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Noticias sobre el béisbol cubano

Braudilio Vinent: El Meteoro de Cuba

José Lorenzo GarciaEnviado por: 

Fuente: www.cubadebate.cu
Braudilio Vinent: El Meteoro de Cuba
Si el 8 de noviembre de 2014, cuando en el Latinoamericano se refundó el Salón de la Fama del Béisbol Cubano, algún pitcher no provocó vacilaciones para ocupar su bien merecido lugar entre los inmortales de nuestra pelota, ése fue Braudilio Vinent.

Quiso la vida, o la muerte, que junto a él fuera electo Conrado Marrero, lanzador eterno y entrenador de lujo, a quien siempre ha dedicado sus mejores recuerdos:

Después que llegó Marrero a Santiago de Cuba, es que empiezo a ser pitcher. Me ayudó mucho, mucho, a ese viejo yo lo quiero cantidad. Al principio la recta mía era dura, fuerte cantidad, y tenía buena curva, pero cuando Marrero llegó a Santiago comencé a ampliar el repertorio. Él me dijo: “Tú no tiras curva, tú lo que tiras es slider, vamos a perfeccionar el slider”, y eso fue lo que me llevó a ser un gran lanzador, pues logré combinar el slider con la recta; entonces se le hacía difícil a los bateadores conectarme con frecuencia.[1]

Lo admiré por encima de los demás. Entrega absoluta, wind up de lujo, rápido, sentencioso, de esquiva apariencia ortodoxa, inteligencia innata y, sobre todo,un ser beisbolero impresionante.Tales atributos, unidos a la mejor slider, velocidad aterradora y contagiosa disposición para el juego, lo convirtieron en un inalcanzablecon lugar especial entre los aficionados y especialistas, a pesar de poseer un carácter más bien reservado, pero chispeante, que hicieron afirmar a Fausto Triana, su biógrafo:

Estamos frente a una de esas personas que se nos antojan impenetrables, a las que ni con los más eficaces artilugios lograremos sacar de su mutismo. Como dirían los psicólogos, introversión a primera vista, aparencial (…) Sus palabras me producían los reconfortantes efectos de un calmante tomado a buen tiempo. Mi idea era, por fortuna, totalmente errónea. Faltaba carisma, sí, pero sobraba jovialidad. Sin dudas, el hombre a quien había imaginado impenetrable, introvertido y no sé cuántas cosas más, es una persona bien asequible.[2]

Nació el 10 de julio de 1947, de Marcos y Ana en La Maya, antigua provincia de Oriente, perteneciente hoy a Santiago de Cuba. De origen humilde, sus primeros encuentros con la pelota serían con las de trapo o cajetillas de cigarros Regalías El Cuño, Partagás y otras, cuya consistencia permitía utilizarlas un buen rato y hasta obtener outs con pelotazos en las espaldas y para, a su vez, recibirlas sin guantes, un artículo económicamente inalcanzable.

Bayiyo, como desde temprano era reconocido por la familia y algunas amistades del poblado, no tuvo opciones de estudios, más bien comenzaría temprano en labores agrícolas del café, el maíz y también del “comercio”, con cien turrones por un peso.

Casi va a cumplir los doce años cuando le asignan un trabajo serio: vender turrones. Hay que levantarse todos los días a las cinco de la madrugada, ayudar a preparar los turrones y salir con ellos rápido para tratar de llegar a tiempo a la hora del recreo en la escuela. Allí encontrará compradores seguros; en cambio, el resto de sus dulces lo acompañará durante un buen trayecto por el campo para poderlos vender.[3]

Desde que supo de ella, la pelota jugó un papel importante en su vida, pero un buen día quiso hacerse boxeador bajo la influencia de su hermano de crianza Duke Stable, un excelente pugilista, mas todo terminó poco después, cuando fue noqueado por otro más experto; de nada valió su arrojo entre las cuerdas y se entregó con pasión a las bolas y los strikes, sin importarle la posición, las probaría todas hasta que el potente brazo se encumbró en la lomita, para no bajarse nunca más. Su primer destello en grande sería como juvenil, cuando propinó 19 ponches en un juego. Todos comenzarían a hablar de Bayiyo, un lanzador de hierro que surcaría el espacio cubano y mucho más allá.

