Mientras en la mayoría de las ligas de béisbol no se vislumbra cuándo podrán comenzar la temporada e incluso aumenta la probabilidad de que sea un año sabático para algunas ante la resistencia a cortes brutales del calendario, en Cuba la situación no es muy diferente. Sin embargo, lo que muchos ven solo con ojos pesimistas, puede significar también una gran oportunidad.

Como va la evolución epidemiológica en el país, la vuelta a los entrenamientos primero y a la Serie Nacional después será, con optimismo, en septiembre. Quizá, tratándose de un deporte de alta convocatoria en las gradas, podría ser hasta después o necesitar de regulaciones para no desandar lo avanzado frente a COVID-19.

Mas, el asunto no puede analizarse solo desde la perspectiva estrictamente sanitaria. La actual contingencia ha obligado a hacer inversiones cuantiosas para contener el impacto del virus Sars-CoV-2 y la economía se resentirá esos imperiosos ajustes.

La Serie cubana requiere de un presupuesto y logística que por modestos que sean en comparación con lo ideal, resultan gastos significativos y habría que estudiar si cuando todo esto pase lo más prudente es aplicar una de las tres variantes de campeonato previstas o pensar en algo más ajustado a las necesidades del país y del béisbol mismo de cara a los eventos internacionales previstos para el año entrante.

Hasta ahora existen los aseguramientos, según explicó recientemente en Mesa Redonda el presidente del Inder, Osvaldo Vento, y tampoco se discute que la Serie Nacional es uno de los eventos de más impacto cultural en Cuba.

Además, el béisbol es un juego de tempo, que resulta de la combinación de ritmo, balance, reacción y reflejos, y eso se pierde muy rápido cuando se deja de jugar. El ejemplo más práctico está en un atleta suspendido por un año, su regreso genera una gran expectativa, más bien, incertidumbre. Ese criterio pesa en cualquier decisión, pero tampoco debe ser una camisa de fuerza.

Las circunstancias obligan a modelar escenarios más allá de lo inicialmente previsto. ¿Qué tal si queda aplazada la Serie 60 para el año que viene?. Entre las alternativas debería incluirse, si llegado el momento hubiera poco tiempo y no todos los recursos previstos, la cancelación del torneo, pero no dejar de jugar pelota, pues eso sí tendría una repercusión nociva para el desarrollo de nuestro deporte nacional.

Se podría aprovechar lo que quede de 2020 para articular una preselección dividida en equipos de la cual saldría el Cuba para las competencias internacionales próximas: Clásico Mundial si se mantiene en marzo, clasificatorios olímpicos y demás justas, pero sobre todo que sirva para aplicar un sistema de entrenamiento enfocado en corregir o minimizar las deficiencias que nos han condenado en los últimos años a regresar a casa con más derrotas que victorias, y no pocas de ellas por violar fundamentos de juego o exhibir carencias en el pensamiento táctico.

Ahora que se ha elaborado una lista de talentos cuya proyección impactará en el mejoramiento de los resultados internacionales, sumar ese grupo a un ejercicio colectivo enriquecedor podría acelerar el proceso de crecimiento integral de los muchachos. En ese empeño el aporte de prestigiosos entrenadores y expertos, jubilados o en activo, será fundamental.

Aclaro de antemano, tachemos experiencias pasadas, como la larga, aburrida y costosa preparación de hace dos años para los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla, sino pensar en un formato aportador y económico.

Estamos viviendo una situación inédita, que no concluirá en breve y cuyas secuelas serán visibles mucho después del regreso a la vida normal. Nuestro deporte, y el béisbol en particular, tienen por delante retos colosales.

Optimizando el presupuesto asignado, pero con derroche de ingenio y pensamiento científico, puede surgir un proyecto innovador que salve al béisbol cubano más allá de un campeonato con cinco tijeretazos en el calendario y herido de otras carencias.

Entre un torneo sin espectáculo, por cumplir, y una estrategia enfocada en el futuro inmediato, sacrificaría lo primero, pero en cualquier escenario, por muy duro que sea, que no falte el juego. Ni el trabajo con los jóvenes.