Sin detenernos en la interminable polémica sobre la dualidad monetaria (un tema más complicado que el calendario de la serie pasada), pasamos a identificar servicios y productos todavía al alcance de la población por el mínimo valor de una unidad en moneda nacional —entiéndase un peso. Y son muy pocos, dicho sea de paso, entre los cuales prevalece el invariable precio por la entrada a un estadio de béisbol.
Pero la cifra puede magnificarse, pues su "especulación" incluye el pago a irrepetibles jugadas, sensacionales momentos, acaloradas discusiones, tentativas de infartos, frustraciones, desmedidas porfías, disfonías, decepciones… De todo, como en botica, encuentras una vez vencida la puerta de acceso al coloso.
Entonces la creatividad de la afición para definir situaciones de juego o rebautizar equipos e individualidades, merecería, en ocasiones, incorporarse al patrimonio intangible de la ciudad como una viva expresión del imaginario popular. Ocurrentes voces voltean miradas y sonrisas entre sus semejantes, creando el ya habitual coro a cualquier episodio. Ahora, existen insalvables excepciones, y en el número uno de esa lista aparece la agresión, en cualquiera de sus manifestaciones.
Emprenderla con el equipo rival, su manager o el cuerpo de arbitraje figura como una constante en cada plaza beisbolera del país. Ya sea por costumbre, motivos de más o justificaciones menos, también aquí la cordura precisa un paseo entre la afición (si bien la balanza requiere de la contribución de ambas partes), aunque por insólito sobresalga el ataque a la novena local, una de cuyas expresiones más violentas tuvo lugar el pasado domingo en el choque con Industriales.
Y vino de parte de algunos peñistas, para más deshonra (con el perdón de los no involucrados).
Sin dudas, ha sido cualitativamente considerable el salto (o mejor, la caída) de una temporada a otra. Para colmo, tan abrumadoramente veloz que no favoreció adaptaciones; mas, nadie lo condicionó de forma intencionada, mucho menos sus principales dolientes.
Este sería un año difícil para los verdinegros; lo anunciaban las ausencias con anticipación. Y en el proceso de transformaciones sobrevinieron otras bajas, ya en categoría de ensañamiento, mientras la nave persistía en sus intenciones de no tocar fondo. No hace falta enumerar consecuencias: de tan obvias, parece imposible no topar contra ellas.
¿Qué el equipo podía para más? ¿Qué botaron partidos ganados? ¿El pitcheo no aguanta? ¿No responde en su justa medida la ofensiva? ¿Se equivocó la dirección? ¿No funcionó cierta estrategia?... Quizá, pero todavía miro las siglas CFG en la tabla de posiciones y no entiendo cómo otros con mucho más han conseguido muchísimo menos. Incluso, hasta la última hora se habla de clasificación, con la mar de algoritmos en contra y el único beneficio de las posibilidades.
A casa volvieron en el periplo final de su accidentado viaje. Un año atrás, esta actuación les valdría la vergüenza de sus coterráneos; sin embargo, en este hoy y su contexto, nadie puede lanzar la primera piedra sobre esa manada: por el mísero valor de un peso en moneda nacional no se compra la razón… Y quien no lo comprenda, tiene a su favor el grandísimo privilegio de ahorrárselo.
Pero la cifra puede magnificarse, pues su "especulación" incluye el pago a irrepetibles jugadas, sensacionales momentos, acaloradas discusiones, tentativas de infartos, frustraciones, desmedidas porfías, disfonías, decepciones… De todo, como en botica, encuentras una vez vencida la puerta de acceso al coloso.
Entonces la creatividad de la afición para definir situaciones de juego o rebautizar equipos e individualidades, merecería, en ocasiones, incorporarse al patrimonio intangible de la ciudad como una viva expresión del imaginario popular. Ocurrentes voces voltean miradas y sonrisas entre sus semejantes, creando el ya habitual coro a cualquier episodio. Ahora, existen insalvables excepciones, y en el número uno de esa lista aparece la agresión, en cualquiera de sus manifestaciones.
Emprenderla con el equipo rival, su manager o el cuerpo de arbitraje figura como una constante en cada plaza beisbolera del país. Ya sea por costumbre, motivos de más o justificaciones menos, también aquí la cordura precisa un paseo entre la afición (si bien la balanza requiere de la contribución de ambas partes), aunque por insólito sobresalga el ataque a la novena local, una de cuyas expresiones más violentas tuvo lugar el pasado domingo en el choque con Industriales.
Y vino de parte de algunos peñistas, para más deshonra (con el perdón de los no involucrados).
Sin dudas, ha sido cualitativamente considerable el salto (o mejor, la caída) de una temporada a otra. Para colmo, tan abrumadoramente veloz que no favoreció adaptaciones; mas, nadie lo condicionó de forma intencionada, mucho menos sus principales dolientes.
Este sería un año difícil para los verdinegros; lo anunciaban las ausencias con anticipación. Y en el proceso de transformaciones sobrevinieron otras bajas, ya en categoría de ensañamiento, mientras la nave persistía en sus intenciones de no tocar fondo. No hace falta enumerar consecuencias: de tan obvias, parece imposible no topar contra ellas.
¿Qué el equipo podía para más? ¿Qué botaron partidos ganados? ¿El pitcheo no aguanta? ¿No responde en su justa medida la ofensiva? ¿Se equivocó la dirección? ¿No funcionó cierta estrategia?... Quizá, pero todavía miro las siglas CFG en la tabla de posiciones y no entiendo cómo otros con mucho más han conseguido muchísimo menos. Incluso, hasta la última hora se habla de clasificación, con la mar de algoritmos en contra y el único beneficio de las posibilidades.
A casa volvieron en el periplo final de su accidentado viaje. Un año atrás, esta actuación les valdría la vergüenza de sus coterráneos; sin embargo, en este hoy y su contexto, nadie puede lanzar la primera piedra sobre esa manada: por el mísero valor de un peso en moneda nacional no se compra la razón… Y quien no lo comprenda, tiene a su favor el grandísimo privilegio de ahorrárselo.
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