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El toque de sacrificio… ¿en extinción?
En fecha tan lejana como el verano de 1872, a un jugador llamado Tommy Barlow, del equipo Brooklyn Atlantics, se le ocurrió tratar de apuntarse un jit sin hacer un swing completo. Barlow –quien también es acreditado lamentablemente como el primer pelotero fallecido a consecuencia del consumo de drogas–, fue sin quererlo el inventor del toque de bola.
Mucho se escribe y se habla, a favor y en contra, sobre la importancia del toque desde el punto de vista estratégico. Nacido en la época de la llamada «bola muerta» (cuando todavía no aparecían los centros de corcho o caucho) su utilidad como factor para llegar a la primera base era indiscutible.
Pero los tiempos cambian, hoy es cuestionado por muchos especialistas y estadísticos, particularmente los devotos de la nueva ciencia llamada Sabermetría, quienes argumentan que el toque, específicamente el de sacrificio, no tiene gran utilidad en el béisbol moderno, con pelotas cada vez más vivas (Mizuno 100 y 150, Rawlings, etc) y peloteros fuertes, mejor preparados.
Lo anterior explica el aumento de la cantidad de cuadrangulares en la mayoría de las ligas y la disminución de sacrificios, al extremo de que en los últimos dos años el promedio de toques por juego en las Grandes Ligas ha sido de 0,20 y 0,37.
Uno de los sabermétricos más conocidos, Thomas Tango, realizó una serie de mediciones en situaciones diversas, por ejemplo: con corredor en la inicial, o con hombres en la inicial y la intermedia, ambos sin outs. Al final llegó a las siguientes conclusiones:
1) El toque de bola no mejora considerablemente las expectativas de anotar carreras de un equipo y, en muchos casos, las reduce.
2) Mientras mayor es la posibilidad de marcar carreras, más valiosos son los outs y, por tanto, más razones para no tocar.
3) Las expectativas de conseguir una victoria tampoco mejoran sustancialmente cuando se decide tocar.
4) Nunca toque cuando su mejor bateador está en el home.
EN CUBA TOCAMOS MÁS, MUCHAS VECES MAL
Nuestro béisbol muestra características algo diferentes. Ya no tenemos bateadores de gran fuerza. Los Kindelán, Junco, Linares, Muñoz y Romelio, todos con 370 o más cuadrangulares, no abundan hoy, aunque existen figuras como Lázaro Cedeño, Guillermo Avilés, Osvaldo Vázquez y Rafael Viñales, entre otros, que prometen convertirse en jonroneros consuetudinarios.
En la fase inicial de la 57 Serie Nacional hubo equipos como Isla de la Juventud y Pinar del Río con solo nueve y 17 cuadrangulares, respectivamente. Más de un mentor se ve obligado a poner en práctica el llamado «juego chiquito» y, por consiguiente, el promedio de toques de bola por juego fue de 1,01, con 454 en 460 partidos, casi a uno por desafío.
No consideren todo lo antes expuesto como una diatriba in extremis al toque de bola. El problema radica en cuándo se toca. Todos los especialistas coinciden en que sacrificar a un bateador es plausible si el juego está cerrado y ya en las postrimerías, en el último tercio. Pero hacerlo desde temprano es una mala táctica. Los innings solo tienen tres outs y regalar uno es en la mayoría de los casos fatal.
Hemos visto en ocasiones situaciones como la siguiente: el primer bateador de un desafío conecta un doblete al jardín central. Llega el segundo hombre de la tanda –presumiblemente un pelotero con suficiente tacto para conectar un jit–, sin embargo, fue mandado a tocar para llevar al corredor a tercera. Aquí se impone recordar una estadística conocida: hay mayores posibilidades de anotar una carrera con un hombre en segunda sin out, que desde la antesala con uno. Conclusión: los dos restantes bateadores fallaron y la entrada terminó en cero. El out regalado con el toque fue un factor determinante.
Por jugadas como esa es que muchos especialistas le han declarado la guerra al toque de sacrificio, especialmente cuando se hizo oficial la regla 6:10 creando al designado que batea en lugar del lanzador, reforzando las alineaciones de los equipos y aumentando la ofensiva.
