Nueve posiciones. No conozco otro deporte donde exista tal diversidad. Es característica del béisbol, por eso resulta tan complicado jugarlo y entenderlo.
Ninguno de los tres jardines es igual, por muy parecidos que parezcan, y ni hablar del cuadro: el antesalista está obligado a tirar la pelota a 123 pies y tres y media pulgadas para sacar out en la inicial, el segunda base a solo 90 pies o mucho menos en la mayoría de los casos.
Sin embargo, hay una posición que sobresale entre las restantes por su importancia y la variedad de funciones que debe asumir: la receptoría. El máscara es el único pelotero que está de frente al resto de sus compañeros, en una postura sumamente incómoda, arrodillado durante todo el desafío, con una función principal, la de dirigir al lanzador, para conseguir que combine sus envíos teniendo en cuenta las características de cada bateador.
Esa es una de las múltiples tareas de un catcher, quien debe de poseer habilidad para capturar los foul detrás del plato, un brazo fuerte para poner fuera a los corredores rivales que intentan robar una almohadilla, recibir los tiros de los jardines y soportar encontronazos continuos en el home. Es, por tanto, necesario que los receptores sean preferiblemente altos y robustos, con la resistencia requerida para una labor tan ardua, exigente al máximo.
De todo esto se desprende una conclusión: a los receptores no les queda mucho tiempo para concentrarse en el bateo.
Los mentores, en cualquier liga, prefieren a un hombre con habilidades, excelente a la defensa (Juan Castro o Ariel Pestano) por encima de uno muy ofensivo pero deficiente a la hora de conducir al lanzador o tirar a las bases.
Puede suceder que un receptor —fundamentalmente por su corpulencia—, sea capaz de llevarse un liderato de jonrones.
Pero alcanzar un título de bateo es otra cosa, habitualmente reservado para jardineros o jugadores de cuadro, sobre todo en el caso de los guardabosques, menos exigidos en lo que a defensa se refiere.
Claro, toda regla tiene su excepción. En el béisbol de Grandes Ligas hubo un pelotero llamado Ernie Lombardi, de los Bravos de Boston, calificado como “el hombre más lento de la historia que haya jugado bien al béisbol”, ganador del título de bateo en 1942, con 330 de average.
Modernamente, Joe Mauer, catcher y bateador zurdo, tiene acumulados tres campeonatos de bateo a pesar de medir 6 pies y 5 pulgadas y pesar 230 libras: 347 en el 2006, 328 en el 2008 y un elevado 365 en el 2009, siempre con la franela de los Mellizos de Minnesota. Su principal mérito es su conocimiento de la zona de strike y la capacidad para discriminar lanzamientos: en 11 temporadas acumula 676 bases por bolas con 660 ponches.
En nuestras Series Nacionales solo dos receptores han conseguido un promedio de bateo superior al del resto de los jugadores en una temporada. El primero fue Pedro Luis Rodríguez, en la edición 27 de los clásicos del patio (1988), al batear 446 (87 indiscutibles en 195 turnos oficiales al bate), defendiendo los colores del equipo Habana.
Un año después un joven que ya había dado pruebas de su tremenda habilidad con el madero, Orestes Kindelán —recientemente exaltado al Salón de la Fama del Béisbol Cubano—, promedió por encima de 400, exactamente 402, al conectar 66 jits en 164 veces, colocado en el cuarto turno del equipo Santiago de Cuba. Además, fue puntero en jonrones (24) y en impulsadas (58) para conseguir algo muy difícil, la triple corona.
Desde entonces, jardineros como Osmani Urrutia y jugadores de cuadro al estilo de Michel Enríquez han monopolizado este galardón, el más preciado de todos.
Un talento de nuestro béisbol, ya con experiencia en eventos internacionales, el tunero Yosvani Alarcón, pudiera convertirse en el tercer receptor campeón de bateo. Tiene físico suficiente (1,81 y 85 kilogramos), fibroso (al estilo de otro máscara que rozó el título, el santiaguero Rolando Meriño), es muy veloz corriendo las bases, ha mejorado considerablemente su tacto y durante la presente campaña su promedio de bateo no ha descendido de los 350.
