Para un pelotero jugar en la MLB, es lo que para un tenor cantar en la Scala de Milán. Todo beisbolista o cultor del canto quiere expresar sus dotes en esos eximios escenarios, solo que aunque muchos quieren, no todos lo logran. Es más, son espacios reservados. En ellos, cual verdaderas cortes, entra únicamente la nobleza que dan las cualidades de estos seres humanos, revestidas ambas de fino arte.
Anclar en uno de los 30 equipos de las conocidas Grandes Ligas, con asiento en Estados Unidos, requiere de mucho tiempo en una rigurosa y profesional formación del jugador. Hay varias vías de acceso una vez cumplida la exigente previa. Por ejemplo, las franquicias de esa pelota tienen sucursales al interior de ese país, en las denominadas Ligas Menores, y también hay otros estratos donde se cultiva la cantera. Además, esas organizaciones cuentan con centros de entrenamientos en varias regiones, de ellas las del Caribe y Centroamérica tributan una materia prima nada despreciable.
Solo un tipo de jugador llega fuera de esos canales para alimentar al mejor béisbol del mundo: el cubano. Es el único que tiene que renunciar a su país, a no vivir en él con su familia, incluso jurar mediante un acto legislativo (Acta de residencia fuera de Cuba), que no volverá, ni tiene nada que ver con el gobierno de la tierra que lo vio nacer.
En diciembre próximo harán dos años de la visita de buena voluntad de la MLB a Cuba, en la cual los ligamayoristas cubanos Alexei Ramírez, Yasiel Puig, Brayan Peña y José Dariel «Pito» Abreu, junto al cubanoamericano Jon Jay, y el estadounidense Clayton Kershaw, compartieron con las autoridades beisboleras del país, peloteros, niños que se forman en el diamante y la prensa.
Entonces se escuchó a los directivos de la MLB decir: «tenemos el objetivo de promover y favorecer el tránsito de los peloteros residentes en Cuba hacia el béisbol organizado de Estados Unidos». Aquel 15 de diciembre del 2015, a una pregunta nuestra, Dan Halem, vicepresidente de las Grandes Ligas y director jurídico, nos dijo: «El objetivo de nuestro comisionado Rob Manfred y la Asociación de Jugadores de MLB es tener un sistema legal y seguro para el normal flujo de peloteros entre Cuba y Estados Unidos. Bajo las leyes de ambos países vamos a negociar, pero se requiere de cooperación por parte de los dos gobiernos».
Tres meses después, el 21 de marzo del 2016, a propósito de la visita del entonces presidente estadounidense Barack Obama, ocasión en que jugaron un partido amistoso Tampa Bay Rays y una selección nacional cubana, fue el mismísimo Rob Manfred quien nos expresó: «Estamos trabajando, son asuntos complicados, pero queremos una relación normal, como dijeron los ejecutivos en diciembre pasado aquí en La Habana».
De uno y otro momento ha pasado ya algún tiempo y las bases siguen llenas, pero no hay carreras. La buena voluntad de entonces parece haber caído presa de un dobleplay, ni se pronuncian las autoridades y la presencia del relevista de la Casa Blanca no augura ningún lanzamiento en la zona de strike.
Por un lado choca el objetivo y el deseo de los peloteros de probarse en ese excelso béisbol y por otro la imposibilidad de hacerlo por la vía normal, como el resto de los que juegan en Estados Unidos. Al propio tiempo son la mercancía de un mercado muy sugerente para los que lucran con el talento ajeno.
Desde septiembre del 2013, Cuba ha implementado una política que favorece la contratación de sus deportistas, incluyendo a los peloteros, en distintos escenarios del mundo. Para ello ha estructurado una vía en la cual las federaciones nacionales representan al atleta en pos de protegerlo y buscar su desarrollo y satisfacción personal, que pasa además, por beneficios fiscales recogidos en las leyes cubanas del Presupuesto.
Lo que si no choca con nada es la calidad de esos peloteros. Está más que demostrado, que pese a las carencias de orden económico, la formación en Cuba solventa la demanda de la tan encumbrada MLB u otras lides. Hemos insistido mucho en que formamos y preparamos bien, pero nos quedamos muy por debajo en el sistema competitivo, justamente donde el pelotero tiene que expresarse.