Sin embargo, dos de las más importantes ligas del mundo, la Americana (Estados Unidos) y la del Pacífico (Japón) no aceptaron al bateador designado, y, por consiguiente, los lanzadores continúan teniendo turnos al bate en los partidos, aumentando la posibilidad de un toque de sacrificio.
La oportunidad de avanzar a un corredor a una posición anotadora seguirá siendo una estrategia válida en el béisbol, siempre y cuando se utilice adecuadamente, en las postrimerías de los juegos y con hombres capaces de ejecutarla con eficiencia. Pueden estar tranquilos los partidarios del «juego chiquito». El invento de Tommy Barlow, próximo a cumplir 146 años, prevalecerá por tiempo indefinido.
Mucho se escribe y se habla, a favor y en contra, sobre la importancia del toque desde el punto de vista estratégico. Nacido en la época de la llamada «bola muerta» (cuando todavía no aparecían los centros de corcho o caucho) su utilidad como factor para llegar a la primera base era indiscutible.
Pero los tiempos cambian, hoy es cuestionado por muchos especialistas y estadísticos, particularmente los devotos de la nueva ciencia llamada Sabermetría, quienes argumentan que el toque, específicamente el de sacrificio, no tiene gran utilidad en el béisbol moderno, con pelotas cada vez más vivas (Mizuno 100 y 150, Rawlings, etc) y peloteros fuertes, mejor preparados.
Lo anterior explica el aumento de la cantidad de cuadrangulares en la mayoría de las ligas y la disminución de sacrificios, al extremo de que en los últimos dos años el promedio de toques por juego en las Grandes Ligas ha sido de 0,20 y 0,37.
Uno de los sabermétricos más conocidos, Thomas Tango, realizó una serie de mediciones en situaciones diversas, por ejemplo: con corredor en la inicial, o con hombres en la inicial y la intermedia, ambos sin outs. Al final llegó a las siguientes conclusiones:
1) El toque de bola no mejora considerablemente las expectativas de anotar carreras de un equipo y, en muchos casos, las reduce.
2) Mientras mayor es la posibilidad de marcar carreras, más valiosos son los outs y, por tanto, más razones para no tocar.
3) Las expectativas de conseguir una victoria tampoco mejoran sustancialmente cuando se decide tocar.
4) Nunca toque cuando su mejor bateador está en el home.
EN CUBA TOCAMOS MÁS, MUCHAS VECES MAL
Nuestro béisbol muestra características algo diferentes. Ya no tenemos bateadores de gran fuerza. Los Kindelán, Junco, Linares, Muñoz y Romelio, todos con 370 o más cuadrangulares, no abundan hoy, aunque existen figuras como Lázaro Cedeño, Guillermo Avilés, Osvaldo Vázquez y Rafael Viñales, entre otros, que prometen convertirse en jonroneros consuetudinarios.
En la fase inicial de la 57 Serie Nacional hubo equipos como Isla de la Juventud y Pinar del Río con solo nueve y 17 cuadrangulares, respectivamente. Más de un mentor se ve obligado a poner en práctica el llamado «juego chiquito» y, por consiguiente, el promedio de toques de bola por juego fue de 1,01, con 454 en 460 partidos, casi a uno por desafío.
No consideren todo lo antes expuesto como una diatriba in extremis al toque de bola. El problema radica en cuándo se toca. Todos los especialistas coinciden en que sacrificar a un bateador es plausible si el juego está cerrado y ya en las postrimerías, en el último tercio. Pero hacerlo desde temprano es una mala táctica. Los innings solo tienen tres outs y regalar uno es en la mayoría de los casos fatal.
Hemos visto en ocasiones situaciones como la siguiente: el primer bateador de un desafío conecta un doblete al jardín central. Llega el segundo hombre de la tanda –presumiblemente un pelotero con suficiente tacto para conectar un jit–, sin embargo, fue mandado a tocar para llevar al corredor a tercera. Aquí se impone recordar una estadística conocida: hay mayores posibilidades de anotar una carrera con un hombre en segunda sin out, que desde la antesala con uno. Conclusión: los dos restantes bateadores fallaron y la entrada terminó en cero. El out regalado con el toque fue un factor determinante.
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