La llegada a la pelota grande fue por todo lo alto, pues el novato se convirtió en líder de los lanzadores, con los Mineros de Roberto Ledo, donde compartiría protagonismo con nada más y nada menos que Manuel Alarcón, Roberto Valdés y el supersónico Roldán Guillén. Pero el muchacho no hizo quedar mal al avezado manager, con un balance de 8-7 y la efectividad de un consagrado (1,03). A partir de ahí todos tuvieron que hacer con él, la prensa lo acosó y con la simpleza del primer día continuó en la búsqueda del universo.

Sin embargo, Rodolfo Puente resultó el Novato del Año, por una estupenda temporada. Y desde entonces, tras el primer evento internacional, ambos se convertirían en piezas claves de la Selección Nacional.

Juan Ealo fue un erudito del béisbol, que pudo ver, vivir,comentar y jugar en la pelota anterior a 1959, para después convertirse en una figura emblemática del béisbol revolucionario. Por sus ojos y talento pasaron los mejores lanzadores amateurs y profesionales, incluidos los extranjeros. A él no le fue ajena la impronta de Vinent, hasta le auguró un futuro cierto como entrenador. Y no se equivocó, porque Bayiyo dirigió por varios años, con excelentes resultados, el staff santiaguero:

Ha sido y es un fuera de serie en el montículo, pero su ejemplo es imitable. Un serpentinero es grande no únicamente por lo que ha legado a los libros de los récords, sino en todo caso por su constancia y dedicación al béisbol. Creo, y esto quizás todavía no tenga una base sólida, que los mejores entrenadores del pitcheo cubano están precisamente en el núcleo de estrellas actuales. En fin, considero que Vinent, si se empeña como lo ha hecho en su carrera deportiva, podrá convertirse en un magnífico especialista en la enseñanza de los secretos del diamante a los futuros ases de Cuba.[4]

La trayectoria del Meteoro de La Maya, dentro y fuera del país, es bien conocida, por eso entregaré a los lectores un par de anécdotas que lo pintan de cuerpo entero.

En la Selectiva de 1979, el Pinar del Ríode José Miguel Pineda, necesitaba ganar un solo juego para proclamarse campeón, en lo que sería un acontecimiento histórico,pero necesitaba vencer al ya eliminado Orientales.Cuando anunciaron a Vinent hubo una entusiasta algarabía, no cabía ni un mosquito en el San Luis, adonde habían llegado guaguas, camiones, triciclos, carros de todo tipo y lugares, desde Guanajay y Artemisa hasta los Remates de Guane.

En un rincón del dugout, meditativo, estaba El Gran Braudilio. Los aficionados, deseosos de coronarse por primera vez en un torneo élite, se metían con él: — Vinent, ¿cómo te sientes hoy? — Salió del banco y respondió. — Estoy bien. — ¿Qué te parece? Por fin vamos a ganar una Selectiva. — Dijo alguien conocido, respaldado por un coro. — Se lo merecen, son los que mejor han jugado. Pero los veo muy embullados, hasta tienen trochas en las calles. Me voy a tomar las cervezas con ustedes, pero esta noche no. Guarden las energías y los recursos para mañana, el hielo se va a derretir. — El equipo está que corta. – Insistieron, y él solo esbozó una sonrisa cuandoel partido comenzaba con el primer hombre en turno: el ya desaparecido William Mendoza, a quien llamaban Alphita.

La profecía se cumplió, Vinent ganó con una facilidad pasmosa, solo permitió una carrera por jonrón del no jonronero Heliodoro Pedroso. La gritería contraria lo animaba más.

