Casi siempre que hablo de pelota con un amigo, de una forma u otra, de parte de él sale a relucir que Frederich Cepeda es el mejor pelotero cubano de la actualidad. Esa afirmación viene siendo “plato fijo en la mesa” de nuestras conversaciones desde hace varios años, cuando el espirituano coinicidía con jugadores como Yuliesky Gurriel, Michel Enríquez, Yoenis Céspedes, Alfredo Despaigne, entre otros, que igualmente podían llevarse el cartel de MEJOR JUGADOR DE CUBA, según el criterio de distintos aficionados. Para gustos están los colores, frase perfectamente aplicable al mundillo del béisbol.

Por estos días de fragor beisbolero, en medio de una Serie Nacional que hace lo indecible por no ser aplastada por el imparable flujo mediático que desprende unos Juegos Olímpicos, me detengo y pienso mucho en lo que se encarga de recordarme cada vez que tiene un chance mi amigo Maikel. ¿Será acaso cierto que el espirituano Cepeda cargue sobre sus hombros con tan valiosa condición? Lejos de disentir o aprobar ese criterio, porque involucrarse en ello sería como estar abriendo la voluminosa Marienbad My Love de Mark Leach, la novela más larga del mundo, me remito al presente y a la grandiosidad –que no es lo mismo que ser el más grande- de este apacible jugador.

Cepeda, de ser un pelotero muy ensalzado y defendido en cuanta peña deportiva exista, en los dos últimos años, fundamentalmente, ha sufrido un bache en su carrera deportiva un poco hondo. Su andanza por el béisbol japonés se puede catalogar de casi un rotundo fiasco, pues con los Gigantes de Yomiuri sus números fueron un antónimo de las estadísticas que él posee de por vida en la pelota cubana y de su probadísima calidad, que nadie ponga en tela de juicio. Para colmo de la fatalidad, en 2015 en 21 veces al bate no conectó indiscutible alguno, perseguido por el fantasma de las lesiones.

Luego, inexplicablemente, se anunció que jugaría con los Tigres de Cartagena en la Liga Colombiana, un torneo irrelevante que cuando mira hacia arriba y ve la altitud de calidad que posee las Grandes Ligas niponas solo le queda agachar la cabeza. Nada, en palabras simples fue como sacar al yayabero de un hotel cinco estrellas y alojarlo en una hostal de paso. Fue como dar por casi acabada la carrera de una estrella que no ilumina y condenarlo al pabellón de los descartados. Por supuesto, su estancia en Colombia fue prácticamente fugaz.

Ante tanta carga negativa encima, el gran Frederich tuvo que enfrentarse al quirófano dos veces este año, para tratarse el codo derecho y la pierna derecha, como si fuera poco. A perro flaco todo son pulgas, salvando distancias. Recuperado paulatinamente de sendas operaciones, su regreso al béisbol cubano estaba previsto para octubre, cuando, sorpresivamente apareció una circular que anunciaba su reaparación desde el primer día de la presente edición de la Serie Nacional 56.

Así como se los cuento, el jugador de 36 años ha aparecido y él mismo se ha encargado de que no sea por la vía del silencio. Su equipo de Sancti Spíritus ya venció la primera subserie de la justa y apenas pudo sonreír una vez en tres intentos. Aunque pensándolo bien, las sonrisas deben estar multiplicadas, porque el 24 de Cuba se ha vestido de Ave Fénix y en 10 veces al bate ha conectado seis indiscutibles, un doble, un cuadrangular, dos carreras impulsadas y similar cifra de anotadas.

Cepeda tiene en su hoja de ruta cuanto título exista en materia beisbolera, además de ser subcampeón con el team Cuba en el primer Clásico Mundial de béisbol. Es necesario hacer un paréntesis para decir que es el cubano con mejores guarismos en este certamen, pues en las tres versiones que se han realizado él ha intervenido reflejando average de 449, con 31 imparables y 23 carreras impulsadas.

El pelotero de 18 temporadas y promedio ofensivo de 329, con 265 jonrones y 340 dobles, además de otras estadísticas impresionantes, ha tenido un inicio de contienda por todo lo alto, sin dejar de reconocer el bajón cualitativo de nuestro béisbol. Ojalá sea este el sendero por el que camine de cabo a rabo y pueda ver cumplida la ilusión de competir en sus cuartos Clásicos Mundiales, para el cual es totalmente elegible. (David Díaz)