La cantidad ha crecido vertiginosamente de un año para otro. Si en la pasada campaña el número de debutantes descendió a 72 luego de una 52 edición de 93 aspirantes a hacer el grado, ahora en la presente 54 Serie Nacional de béisbol casi se han duplicado, con 130 nuevas caras, a las que hay que añadir un grupo de 102 con menos de dos temporadas completas de experiencia.
Cierto es que en toda actividad, deportiva o no, la renovación es necesaria. Pero que, de golpe y porrazo, estén jugando en la justa beisbolera de mayor nivel en nuestro país un gran grupo de peloteros —más de la tercera parte de los listados en cada equipo— con menos de dos años de experiencia invita a preguntarse: ¿esto es conveniente o no?
Es difícil encontrar una liga en el mundo con semejante cantidad de novatos. Este año, entre los 30 equipos de las Grandes Ligas, no sobrepasaron los 70, teniendo en cuenta que muchos de ellos ya han visto acción en otros circuitos. Un ejemplo clásico: el nipón Ichiro Suzuki, ganador de la distinción de Novato del Año en el 2001, venía de participar en nueve temporadas con el equipo Orix Bluewave de la liga profesional de su país.
No es nuestro caso. Hasta el pasado año, los peloteros que llegaban a la Serie Nacional solo acumulaban juegos en la categoría juvenil. En esta oportunidad, el campeonato sub-23 restableció ese llamado “eslabón perdido” y muchos de los participantes en esa nueva lid militan en los seleccionados que discuten ahora la primacía de la pelota cubana.
Pero no es suficiente. Lo primero que enfrenta un debutante es la tremenda presión psicológica de actuar con o contra figuras establecidas, muchas de ellas de experiencia internacional, en estadios en reiteradas ocasiones repletos de público.
Después, el nivel de la Serie en sí. Bateadores que enfrentan a lanzadores de recursos superiores, con mayor velocidad en sus envíos y amplio repertorio —sliders, cambios, sinker, etc— y monticulistas que aún no dominan ese arte que sin dudas es el pitcheo, complicado en grado superlativo, desde el impulso en la tabla, la mecánica de movimientos, el agarre adecuado de la pelota y un sinfín de detalles más.
Falta oficio. Es mucho el desconocimiento táctico en un deporte tan complejo como el béisbol. Y esto atenta contra el espectáculo. La afición de los Elefantes cienfuegueros, por ejemplo, se acostumbró a ver un equipo competitivo que llegaba a los play off, ganador de 220 partidos desde la 49 a la 52 Serie. Desde el año pasado el panorama es radicalmente distinto, en esta oportunidad con 15 novatos en su nómina, ocho de ellos ubicados en la decisiva área del pitcheo.
No es la situación de todos los elencos. El actual campeón, Pinar del Río, solo presenta un novato entre los jugadores de posición y tres en su cuerpo de pitcheo, que posee como nadie cuatro abridores establecidos. Lo mismo sucede con Matanzas, Industriales y Villa Clara, los cuatro primeros de la tabla de posiciones en la 53 Serie. El desnivel de calidad es manifiesto.
Uno de nuestros más afamados técnicos —único mentor del mundo bicampeón olímpico—, Jorge Fuentes, me dijo en una ocasión que el trabajo con los novatos requiere de paciencia. “Omar Linares no se convirtió en lo que fue de la noche a la mañana. Era un diamante en bruto que hubo que tallar. Tenía todas las herramientas, solo le faltaba el trabajo necesario”.
No es bueno presentar tantos debutantes. En el interés de ellos por aprender y el esfuerzo de los entrenadores por enseñar está la clave para elevar el nivel y darle a nuestra Serie la calidad requerida para beneplácito de la afición, que es en definitiva para la cual se juega, más allá de estadísticas y resultados.
Cierto es que en toda actividad, deportiva o no, la renovación es necesaria. Pero que, de golpe y porrazo, estén jugando en la justa beisbolera de mayor nivel en nuestro país un gran grupo de peloteros —más de la tercera parte de los listados en cada equipo— con menos de dos años de experiencia invita a preguntarse: ¿esto es conveniente o no?
Es difícil encontrar una liga en el mundo con semejante cantidad de novatos. Este año, entre los 30 equipos de las Grandes Ligas, no sobrepasaron los 70, teniendo en cuenta que muchos de ellos ya han visto acción en otros circuitos. Un ejemplo clásico: el nipón Ichiro Suzuki, ganador de la distinción de Novato del Año en el 2001, venía de participar en nueve temporadas con el equipo Orix Bluewave de la liga profesional de su país.
No es nuestro caso. Hasta el pasado año, los peloteros que llegaban a la Serie Nacional solo acumulaban juegos en la categoría juvenil. En esta oportunidad, el campeonato sub-23 restableció ese llamado “eslabón perdido” y muchos de los participantes en esa nueva lid militan en los seleccionados que discuten ahora la primacía de la pelota cubana.
Pero no es suficiente. Lo primero que enfrenta un debutante es la tremenda presión psicológica de actuar con o contra figuras establecidas, muchas de ellas de experiencia internacional, en estadios en reiteradas ocasiones repletos de público.
Después, el nivel de la Serie en sí. Bateadores que enfrentan a lanzadores de recursos superiores, con mayor velocidad en sus envíos y amplio repertorio —sliders, cambios, sinker, etc— y monticulistas que aún no dominan ese arte que sin dudas es el pitcheo, complicado en grado superlativo, desde el impulso en la tabla, la mecánica de movimientos, el agarre adecuado de la pelota y un sinfín de detalles más.
Falta oficio. Es mucho el desconocimiento táctico en un deporte tan complejo como el béisbol. Y esto atenta contra el espectáculo. La afición de los Elefantes cienfuegueros, por ejemplo, se acostumbró a ver un equipo competitivo que llegaba a los play off, ganador de 220 partidos desde la 49 a la 52 Serie. Desde el año pasado el panorama es radicalmente distinto, en esta oportunidad con 15 novatos en su nómina, ocho de ellos ubicados en la decisiva área del pitcheo.
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