El béisbol, en dos días, no cambia. Y difícilmente cambiará en las próximas cien jornadas o en cinco años a partir de ahora. Digo esto porque, en particular, la pelota cubana precisa de tiempo e ideas renovadas para resurgir del indiscutible bache en el que se ha sumergido, lastrada por deficiencias de todo tipo en el primer nivel y un trabajo repleto de lagunas en las categorías inferiores.

En este contexto, propiciado por las sucesivas derrotas en la recién concluida Serie del Caribe, se reanudó la víspera el clásico nacional en su edición 53, que presenta exactamente los mismos problemas descubiertos en Isla Margarita, donde nuestros jugadores dieron la impresión de encontrarse un escalón por debajo del ámbito profesional.

Dichas carencias, como ya explicamos, no se opacan de un soplo, y disimularlas sería una torpeza mayúscula, que incluso puede traer peores consecuencias para el futuro del pasatiempo nacional. Por ello, tomando como referencia la jornada del reinicio, enmarcamos algunos de estos problemas, que ya arrastramos desde hace demasiado tiempo.

Por ejemplo, en el estadio 26 de Julio, los Cazadores de Artemisa chocaron, frente a su público, con Industriales. El duelo fue intenso desde el mismo inicio y, trascurrido el primer tercio, ya los dos equipos habían logrado sendas remontadas.

Primero los Leones capitalinos descontaron tres carreras y se colocaron por delante, pero los locales igualaron el pleito a cinco, con la consiguiente salida de los abridores: Noelvis Entenza y Miguel Lahera, dos serpentineros que en algún momento han integrado la selección nacional.

Justo en este punto divisamos un mal terrorífico: la ineficiencia de los lanzadores, incluso de los supuestos punteros de las rotaciones, quienes con frecuencia no pueden completar ni la mitad de un desafío. Por si fuera poco, la mayoría de los relevistas tampoco dieron la talla, en particular los artemiseños Geonel Gutiérrez y José Luis Padrón (el perdedor), errados en su misión de sofocar la rebelión azul en el tercer episodio.

Ambos padecieron el descontrol, manifiesto en todo momento por las dos partes, al punto de que se otorgaron 13 boletos entre seis lanzadores (solo los industrialistas Pedro Durán y Michel Martínez escaparon del mal). Las causas de estas fallas tienen su origen en los vicios que se arrastran desde las categorías inferiores, tales como la postura, el windup, la concentración y la localización de los envíos, por solo mencionar algunos, los cuales se tornan muy difíciles de pulir en edades avanzadas.

Además, en el tópico de la ofensiva se evidenciaron las dificultades para producir a la hora cero, para empujar carreras, que en definitiva constituyen la razón de ser del béisbol. Un simple ejemplo: Artemisa antes presentaba múltiples lagunas con el madero y ahora, con la adición de los refuerzos batea más, pero todavía les cuesta propulsar los corredores al plato, tal y como probó en el duelo de marras, cuando dejaron a 12 hombres flotando en las almohadillas, nueve de ellos en posición de anotar.

EL BÉISBOL, MÁS ALLÁ DEL JUEGO

Pero los problemas de nuestra pelota no se suscriben solamente a batear, lanzar, fildear o correr, también nos acecha un mal de disciplina, profesionalidad y oficio, ya sea por parte de jugadores, directores, árbitros, aficionados y todo el personal vinculado al máximo espectáculo nacional.

En la noche de ayer pudimos constatar lo anterior en el duelo de Villa Clara y Pinar del Río, reencuentro entre el veloz Vladimir García y Ramón Lunar (acompañado por toda la tropa naranja) tras el incidente del pasado 22 de diciembre, en el partido que enfrentó a Ciego de Ávila y los actuales campeones.

En aquel encuentro, decisivo en las opciones clasificatorias de las huestes avileñas, el diestro de Morón propinó pelotazo a Lunar en el mismo capítulo inicial, lo cual provocó su precipitada expulsión por parte del juez Lorién Lobaina y una pelea sin sentido entre las dos partes, acrecentada según algunos criterios al no ser escogido Vladimir como refuerzo de Villa Clara a la Serie del Caribe.

Sin embargo, el manager Ramón Moré se encargó de desmentir tal argumento, solo que la rencilla, al parecer, se prolongó en el tiempo. Digo esto porque anoche casi se calcó el hecho, lo que el toletero naranja fue quien terminó temprano en las duchas, algo que nunca debió suceder.

En primer lugar, los mentores de cada equipo, como educadores y guías de los peloteros que dirigen, tuvieron que realizar una advertencia a sus pupilos, a sabiendas de los antecedentes. Una plática meridiana y sin medias tintas se imponía previa al encuentro, personalizada con los protagonistas del anterior acontecimiento, a fin de no llegar a males mayores.

Por otra parte, los árbitros también tenían que tomar cartas en el asunto antes del primer lanzamiento con el respectivo aviso a Moré y Alfonso Urquiola, para evitar así que se les fuera el juego de las manos y verse forzados después a expulsar a cualquiera por el más mínimo hecho.

Justo eso sucedió con Roel Santos y Donal Duarte, quienes no tuvieron mente fría para conservar la calma, el primero con el lanzador Yasmani Hernández Rojas por un pelotazo sin ninguna intención, y el otro con un aficionado que lanzó un objeto al terreno. Al respecto, el público también debe entender su rol esencial en los estadios, donde no pueden perturbar a los protagonistas ni incidir negativamente en el desarrollo del espectáculo.

¿Sucesos aislados? Pudiera ser (lo deseo), pero no albergo la menor duda respecto a que nuestra pelota vive con estas deficiencias y muchas más. Localizarlas, enunciarlas y buscar una solución a cada una de ellas es misión de todos.