Ya suman 25 años sin que un catcher se adueñe del título de bateo. ¿Estaremos cerca de ver el próximo?
Ninguno de los tres jardines es igual, por muy parecidos que parezcan, y ni hablar del cuadro: el antesalista está obligado a tirar la pelota a 123 pies y tres y media pulgadas para sacar out en la inicial, el segunda base a solo 90 pies o mucho menos en la mayoría de los casos.
Sin embargo, hay una posición que sobresale entre las restantes por su importancia y la variedad de funciones que debe asumir: la receptoría. El máscara es el único pelotero que está de frente al resto de sus compañeros, en una postura sumamente incómoda, arrodillado durante todo el desafío, con una función principal, la de dirigir al lanzador, para conseguir que combine sus envíos teniendo en cuenta las características de cada bateador.
Esa es una de las múltiples tareas de un catcher, quien debe de poseer habilidad para capturar los foul detrás del plato, un brazo fuerte para poner fuera a los corredores rivales que intentan robar una almohadilla, recibir los tiros de los jardines y soportar encontronazos continuos en el home. Es, por tanto, necesario que los receptores sean preferiblemente altos y robustos, con la resistencia requerida para una labor tan ardua, exigente al máximo.
De todo esto se desprende una conclusión: a los receptores no les queda mucho tiempo para concentrarse en el bateo.
Los mentores, en cualquier liga, prefieren a un hombre con habilidades, excelente a la defensa (Juan Castro o Ariel Pestano) por encima de uno muy ofensivo pero deficiente a la hora de conducir al lanzador o tirar a las bases.
Puede suceder que un receptor —fundamentalmente por su corpulencia—, sea capaz de llevarse un liderato de jonrones.
Pero alcanzar un título de bateo es otra cosa, habitualmente reservado para jardineros o jugadores de cuadro, sobre todo en el caso de los guardabosques, menos exigidos en lo que a defensa se refiere.
Claro, toda regla tiene su excepción. En el béisbol de Grandes Ligas hubo un pelotero llamado Ernie Lombardi, de los Bravos de Boston, calificado como “el hombre más lento de la historia que haya jugado bien al béisbol”, ganador del título de bateo en 1942, con 330 de average.
Modernamente, Joe Mauer, catcher y bateador zurdo, tiene acumulados tres campeonatos de bateo a pesar de medir 6 pies y 5 pulgadas y pesar 230 libras: 347 en el 2006, 328 en el 2008 y un elevado 365 en el 2009, siempre con la franela de los Mellizos de Minnesota. Su principal mérito es su conocimiento de la zona de strike y la capacidad para discriminar lanzamientos: en 11 temporadas acumula 676 bases por bolas con 660 ponches.
En nuestras Series Nacionales solo dos receptores han conseguido un promedio de bateo superior al del resto de los jugadores en una temporada. El primero fue Pedro Luis Rodríguez, en la edición 27 de los clásicos del patio (1988), al batear 446 (87 indiscutibles en 195 turnos oficiales al bate), defendiendo los colores del equipo Habana.
Un año después un joven que ya había dado pruebas de su tremenda habilidad con el madero, Orestes Kindelán —recientemente exaltado al Salón de la Fama del Béisbol Cubano—, promedió por encima de 400, exactamente 402, al conectar 66 jits en 164 veces, colocado en el cuarto turno del equipo Santiago de Cuba. Además, fue puntero en jonrones (24) y en impulsadas (58) para conseguir algo muy difícil, la triple corona.
Desde entonces, jardineros como Osmani Urrutia y jugadores de cuadro al estilo de Michel Enríquez han monopolizado este galardón, el más preciado de todos.
Un talento de nuestro béisbol, ya con experiencia en eventos internacionales, el tunero Yosvani Alarcón, pudiera convertirse en el tercer receptor campeón de bateo. Tiene físico suficiente (1,81 y 85 kilogramos), fibroso (al estilo de otro máscara que rozó el título, el santiaguero Rolando Meriño), es muy veloz corriendo las bases, ha mejorado considerablemente su tacto y durante la presente campaña su promedio de bateo no ha descendido de los 350.
Ya suman 25 años sin que un catcher se adueñe del título de bateo. ¿Estaremos cerca de ver el próximo?