90 millas y no era fácil, aunque con todos me entendía a la perfección.
—¿Qué piensas de ese estilo de dar las señales al receptor desde el banco?
—Nunca me gustó eso. Cuando lo permites, te conviertes en un robot que no piensa. En lugar de analizar el juego te pasas todo el tiempo buscando señas en el banco.
—¿Con qué director te sentiste más a gusto?
—Con todos me llevé bastante bien, desde Pedrito Pérez, Anglada y Urquiola, entre otros. Algunos me quisieron poner el calificativo de incómodo, sin embargo, los resultados durante las 22 series y los 16 años que permanecí en el equipo nacional lo desmienten.
—¿El torneo de tu vida?
— Los Juegos Olímpicos de Atenas 2004.
—¿El que quisieras olvidar?
— Al que no asistí, el Tercer Clásico Mundial.
—¿Consideras que fue una injusticia?
—-Claro. No solo yo, si no toda la afición conocedora del béisbol, dentro y fuera de Cuba.
—¿Si tuvieras que seleccionar tu mejor resultado deportivo, cuál escogerías?
—El primer Clásico es el mejor resultado del béisbol cubano de todos los tiempos, y allí estuve. También la victoria del Villa Clara contra Matanzas fue algo muy grande porque hacía 18 años que no ganábamos, el pueblo lo anhelaba y se dio la posibilidad de que fuera yo quien decidiera. Ese jonrón demostró muchas cosas, que aún estaba en forma, contrario a lo que decían algunos.
—¿Qué haces ahora?
—Estoy en la academia entrenando a varios muchachos con perspectivas, entre los cuales se encuentra mi hijo Arielito.
—¿Cómo te gustaría que te recordaran?
No por lo que hice, sino como la persona que, con sus virtudes y defectos, fue un atleta que lo dio todo en el terreno, que nunca traicionó a su Patria, que me quedé aquí cuando pude haber ganado millones fuera. Ese es mi legado.