Carlos Martí es el capitán del navío de los Alazanes de Granma, un viejo lobo de mar que a los 72 años demuestra un equilibrio entre sabiduría y determinación que ha llevado al equipo a lo más alto. Martí disfruta con lo que hace y transmite su pasión por el béisbol en cada latido. Según sus propias palabras, el punto más dulce de su carrera ha llegado a falta de muy poco para retirarse. “Tarde, pero llegó”, declara Martí, tanto en lo que respecta a la serie nacional como en el caso de la selección cubana.
Este experimentado entrenador destaca por ser sobrio y parco en palabras. Su lenguaje corporal es mínimo incluso en la conversación más apasionada, pero, con esa templanza, el Granma puede confiar en aparecer en lo más alto de los pronósticos a favorito de las principales casas de apuestas. Martí sabe descubrir, potenciar y encauzar el talento de sus peloteros para obtener los mejores resultados de su escuadra, sin estridencias ni aspavientos.
Desde su punto de vista, el éxito es la cúspide de una estructura que lleva años fraguándose. No puede dejar de recordar a peloteros como los hermanos Berjerano, o la figura de Agustín Arias, excelentes deportistas que también tuvieron que jugar fuera de la marca de “favoritos”, pero que gracias al trabajo y al sacrificio lograron el triunfo. En el caso de Martí, tras su regreso en la temporada 2014/15 para ocupar el puesto que había dejado vacante Indalecio Alejándrez, su tesón le ha valido tres títulos de la Serie Nacional de Béisbol, incluido el de la LX edición.

El “míster” luce un cabello corto, con el color grisáceo con el que el paso del tiempo marca a sus elegidos, y con unos ojos menudos escruta cada movimiento de sus muchachos desde el banquillo. Se ve a sí mismo como un psicólogo “forjado desde la experiencia”, que ha aprendido a conocer las motivaciones de los jugadores tras muchos años lidiando con personalidades muy distintas. “Algunos encaran peor las situaciones complicadas, otros demuestran un temple fuera de lo común”, dice mientras atribuye el mérito de su capacidad para reconocer lo excepcional a “una especie de instinto”.
Hasta su regreso a los Alazanes de Granma, el equipo apenas destacaba en la historia de la Serie Nacional. Martí lo sacó del anonimato con tres títulos en cinco años, e incluso lo ha llevado a jugar de tú a tú con los más grandes de la serie caribeña. Como entrenador, defiende el béisbol "que no hace ruido”, ese que se centra en los robos de base, en los pequeños toques, con una buena defensa a la que acompañan los números en los bateos. Como pitcher nunca logró destacar, pero nadie puede negar que su capacidad para leer el juego es excepcional.
Ha visto como crecía el deporte, como se pasaba de lanzadores que no cedían su puesto en el campo a que el abridor se vea limitado en sus lanzamientos, a que se valoren las figuras de los relevistas y de los especialistas en cierres. “Los cambios llegan, y hay que asumirlos”, explica Martí. Y esto lo dice la misma persona que concibe el béisbol desde lo esencial, desde ese espíritu inmutable que subyace a la forma sobre el diamante.
Es escéptico en lo que respecta a las novedades que algunos pretenden introducir en el deporte, “no entiendo inventos como que el bateador salga con dos strikes”, dice. Desde su punto de vista, las reglas tienen más de un siglo de antigüedad, y esos galones se merecen un respeto. Hay cierta belleza en mantener la tradición, la esencia del deporte, y Carlos Martí es, sin duda, un paladín de lo bello en el béisbol. Sus últimos años con el Granma, años de un éxito sin paliativos, confirman que hay formas de entender la pelota a las que el paso del tiempo no hace sino ganar más lustre. Esperemos seguir pudiendo disfrutar de la sapiencia del maestro durante muchos, muchos años más.
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