Lo anterior tiene una muestra ahora mismo, en la postemporada de la MLB. En ella, Yulieski Gurriel, debutante en esa fase del encumbrado certamen, tiene 15 jit en 41 turnos para un «lujoso» average de 366. Nadie que no haya tenido un meticuloso y avalado proceso de aprendizaje llega allí y se aparece con semejantes indicadores, que incluye además un por ciento de embasado (OBP) de 409; slugging de 512 y OPS (toma en cuenta poder y capacidad de embasarse) de 921. Otro ejemplo, es el de Yasiel Puig, quien junto a Gurriel a partir de hoy se estrena en finales de Grandes Ligas (llamada Serie Mundial). El cienfueguero tiene 12 imparables en 29 turnos en la presente postemporada (dos dobles, un triple y un jonrón) y a su astronómico 414, suma OBP de 514, SLU de 655 y OPS 1 169.
José Dariel Abreu debutó en ese béisbol con más de 30 jonrones y lo ha repetido varias veces. Y ni qué decir del supersónico Aroldis Chapman, con lanzamientos por encima de las 100 millas por hora las mismas que le tiró a Japón en el partido que lanzó en el II Clásico Mundial en el 2009, vistiendo el uniforme de la selección nacional cubana.
En el béisbol profesional japonés, al que no hay que situarlo en una segunda mesa, porque el rigor en no pocas aristas es igual o mayor que en Estados Unidos, por primera vez dos cubanos, Alfredo Despaigne y Alexander Guerrero, terminaron igualados en el apartado de máximos jonroneros. AD54, además fue el líder impulsador en la liga del Pacífico, con 103.
Tan preciado producto no se logra de la noche a la mañana, se precisa de su construcción y esa tiene un sello: Made in Cuba.
Y en el mismo manantial de peloteros, con muchos esfuerzos y también con mucho por mejorar, la temporada cubana ha vuelto a convocar. El jueves inicia la segunda vuelta, que ya disparó las expectativas de la afición. La presencia otra vez en los diamantes de los que se quedaron en los modestos terrenos, ahora en la casaca de directores, ha comenzado a dar strike.
Anclar en uno de los 30 equipos de las conocidas Grandes Ligas, con asiento en Estados Unidos, requiere de mucho tiempo en una rigurosa y profesional formación del jugador. Hay varias vías de acceso una vez cumplida la exigente previa. Por ejemplo, las franquicias de esa pelota tienen sucursales al interior de ese país, en las denominadas Ligas Menores, y también hay otros estratos donde se cultiva la cantera. Además, esas organizaciones cuentan con centros de entrenamientos en varias regiones, de ellas las del Caribe y Centroamérica tributan una materia prima nada despreciable.
Solo un tipo de jugador llega fuera de esos canales para alimentar al mejor béisbol del mundo: el cubano. Es el único que tiene que renunciar a su país, a no vivir en él con su familia, incluso jurar mediante un acto legislativo (Acta de residencia fuera de Cuba), que no volverá, ni tiene nada que ver con el gobierno de la tierra que lo vio nacer.
En diciembre próximo harán dos años de la visita de buena voluntad de la MLB a Cuba, en la cual los ligamayoristas cubanos Alexei Ramírez, Yasiel Puig, Brayan Peña y José Dariel «Pito» Abreu, junto al cubanoamericano Jon Jay, y el estadounidense Clayton Kershaw, compartieron con las autoridades beisboleras del país, peloteros, niños que se forman en el diamante y la prensa.
Entonces se escuchó a los directivos de la MLB decir: «tenemos el objetivo de promover y favorecer el tránsito de los peloteros residentes en Cuba hacia el béisbol organizado de Estados Unidos». Aquel 15 de diciembre del 2015, a una pregunta nuestra, Dan Halem, vicepresidente de las Grandes Ligas y director jurídico, nos dijo: «El objetivo de nuestro comisionado Rob Manfred y la Asociación de Jugadores de MLB es tener un sistema legal y seguro para el normal flujo de peloteros entre Cuba y Estados Unidos. Bajo las leyes de ambos países vamos a negociar, pero se requiere de cooperación por parte de los dos gobiernos».
