Hay quienes siguen pensando todavía que jugar béisbol es como freír croquetas o abrir una ventana. Hay quienes, a estas alturas, aún continúan creyendo que pegar un batazo más allá de las cercas es como apretar una tecla de la computadora.
Comienzo por estas ideas porque después del resultado de los Alazanes de Cuba en la Serie del Caribe escuché o leí los más tremebundos comentarios sobre el equipo que nos representó en Jalisco.
La pelota, si es de alto rendimiento, requiere, al igual que otros deportes, maestría, oficio, técnica, pensamiento y un coraje escrito con mayúsculas, desconocido por muchos de los que blasfeman.
Parece, entonces, demasiado absurdo sostener que la selección del país no llegó al deseado juego de la final porque “Cedeño no jugó” o porque “Despaigne jugó”, como han dicho algunos. Y son varios los que culpan a Carlos Martí Santos, a quien considero el mejor director de los que tiene ahora nuestra serie nacional.
Si algo nos reafirmó este torneo, concluido hace dos días con la victoria de los Criollos de Caguas (Puerto Rico), es que todos debemos seguir superándonos en materia del béisbol. Cuando escribo todos me refiero a jugadores, directivos, técnicos, periodistas y a los propios aficionados. Necesitamos continuar alfabetizándonos en esta disciplina.
Queremos ganar siempre y los Alazanes volvieron a demostrar ahora que no están lejos de esa meta. Sin embargo, a veces resulta útil la derrota dolorosa para volver a sacudirnos y a mirar las lagunas que nos vienen persiguiendo hace unos cuantos años.
Si Cuba hubiese conseguido el título en México, tal vez no estuviéramos hablando del empirismo exagerado que en ocasiones domina los diamantes, del déficit en el “pensamiento táctico” o del alarmante descontrol de numerosos serpentineros.
Nos falta estudio de los contrarios, manejo de las estadísticas, análisis científicos sobre nuestras potencialidades y debilidades, utilización de otros modelos de entrenamiento, empleo de la sabermetría en la dirección, conocimiento sobre otras escuelas del béisbol…
Esas son algunas dificultades de la pelota cubana, aunque, además, como dijo el veterano Frederic Cepeda, existen carencias que golpean: no hay gimnasios especializados para la preparación, tampoco máquinas de pitcheo, ni siquiera cuenta millas para medir la velocidad de los lanzadores o pelotas suficientes para jugar una serie provincial.
¿Pueden resolverse todos? Sabemos que no. Pero en cada uno de los que influya el pensamiento del hombre sí resulta posible el cambio, palabra que se ha gastado también en el ámbito beisbolero.
A veces, por ejemplo, veo alarmado que, mientras televisan un gran partido de otra liga, distintos peloteros -de cualquier categoría- están jugando con sus móviles o haciéndose los famosos selfies (autofotos) con el teléfono. Así no se puede caminar muy lejos, por más pesas practicadas diariamente.
Ese cambio referido ha de llegar, por supuesto, a los aficionados, que en ocasiones tienen la memoria demasiado corta y despotrican de los atletas. Sobre el propio Alfredo Despaigne han caído censuras disparatadas porque algunos olvidaron que no es máquina y que le ha dado infinita gloria a Cuba.
Miguel Cabrera, uno de los mejores peloteros de las Grandes Ligas, ha tenido una actuación discreta en los clásicos mundiales y, sin embargo, jamás ha sido vilipendiado en su país, Venezuela. Allí lo ven como un sol gigantesco.
Así deberíamos ver a Despaigne –con o sin jonrones- o al propio Carlos Martí, con quien tuve numerosos desencuentros por trabajos duros escritos en estas páginas cuando me iniciaba en el periodismo. No ponderarlo sería una ingratitud demasiado grande. Él, quien cumplirá 69 años dentro de seis días, pasó la Serie del Caribe enfermo, con una gripe penosa y en cada conferencia de prensa se mostró gigante como siempre.
Ahora, cuando vayan pasando los días, seguiremos enterándonos de interioridades del equipo, los percances físicos y mentales que debió sortear Guillermo Áviles, los detalles no publicados pero que aportan para entender no solo un campeonato, sino también este deporte de mil variantes.
Por segundo año consecutivo los Alazanes fueron dignos representantes de Cuba en la Serie del Caribe. Desde el retorno a este tipo de evento (2014) hasta el presente, es el único equipo del país con más victorias que derrotas (6-4) y ahora consiguió un tercer lugar decoroso.
¿Es posible pedir más? Por supuesto que sí. Hay, desde la llevada y traída base, tiros que corregir, aunque esos disparos no deben caer en la zona de la mala fe, la crítica sin sentido, el silencio o el elogio cómplice. Tienen que ser verdaderos strikes, que ayuden a nuestro amado pasatiempo nacional.