Allí no pude menos que recordar siete años atrás en el Guillermón Moncada, al este humilde pelotero y hacedor de letras enfrentarlo por única vez:

Congelado estaba en el banco, cuando el Gallego Salgado me llamó para batear de emergente, en un duelo entre Vinent y el zurdo Rodovaldo Esquivel,que tendría su colofón en el inning dieciséis a favor del oriental. Me apreté los spikes y salí como debió hacerlo alguna vez un novato cualquiera ante los envíos de Nolan Ryan en las Grandes Ligas. Siempre he pensado que él es nuestro Nolan Ryan, seleccionado el mejor pitcher derecho en el All Century Team. Con Vinent había sucedido igual en esta tierra, hasta la consagración de Pedro Luis Lazo.

Aquellos pasos al “patíbulo” fueron los más y mejor calculados de mi XI Serie Nacional, la única. Bate 43 en las manos y delante, elevado a diez pulgadas y la distancia de sesenta pies, un monarca que me miraba con cara de pocos amigos. Prueba suprema, orgullo mayor. No debe recordarme, ni las anécdotas que les contaré. Yo tengo frescos los momentos conversados, o jugados contra Bayiyo, el de La Maya.

Incómodo busqué posicionarme en el plato, con la certeza de que la Serie Nacional no era un juego, que uno tendría que chocar contra las luminarias y no estaba preparado para ello. Logré entender que no iba contra cualquiera; prefería uno menor. Alfredo Paz me reclamó en el cajón, la cosa era de verdad. Un par de ejercicios calisténicos y, sin remedio, al desigual combate.

Primer lanzamiento: un rectazo sobre las 98 millas con intención de taladrar. Me separé, cogí un poco de tierra. Caridad Lorente, el cargabates, me alcanzó la pez rubia y me dio mucho ánimo: — Vamos Juany, tú verás que se la das. — Lo miré receloso. ¿Se burlaba o lo decía en serio?, él estaba optimista, como todos los cargabates. Segundos que parecían horas. Sin otra opción, regresé. Entonces Ramón Hechavarría me ensució con tierra los spikes: — Ten cuidado muchacho, está duro y descontrolado, es un peligro.

¡Mentira, estaba durísimo, como siempre! Sonriente me quejé al umpire, porque el Chava no me dejaba concentrar con aquella voz ronca a lo Louis Armstrong. Y lo necesitaba. Si no es recta no le tiro, pensé, no puedo poncharme. Después de una slider que dejé pasar, repitió el rectazo por el mismo centro. Le hice swing y salió un rolling lento por encima de segunda. Corrí a toda velocidad, pensé en un hit, pero qué ingenuidad la mía, allí estaba el guante de Agustín Arias con su legendario brazo.

El árbitro gritó ¡out!, y regresé a la cueva con honor. ¡Braudilio Vinent no me ponchó! Una heroicidad, superior al hit contra Walfrido Ruiz días antes en el Latino; algunos me felicitaron. Cuando aquel hombre, de estatura normal, hacía el wind up, parecía medir siete pies.[5]

Enfrascado en las investigaciones para El Señor Pelotero, hace más de una década, nos encontramos frente a frente en su habitación del Hotel Italia vueltabajero, él como entrenador de pitcheo del Santiago de Cuba. Hablamos sobre Casanova. Campechano, jocoso, oriental por los cuatro costados, me concedió una de las entrevistas que recuerdo con más nitidez. Conservaba el somatotipo. Parece que así nació y vivirá el resto de sus días. Me confesó que tiraba pelotazos, Roberto Ledo se lo exigía, o le quitaba la bola. Pensé comentarle el rolling saltarín, pero no lo recordaría ni saldría yo bien parado; dos polos opuestos del béisbol.

1 Comentarios:

Braudilio Vinent: El Meteoro de Cuba: 5.0 de 5.0 basado en 1 votos en 1 comentarios.
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ExcelenteIndustrialeslicey
21 de enero de 2015 a las 08:37 AM CST
Excelente artículo de uno de los mas grandes lanzadores de la pelota cubana. De niño recuerdo como sufría siempre que nos ganaba en el Latino. Quería que le ganara a todo el mundo menos a mis Industriales. En una visita que hice a Santiago, ya mayor me lo encontré en el Parque Cespedes y le pedí una foto que guardo como un trofeo.
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