Ahora que el Premier se ha ido y su leyenda apenas comienza; ahora que el mundo del béisbol ha perdido al bigleaguer más longevo y en todas partes le despiden con la veneración que su estatura merece; mientras Conrado Marrero, el Guajiro de Laberinto, anda allá arriba, estirando el brazo para lanzar un último partido junto a Luque, el Inmortal Dihigo, José de la Caridad Méndez y todos los grandes que rescatara con belleza el poeta Retamar, los cubanos volvemos a sentir la necesidad impostergable de un lugar que perpetúe la memoria de nuestros más grandes peloteros.
La ausencia del añorado Salón de la Fama del béisbol nacional adquiere relevancia cada vez que uno de los gigantes se nos va. Muchos de ellos, estrellas rutilantes en Grandes Ligas o verdaderos mitos en la pelota del Caribe, están inmortalizados en los santuarios beisboleros de varios países del área, excepto en Cuba.
Por eso, mientras en la tierra del Yumurí -la misma que vio nacer hace casi siglo y medio al béisbol antillano- la pasión por el deporte nacional renace de la mano de sus Cocodrilos, quizás sea hora de que el Palmar del Junco abra por fin sus puertas a los ídolos de un pueblo que peregrinaría por miles hasta la Atenas de Cuba, solo para rendirles tributo.
“La casa que construyó Conrado Marrero”, diríamos entonces, y sin mayor ceremonia nos adentraríamos con avidez en la rica historia de la pasión que ha sostenido por más de una centuria el orgullo de los cubanos.
Pío Tai [1], de Roberto Fernández Retamar
Compañeros: que antes de comenzar, nuestro primer recuerdo
Sea para Quilla Valdés, Mosquito Ordeñana, el Guajiro Marrero,
Cocaína García, La Montaña Guantanamera, Roberto Ortiz, Natilla
(Desde luego), el jiquí Moreno de la bola de humo, el jibarito, y más atrás
Adolfo Luque, Miguel Ángel, Marsans,
Y el Diamante Méndez, que no llegó a las Mayores porque era negro,
Y siempre el inmortal Martín Dihigo.
( Y también, claro, Amado Maestri, y tantos más…)
Inolvidables hermanos mayores: dondequiera que estén,
Hundidos en la tierra que ustedes midieron a batazos
En la Tropical o en el Almendares Park;
Bajo el polvo levantado al deslizarse en segunda,
Alimentando la hierba que se extiende en los jardines y es
surcada por los roletazos;
O felizmente vivos aún, mereciendo el gran sol de la una
y la lluvia que hacía interrumpir el juego
Y hoy acaso sigue cayendo sobre otras gorras:
dondequiera
Que estén, reciban los saludos
De estos jugadores en cuya ilusión vivieron ustedes
Antes ( y no menos profundamente)
Que Joyce, Mayacovski, Stravinski, Picasso o Klee,
Esos bateadores de 400.
Y ahora, pasen la bola.
[1] ”Pío tai” es la forma infantil, en Cuba, de “pido time”, “pido tiempo en el juego”.
La ausencia del añorado Salón de la Fama del béisbol nacional adquiere relevancia cada vez que uno de los gigantes se nos va. Muchos de ellos, estrellas rutilantes en Grandes Ligas o verdaderos mitos en la pelota del Caribe, están inmortalizados en los santuarios beisboleros de varios países del área, excepto en Cuba.
Por eso, mientras en la tierra del Yumurí -la misma que vio nacer hace casi siglo y medio al béisbol antillano- la pasión por el deporte nacional renace de la mano de sus Cocodrilos, quizás sea hora de que el Palmar del Junco abra por fin sus puertas a los ídolos de un pueblo que peregrinaría por miles hasta la Atenas de Cuba, solo para rendirles tributo.
“La casa que construyó Conrado Marrero”, diríamos entonces, y sin mayor ceremonia nos adentraríamos con avidez en la rica historia de la pasión que ha sostenido por más de una centuria el orgullo de los cubanos.
Pío Tai [1], de Roberto Fernández Retamar
Compañeros: que antes de comenzar, nuestro primer recuerdo
Sea para Quilla Valdés, Mosquito Ordeñana, el Guajiro Marrero,
Cocaína García, La Montaña Guantanamera, Roberto Ortiz, Natilla
(Desde luego), el jiquí Moreno de la bola de humo, el jibarito, y más atrás
Adolfo Luque, Miguel Ángel, Marsans,
Y el Diamante Méndez, que no llegó a las Mayores porque era negro,
Y siempre el inmortal Martín Dihigo.
( Y también, claro, Amado Maestri, y tantos más…)
Inolvidables hermanos mayores: dondequiera que estén,
Hundidos en la tierra que ustedes midieron a batazos
En la Tropical o en el Almendares Park;
Bajo el polvo levantado al deslizarse en segunda,
Alimentando la hierba que se extiende en los jardines y es
surcada por los roletazos;
O felizmente vivos aún, mereciendo el gran sol de la una
y la lluvia que hacía interrumpir el juego
Y hoy acaso sigue cayendo sobre otras gorras:
dondequiera
Que estén, reciban los saludos
De estos jugadores en cuya ilusión vivieron ustedes
Antes ( y no menos profundamente)
Que Joyce, Mayacovski, Stravinski, Picasso o Klee,
Esos bateadores de 400.
Y ahora, pasen la bola.
[1] ”Pío tai” es la forma infantil, en Cuba, de “pido time”, “pido tiempo en el juego”.