Foros / Serie Nacional de Béisbol
Hay quienes viven del beisbol y otros que viven para el beisbol (por amor al arte ,RECOMENDADO).
aqui les dejo un articulo de Boris Cabrera,saquen uds sus propias conclusiones.
Hoy quiero hablar de esos hombres que se mueven alrededor de un partido de béisbol. Aquellos que no dan jonrones, ni hacen atrapadas magistrales, y muchos menos se paran en un montículo a tratar de dominar contrarios, pero son imprescindibles para el desarrollo normal del juego.
Quiero hablar de anónimos y de injusticias, de aquellos olvidados que se sostienen en pie por una pasión, esos que solo respiran cuando sienten ese olor a yerba recién cortada, a cuero viejo y a la humedad que sale de los pasillos de los estadios de pelota.
Hombres que son víctimas del mismo amor que sienten por este deporte y son pisoteados a conciencia porque morirían fuera del bullicio del público y el sonido seco de la madera cuando golpea las pelotas.
¿Han pensado alguna vez cuánto ganan los anunciadores de los estadios, los trabajadores que cuidan los palcos y los cargabates de los equipos?
He conversado con todos ellos y siento vergüenza ajena. Una sensación de impotencia y un deseo tremendo de emprenderla contra molinos de vientos cuando he descubierto el salario irrisorio que reciben estos hombres.
Nueve pesos cubanos por juego cobra el anunciador del Latinoamericano, los cargabates no están en la nómina de pago de los equipos y los trabajadores de los estadios me hablaron de una cifra que no me atrevo a decir porque me parece increíble.
¿Alguien se ha detenido a pensar por un momento en estos hombres? ¿De qué manera mantienen a sus familias y satisfacen sus necesidades más elementales?
¿Por qué dentro de las últimas reformas salariales no se contemplaron a estos sacrificados e imprescindibles personajes?
Es un bochorno tremendo que existan estos trabajadores viviendo prácticamente de limosnas y de la buena fe de amigos o aficionados. Considero inadmisible e injustificable estas cosas y hay que corregirlas cuanto antes.
¿Qué sería de un partido de béisbol sin un anunciador oficial, sin ese cargabates multioficios que lo organiza todo sobre la grama antes y después de terminados los choques, de esos trabajadores que mantienen el orden y el cuidado de palcos y gradas?
Al preguntarle una vez al anunciador oficial del estadio Latinoamericano, Rodolfo Martínez, me dio esta respuesta:
“La razón es simple, me gusta el beisbol, lo amo y lo adoro. El beisbol para mí es la vida misma, por eso vengo aquí todos los días aunque me paguen 9 pesos cubanos y gaste 10 en un taxi para llegar a tiempo”
Esa respuesta humilde que eriza la piel, es la misma que dirán todos ellos, pero no se puede permitir. Nuestro deporte nacional no se levanta solo con entrenamientos y nuevas estructuras de competencia.
Hay que velar cada detalle, atender a cada persona desde la gloria deportiva retirada hasta el más simple de los seres anónimos que lo sostienen. Eso no depende de problemas coyunturales ni de bloqueos imperialistas.
Nos vemos en el estadio.
Hoy quiero hablar de esos hombres que se mueven alrededor de un partido de béisbol. Aquellos que no dan jonrones, ni hacen atrapadas magistrales, y muchos menos se paran en un montículo a tratar de dominar contrarios, pero son imprescindibles para el desarrollo normal del juego.
Quiero hablar de anónimos y de injusticias, de aquellos olvidados que se sostienen en pie por una pasión, esos que solo respiran cuando sienten ese olor a yerba recién cortada, a cuero viejo y a la humedad que sale de los pasillos de los estadios de pelota.
Hombres que son víctimas del mismo amor que sienten por este deporte y son pisoteados a conciencia porque morirían fuera del bullicio del público y el sonido seco de la madera cuando golpea las pelotas.
¿Han pensado alguna vez cuánto ganan los anunciadores de los estadios, los trabajadores que cuidan los palcos y los cargabates de los equipos?
He conversado con todos ellos y siento vergüenza ajena. Una sensación de impotencia y un deseo tremendo de emprenderla contra molinos de vientos cuando he descubierto el salario irrisorio que reciben estos hombres.
Nueve pesos cubanos por juego cobra el anunciador del Latinoamericano, los cargabates no están en la nómina de pago de los equipos y los trabajadores de los estadios me hablaron de una cifra que no me atrevo a decir porque me parece increíble.
¿Alguien se ha detenido a pensar por un momento en estos hombres? ¿De qué manera mantienen a sus familias y satisfacen sus necesidades más elementales?
¿Por qué dentro de las últimas reformas salariales no se contemplaron a estos sacrificados e imprescindibles personajes?
Es un bochorno tremendo que existan estos trabajadores viviendo prácticamente de limosnas y de la buena fe de amigos o aficionados. Considero inadmisible e injustificable estas cosas y hay que corregirlas cuanto antes.
¿Qué sería de un partido de béisbol sin un anunciador oficial, sin ese cargabates multioficios que lo organiza todo sobre la grama antes y después de terminados los choques, de esos trabajadores que mantienen el orden y el cuidado de palcos y gradas?
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Nos vemos en el estadio.

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