Comienzo por estas ideas porque después del resultado de los Alazanes de Cuba en la Serie del Caribe escuché o leí los más tremebundos comentarios sobre el equipo que nos representó en Jalisco.
La pelota, si es de alto rendimiento, requiere, al igual que otros deportes, maestría, oficio, técnica, pensamiento y un coraje escrito con mayúsculas, desconocido por muchos de los que blasfeman.
Parece, entonces, demasiado absurdo sostener que la selección del país no llegó al deseado juego de la final porque “Cedeño no jugó” o porque “Despaigne jugó”, como han dicho algunos. Y son varios los que culpan a Carlos Martí Santos, a quien considero el mejor director de los que tiene ahora nuestra serie nacional.
Si algo nos reafirmó este torneo, concluido hace dos días con la victoria de los Criollos de Caguas (Puerto Rico), es que todos debemos seguir superándonos en materia del béisbol. Cuando escribo todos me refiero a jugadores, directivos, técnicos, periodistas y a los propios aficionados. Necesitamos continuar alfabetizándonos en esta disciplina.
Queremos ganar siempre y los Alazanes volvieron a demostrar ahora que no están lejos de esa meta. Sin embargo, a veces resulta útil la derrota dolorosa para volver a sacudirnos y a mirar las lagunas que nos vienen persiguiendo hace unos cuantos años.
Si Cuba hubiese conseguido el título en México, tal vez no estuviéramos hablando del empirismo exagerado que en ocasiones domina los diamantes, del déficit en el “pensamiento táctico” o del alarmante descontrol de numerosos serpentineros.
Nos falta estudio de los contrarios, manejo de las estadísticas, análisis científicos sobre nuestras potencialidades y debilidades, utilización de otros modelos de entrenamiento, empleo de la sabermetría en la dirección, conocimiento sobre otras escuelas del béisbol…
Esas son algunas dificultades de la pelota cubana, aunque, además, como dijo el veterano Frederic Cepeda, existen carencias que golpean: no hay gimnasios especializados para la preparación, tampoco máquinas de pitcheo, ni siquiera cuenta millas para medir la velocidad de los lanzadores o pelotas suficientes para jugar una serie provincial.
¿Pueden resolverse todos? Sabemos que no. Pero en cada uno de los que influya el pensamiento del hombre sí resulta posible el cambio, palabra que se ha gastado también en el ámbito beisbolero.
A veces, por ejemplo, veo alarmado que, mientras televisan un gran partido de otra liga, distintos peloteros -de cualquier categoría- están jugando con sus móviles o haciéndose los famosos selfies (autofotos) con el teléfono. Así no se puede caminar muy lejos, por más pesas practicadas diariamente.
Ese cambio referido ha de llegar, por supuesto, a los aficionados, que en ocasiones tienen la memoria demasiado corta y despotrican de los atletas. Sobre el propio Alfredo Despaigne han caído censuras disparatadas porque algunos olvidaron que no es máquina y que le ha dado infinita gloria a Cuba.
Miguel Cabrera, uno de los mejores peloteros de las Grandes Ligas, ha tenido una actuación discreta en los clásicos mundiales y, sin embargo, jamás ha sido vilipendiado en su país, Venezuela. Allí lo ven como un sol gigantesco.
Así deberíamos ver a Despaigne –con o sin jonrones- o al propio Carlos Martí, con quien tuve numerosos desencuentros por trabajos duros escritos en estas páginas cuando me iniciaba en el periodismo. No ponderarlo sería una ingratitud demasiado grande. Él, quien cumplirá 69 años dentro de seis días, pasó la Serie del Caribe enfermo, con una gripe penosa y en cada conferencia de prensa se mostró gigante como siempre.
Ahora, cuando vayan pasando los días, seguiremos enterándonos de interioridades del equipo, los percances físicos y mentales que debió sortear Guillermo Áviles, los detalles no publicados pero que aportan para entender no solo un campeonato, sino también este deporte de mil variantes.
Por segundo año consecutivo los Alazanes fueron dignos representantes de Cuba en la Serie del Caribe. Desde el retorno a este tipo de evento (2014) hasta el presente, es el único equipo del país con más victorias que derrotas (6-4) y ahora consiguió un tercer lugar decoroso.
¿Es posible pedir más? Por supuesto que sí. Hay, desde la llevada y traída base, tiros que corregir, aunque esos disparos no deben caer en la zona de la mala fe, la crítica sin sentido, el silencio o el elogio cómplice. Tienen que ser verdaderos strikes, que ayuden a nuestro amado pasatiempo nacional.