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Noticias sobre el béisbol cubano

Lo que el Clásico se llevó…y nos dejó.

José Lorenzo GarciaEnviado por: 

Fuente: www.escambray.cu
Lo que el Clásico se llevó…y nos dejó.
El Clásico nos dejo: que Cuba jugó a su nivel, que de ese béisbol nos separan años luz y que la distancia no podremos vencerla con compromisos entusiastas

No cerró con un partido a la altura de las emociones que derrochó durante 16 días, pero la cuarta edición del Clásico Mundial de Béisbol dejó, en términos generales, un buen sabor.

Lo opaco es por el 8-0 a favor de Estados Unidos vs. Puerto Rico, contrario a los juegazos de la semifinal y a muchos escenificados en la fase regular. Mas es solo un detalle. Los anfitriones-promotores ganaron el título frente a unos boricuas, que para la gran mayoría eran favoritos, por llegar invictos, por la fortaleza del bateo, la agresividad de su juego y su pitcheo hermético.

Sin embargo, en el momento clave Estados Unidos fue categórico y arrolló a los caribeños con la superioridad con que una potencia aplasta a una colonia. Así se reivindicó ante su público que pudo, por fin, satisfacer los morbos de albergar el mejor béisbol del mundo. No fue el dream-team del debut en el 2006. Pero los norteños presentaron un equipo eficaz, eficiente y cohesionado, herramientas que quizás les faltaron en otras versiones por más que llevó superestrellas cuando los egos suplantaron el compromiso.

Eso es muy bueno para la salud de estos eventos y del béisbol, mucho más ahora que pretende echar raíces tras su inclusión en el programa olímpico de Japón 2020. Habrá que decir que, aun con ausencias de grandes luminarias por los dictados de managers y dueños de la campaña que está por comenzar en las Mayores, aun con las restricciones impuestas a algunos de los presentes, sobre todo lanzadores, el evento quedó bien parado.

Para los acosos que padece del universalísimo fútbol resultó gratificante ver al imponente Dodger Stadium repleto en sus “cuatro pisos”, como estuvo el Marlins Park, de Miami, cuando jugaron los locales. El que los Clásicos sobrevivan depende mucho del grado de aceptación a lo doméstico de sus creadores. Se sabe que hoy lo que no deje lucros no es legítimo y puede fallecer. Según cifras oficiales, por primera vez se supera el millón de boletos vendidos (1 086 720) y la señal televisiva llegó a 182 países.

Y está el espectáculo. Hay que admitir que el espectáculo sobró en las cuatro sedes por las respuestas de las gradas y de los terrenos, donde se pudo advertir pasión por jugar y defender una camiseta, más allá de que a muchos puertorriqueños se les haya olvidado el español o que la mayoría de los “israelitas” ni sepan que en Oriente Medio se libra hace años una guerra a piedras con los palestinos.

No es que lo diga yo, que no tengo la autoridad, ni el poder, ni el dinero de Robert Manfred, comisionado de las Grandes Ligas, quien acaba de asegurar: “Estamos satisfechos por completo por la manera en que ha ido este Clásico. Tenemos rosters llenos en su mayoría por los mejores jugadores… Hemos tenido grandes multitudes de aficionados, no solo en cuanto a cifras récords, sino en la pasión con la que se entregan. Esto ha sido increíble por completo”.

El Clásico es así de “democrático” y debemos admitir que funcionaron sus fórmulas con naciones emergentes que dieron lucidez y ofrecieron competencia, como Israel y Colombia, porque ya Italia enseña las uñas hace rato, mientras Holanda, por segunda vez entre los cuatro grandes, ya no es intrusa de ocasión. Más allá del dinero, los jugadores se entregaron con honor y “nacionalismo”, diría Manfred.

El Clásico se llevó la alegría cubana por la eliminación a fuerza de batazos; no obstante, nos dejó certezas: que Cuba jugó al nivel que hoy tiene, que de ese béisbol nos separan años luz y que la distancia no podremos vencerla con voluntarismos ni compromisos entusiastas.

Con dos finalistas del otro extremo y un República Dominicana que vendió cara su corona, el evento confirmó que la facción clasificatoria que nos tocó era la más “accesible”. El Clásico se llevó la alegría cubana por la eliminación a fuerza de batazos; no obstante, nos dejó certezas: que Cuba jugó al nivel que hoy tiene, que de ese béisbol nos separan años luz y que la distancia no podremos vencerla con voluntarismos ni compromisos entusiastas.

Antes que empecemos a pensar en cambiar otra vez la estructura de la Serie Nacional, donde cada vez menos peloteros juegan pelota, contrario a las manecillas del mundo, debíamos ser menos simplistas y enfocarnos en la mejor inversión posible: el recurso humano, no solo pensando en un Clásico que a fin de cuentas llega cada cuatro años.

¿Será tan difícil en una isla beisbolera encontrar brazos potentes capaces de sostener de noventa millas hacia arriba? ¿Será tan complicado hallar biotipos un poco más a tono con la estatura mundial?

Otras fórmulas habrá que explorar para que cambien las mentalidades, sin copiar por copiar. Convengamos en que a más de un árbitro se le fue la musa en la zona de strike o en decisiones que decretaron el uso de las cámaras, que hasta el mismísimo mánager ganador insistió con Nolan Arenado como cuarto bate con 115 de promedio y más de 10 ponches, y que a los perfectos japoneses también les temblaron las piernas o, mejor dicho, las manos en un partido de cruce.
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Eso es para no idealizar un evento, que sí nos dejó lanzadores profesionales al punto de dar strikes como si tuvieran un molde o corredores deslizados con precisión milimétrica al sonido de un batazo. No renunciaremos al Clásico porque eso no lo hará ni México, que quedó en la primera vuelta en su patio. Hay que seguir mirando con prioridad la base y darle más pasión a nuestra serie. También vigilar el tono y los rumbos de las negociaciones con las Grandes Ligas con ojos modernos.

Así como los destinos del fútbol se gestan en Europa, los del béisbol se desarrollan en las Grandes Ligas. Claro que insertarnos en ellas no es una decisión que pase solo por la mesa de la Federación Nacional de la disciplina, pues se sabe que muchos intereses median, pero habrá que hablar otros idiomas, pensando que la Patria no es un espacio geográfico. ¿Condenaremos de por vida a peloteros que han regresado luego de probarse sin suerte en ligas caribeñas? ¿Cómo encarar la probabilidad de que cubanos que juegan en las ligas mayores nos representen y jueguen como nación, tal como lo hacen el resto de los latinos?

Entre sus lecturas, el Clásico se llevó algunas que habrá que repasar en cuatro años. Eric Hosmer, primera base de Estados Unidos, dijo a ESPN: “Jugar aquí es diferente. He estado en dos Series Mundiales, gané una, y estar aquí hace que uno se sienta orgulloso de traer el nombre de su país en el pecho”. El puertorriqueño Carlos Beltrán lo secundó en eso de jugar a la pelota en la real dimensión de lo que es, un juego: “Aquí todos estamos más preocupados por defender las letras que traemos en el pecho que por las que traemos en la espalda. Desde el primer día hablamos de que los egos y las agendas personales había que dejarlas en la puerta, al entrar al club house. Aquí todos venimos a defender a Puerto Rico”.

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