Está claro que lo mejor, lo ideal, es mezclar ambas cosas, o sea: ser un campeón estable. Pero no, no todo el mundo logra un ciclo de triunfos consecutivos, como los Industriales de Carneado y Anglada, las Aplanadoras comandadas por Higinio y Pacheco, los míticos Vegueros, el Villa Clara de Pedro Jova, los Tigres con Roger como timonel, el Real Madrid y el Barcelona, los Yankees de la década de 1950, el Boston Celtics de Bill Russell o el Chicago Bulls de Michael Jordan. No todo el mundo puede decir como el mítico general romano Julio César: Vine, vi y vencí. El deporte a veces es injusto y deja deudas para la historia, a veces sería justo que hubieran dos campeones cuando solo puede haber uno. Creo que hay que reconocer en su justa dimensión a los que se mantienen dando pelea en cada calendario de 365 días. Tal vez nunca lleguen al Olimpo pero tampoco se puede decir que son “un cero a la izquierda”. A fin de cuentas para ser campeón se necesita talento, inteligencia, esfuerzo, corazón, pero no basta con ello.
Ser campeón depende de que ocurra todo lo que debe suceder en el momento exacto, con la precisión de un reloj suizo o la puntualidad de los ingleses.
A veces con tenerlo todo no basta para lograr el sueño, a veces se necesita una inspiración, una chispa que provoque el estallido ofensivo de todo el potencial que se posee.