Para que la pelota siga acompañándonos en cada esquina, parque, centro de trabajo, en la casa y en el estadio, con sus apasionantes debates, enriqueciendo el habla popular; para que nos continúe llenando de emociones con sus batazos, hay que hacerle un swing grande a la pregunta de Expósito.
Me resisto a la tesis de que el problema de nuestro béisbol sea el éxodo de peloteros hacia el deporte rentado, aun cuando las centenas de jugadores que tomaron ese camino lógicamente hayan impactado en la calidad de los torneos en casa y flagelado los principales resultados en eventos internacionales. Si vemos esa práctica, marcada por la hostil política de los gobiernos de Estados Unidos y arreciada hoy por la enajenante postura de la actual administración de ese país, que echó por tierra un acuerdo mutuamente beneficioso para el béisbol de ambas naciones, como el centro del problema, los árboles no nos dejarán ver el bosque.
¿Se resolverían las deficiencias de la pelota si mañana los jugadores que participan en esas lides integran el equipo nacional, digamos al ya cercano Premier 12, con la alta exigencia de buscar la clasificación olímpica? No tengo dudas de que las posibilidades de vencer serían inmensas. Aquellos peloteros, formados técnica y tácticamente en el sistema deportivo de este país, además con deseos de seguir representando a su Patria, por los valores que se asientan en su formación, tributarían toda su clase, pero ni sus batazos ni sus virtudes hallarían la solución.
A la pelota le hace falta orden, es el único atributo que genera disciplina y exigencia. Hay que verla como una organización, dotada de una estructura de dirección científica en la cual encontremos departamentos de desarrollo, conducción deportiva, médica, jurídica, relaciones internacionales, de comunicación, ciencia y otros que demande. Requiere de los más encumbrados saberes organizativos, que sean capaces no solo de estudiar con certeza a un contrario, sino de prever y de garantizar el espectáculo de la esfera social más seguido en el país. En otras palabras, hay que ordenar primero la casa y después vestir las mejores galas en la arena internacional.
Por ejemplo, llegamos a la 59 Serie Nacional que comenzó el pasado 10 de agosto y un lanzador de Pinar del Río no tiene uniforme, y lo peor es que sale a lanzar en el juego 11 de su equipo con la camiseta de Liván Moinelo; o la posposición del campeonato 9-10 años, porque no hubo transporte; en la pasada contienda Sub-23 varios juegos se suspendieron por falta de hospedaje. Está claro: alguien no chequeó, no controló, no previó y, como es lógico, la improvisación ganó. Estos son los errores que cuestan partidos y, aún más, irrespetan lo más sagrado, al destinatario de todos los esfuerzos: a la afición, entendida como pueblo, que tiene a la pelota en lo más profundo de sus sentimientos.
Una organización beisbolera con rigor, identificaría que la solución pasa por vestir al espectáculo deportivo de verdadera fiesta, que ir al estadio sea una opción recreativa de la familia, donde se sienta bien, a gusto con la entrega de los peloteros y con el ambiente en ese recinto; que pasa por darle al béisbol en las categorías inferiores una base sólida, por excelencia participativa. Así fue como se hizo robusto el movimiento deportivo nacional. Volvamos a la semilla y germinarán los resultados.