Alfonso Urquiola vive ese momento de calma que sucede a la tormenta, pero se trata de una serenidad llena de signos, engañosa, y sus palabras suenan más que a advertencia, a una imploración, cuando se le pregunta sobre el estado de la pelota cubana: “Hay que buscar una solución urgente”.

Él, que viajó por todo el mundo como eterno segunda base de los equipos Pinar del Río y Cuba, se encuentra por estos días en su primera visita a Miami como parte del programa El Jonronazo, que promueve el reencuentro entre aficionados y viejas glorias de la pelota de la isla.

“Ha sido muy poco tiempo, pero el recibimiento de la gente me parece espectacular”, afirmó el hombre que también dirigió con éxito en el béisbol de su tierra al ganar múltiples títulos. “Hemos venido para estrechar manos, fundirnos en abrazos y conversar con esos cubanos de varias generaciones que iban a vernos a los estadios”.

También ha venido a ver a su hijo de 24 años, al que no deja de decirle constantemente que debe “echar para adelante en este país y aprovechar las oportunidades”, y en busca de un pedazo de reposo al que todavía no acaba de encontrarle el gusto.

Después de todo, Urquiola viene vivir dos momentos intensos y de sentido inverso en apenas unos meses. Tocó la gloria en marzo cuando conquistó la Serie del Caribe por primera vez para Cuba desde el Cienfuegos en 1960, pero luego renunció a seguir dirigiendo en cualquier nivel por una mezcla de decepciones y hechos que todavía son tema de discusión entre los aficionados.

En una entrevista publicada en el sitio Cubadebate el pasado mes de abril, Urquiola no dejó títere con cabeza al arremeter contra los males de la pelota cubana, criticando desde la altura irregular de los montículos hasta problemas de disciplina y organización que apuntaban a las autoridades deportivas.

Declaraciones tan fuertes, en otros tiempos, le hubieran traído problemas de cualquier tipo, pero Urquiola ha acumulado demasiado capital de orgullo y respeto como para que se le señale con el dedo acusador. ¿Quién se atreve?

“Hay momentos difíciles y uno toma una determinación, por eso me mantengo en mi decisión de no volver a dirigir”, explicó Urquiola, de 56 años. “También es un problema de tiempo, de desgaste. Uno sufre decepciones, muchos sinsabores e incomprensiones y no se siente bien en un lugar. Entonces, pues mejor se va. No le echo la culpa a nadie ni quiero perjudicar a nadie”.

Le cuesta trabajo reconocerlo, pero el retiro no le sienta bien. Alguien le busca una camisa de Pinar del Río para utilizarla en las fotografías de esta historia y Urquiola mira la tela como si quisiera llorar y pasa las manos por encima de las letras de su provincia con una ternura profunda.

¿Será la última vez que lo haga?

El lo reconoce. No sabe hacer otra cosa que respirar béisbol y le preocupa sobremanera el estado de la pelota cubana que vive momentos de tensión y expectativa entre tantos fracasos. Su éxito en la Serie del Caribe en San Juan, acaso fue el único punto luminoso en tiempos de penumbra.

Atrás quedaron las décadas en que las escuadras nacionales donde él participaba solían aterrorizar a los rivales en eventos foráneos y los peloteros eran dioses de carne y hueso, reverenciados hasta la locura.

“No es un secreto que la pelota ha sufrido”, reconoció Urquiola, quien el domingo 23 de agosto en el Doral Banquet Hall recibirá un homenaje como parte de El Jonronazo. “Se han ido muchos de los mejores y son decisiones respetables. Hay problemas de todo tipo. Cuba seguirá siendo una cantera, pero las soluciones no pueden demorar”.

Como muchos en la isla, Urquiola sigue con interés el desarrollo de las nuevas relaciones con Estados Unidos y el tan ansiado pacto entre Cuba y las Grandes Ligas. En noviembre irá una delegación del Sindicato de Peloteros de las Mayores a La Habana y se habla –por lo bajo– de la presencia de evaluadores de talento pertenecientes a varias franquicias que recorrerán estadios en los próximos días.

A Urquiola le parece muy bien todo esto, pero teme que el tiempo de los hombres no vaya a la par con el tiempo del béisbol.

“Es lastimoso que en un país como el nuestro nos estamos quedando atrás”, apuntó Urquiola, quien jugó 19 temporadas y brilló parte en muchos torneos internacionales. “Creo que las relaciones van a ser productivas para todos. Queremos que todos los cubanos estén felices y que haya un cambio. Los responsables de eso deben buscar lo mejor para todos”.

Urquiola habla con tanto amor de la pelota cubana que al final solo queda una pregunta: ¿usted se cree a sí mismo cuando dice que nunca más volverá a dirigir?

“Para que voy a mentir”, recalcó. “Ningún retiro es bueno. Espiritualmente no me siento bien. Soy honesto. Soy hombre de béisbol. Los amigos, la gente que lo quiere a uno... Los libros nunca se cierran. Puede haber una alternativa”.