Tres meses después, el 21 de marzo del 2016, a propósito de la visita del entonces presidente estadounidense Barack Obama, ocasión en que jugaron un partido amistoso Tampa Bay Rays y una selección nacional cubana, fue el mismísimo Rob Manfred quien nos expresó: «Estamos trabajando, son asuntos complicados, pero queremos una relación normal, como dijeron los ejecutivos en diciembre pasado aquí en La Habana».
De uno y otro momento ha pasado ya algún tiempo y las bases siguen llenas, pero no hay carreras. La buena voluntad de entonces parece haber caído presa de un dobleplay, ni se pronuncian las autoridades y la presencia del relevista de la Casa Blanca no augura ningún lanzamiento en la zona de strike.
Por un lado choca el objetivo y el deseo de los peloteros de probarse en ese excelso béisbol y por otro la imposibilidad de hacerlo por la vía normal, como el resto de los que juegan en Estados Unidos. Al propio tiempo son la mercancía de un mercado muy sugerente para los que lucran con el talento ajeno.
Desde septiembre del 2013, Cuba ha implementado una política que favorece la contratación de sus deportistas, incluyendo a los peloteros, en distintos escenarios del mundo. Para ello ha estructurado una vía en la cual las federaciones nacionales representan al atleta en pos de protegerlo y buscar su desarrollo y satisfacción personal, que pasa además, por beneficios fiscales recogidos en las leyes cubanas del Presupuesto.
Lo que si no choca con nada es la calidad de esos peloteros. Está más que demostrado, que pese a las carencias de orden económico, la formación en Cuba solventa la demanda de la tan encumbrada MLB u otras lides. Hemos insistido mucho en que formamos y preparamos bien, pero nos quedamos muy por debajo en el sistema competitivo, justamente donde el pelotero tiene que expresarse.
Lo anterior tiene una muestra ahora mismo, en la postemporada de la MLB. En ella, Yulieski Gurriel, debutante en esa fase del encumbrado certamen, tiene 15 jit en 41 turnos para un «lujoso» average de 366. Nadie que no haya tenido un meticuloso y avalado proceso de aprendizaje llega allí y se aparece con semejantes indicadores, que incluye además un por ciento de embasado (OBP) de 409; slugging de 512 y OPS (toma en cuenta poder y capacidad de embasarse) de 921. Otro ejemplo, es el de Yasiel Puig, quien junto a Gurriel a partir de hoy se estrena en finales de Grandes Ligas (llamada Serie Mundial). El cienfueguero tiene 12 imparables en 29 turnos en la presente postemporada (dos dobles, un triple y un jonrón) y a su astronómico 414, suma OBP de 514, SLU de 655 y OPS 1 169.
José Dariel Abreu debutó en ese béisbol con más de 30 jonrones y lo ha repetido varias veces. Y ni qué decir del supersónico Aroldis Chapman, con lanzamientos por encima de las 100 millas por hora las mismas que le tiró a Japón en el partido que lanzó en el II Clásico Mundial en el 2009, vistiendo el uniforme de la selección nacional cubana.
En el béisbol profesional japonés, al que no hay que situarlo en una segunda mesa, porque el rigor en no pocas aristas es igual o mayor que en Estados Unidos, por primera vez dos cubanos, Alfredo Despaigne y Alexander Guerrero, terminaron igualados en el apartado de máximos jonroneros. AD54, además fue el líder impulsador en la liga del Pacífico, con 103.
Tan preciado producto no se logra de la noche a la mañana, se precisa de su construcción y esa tiene un sello: Made in Cuba.
Y en el mismo manantial de peloteros, con muchos esfuerzos y también con mucho por mejorar, la temporada cubana ha vuelto a convocar. El jueves inicia la segunda vuelta, que ya disparó las expectativas de la afición. La presencia otra vez en los diamantes de los que se quedaron en los modestos terrenos, ahora en la casaca de directores, ha comenzado a dar strike.