Me preguntan por qué todavía no he escrito una línea de la Serie Nacional. Les respondo que aguardo por la segunda fase, cuando se juega a algo más semejante a la pelota, esa cosa sublime que disfruto desde que tengo uso de razón. Unos me entienden; otros, atrincherados en el fundamentalismo, balbucean alguna acusación insustancial y prehistórica.
Yo los ignoro, convencido de que nada me fuerza a ocupar un espacio con artículos acerca de un torneo deliberadamente opaco. De manera que prefiero callar -¡esta vez sí!-, a la espera de que el puente vuelva a serlo sobre aguas turbulentas, y no sobre el cansino riachuelo que padece ahora mismo el campeonato.
La terquedad difícilmente alcance a parir luces. Así, la estructura de 16 equipos –abominable como el Hombre de las Nieves- sigue siendo, junto a las deserciones, el verdugo esencial del espectáculo: en medio de una crisis de figuras, resulta incomprensible que la Serie se aferre al mismo número de escuadras. Que es lo mismo que tratar de meter a un hombre hecho y derecho en sus calzoncillitos de la infancia.
No me motiva dedicarle párrafos a un evento que se juega a graderías desiertas, y donde los novatos matriculan sin problemas en roles titulares. Me parece patético escribir que haya novenas como Mayabeque, Artemisa y Camagüey, cuyo global de éxitos y fracasos es de 15-50, respectivamente. O que luego de dirimir más de veinte desafíos, un elenco sin un line up de relumbrón (Industriales) se dé el lujo de promediar .327 con casi .500 en materia de slugging colectivo.
¿Será serio -inquiero con absoluta seriedad- que en el torneo elite haya un staff que lanza para 6.41 carreras limpias cada nueve entradas de faena? ¿Cómo se entiende que haya 57 peloteros promediando por encima de .300, y que 25 de ellos superen la barrera de un hit cada tres turnos (.333)? ¿No dicen que batear es la misión más complicada del deporte?
Todo esto, y también muchas cosas más, lo propicia el empeño irrisorio de tener un equipo por provincia. Por respeto a mí mismo, y a usted, y a un pasatiempo que nos ha reportado tanta vida, este cronista no va a mover un dedo en la clasificatoria. Nos vemos en la segunda fase.
Yo los ignoro, convencido de que nada me fuerza a ocupar un espacio con artículos acerca de un torneo deliberadamente opaco. De manera que prefiero callar -¡esta vez sí!-, a la espera de que el puente vuelva a serlo sobre aguas turbulentas, y no sobre el cansino riachuelo que padece ahora mismo el campeonato.
La terquedad difícilmente alcance a parir luces. Así, la estructura de 16 equipos –abominable como el Hombre de las Nieves- sigue siendo, junto a las deserciones, el verdugo esencial del espectáculo: en medio de una crisis de figuras, resulta incomprensible que la Serie se aferre al mismo número de escuadras. Que es lo mismo que tratar de meter a un hombre hecho y derecho en sus calzoncillitos de la infancia.
No me motiva dedicarle párrafos a un evento que se juega a graderías desiertas, y donde los novatos matriculan sin problemas en roles titulares. Me parece patético escribir que haya novenas como Mayabeque, Artemisa y Camagüey, cuyo global de éxitos y fracasos es de 15-50, respectivamente. O que luego de dirimir más de veinte desafíos, un elenco sin un line up de relumbrón (Industriales) se dé el lujo de promediar .327 con casi .500 en materia de slugging colectivo.
¿Será serio -inquiero con absoluta seriedad- que en el torneo elite haya un staff que lanza para 6.41 carreras limpias cada nueve entradas de faena? ¿Cómo se entiende que haya 57 peloteros promediando por encima de .300, y que 25 de ellos superen la barrera de un hit cada tres turnos (.333)? ¿No dicen que batear es la misión más complicada del deporte?
Todo esto, y también muchas cosas más, lo propicia el empeño irrisorio de tener un equipo por provincia. Por respeto a mí mismo, y a usted, y a un pasatiempo que nos ha reportado tanta vida, este cronista no va a mover un dedo en la clasificatoria. Nos vemos en la segunda fase.
Por Michel Contreras