La pelota desde las gradas se visualiza con cierta facilidad, incluso cuando te encuentras cerca de la asfixia en un pasillo atestado de aficionados. Desde allí, uno percibe movimientos, dibuja sus propias estrategias y a veces hasta descubre las verdaderas intenciones de mentores y jugadores. Pero arriba, uno se pierde casi íntegramente la banda sonora del béisbol.
Por algún motivo los peloteros siempre dicen que no es lo mismo cuando estás dentro del diamante, porque allí no todo se trata de algarabía, congas, cornetas y matracas. Sobre la grama se respira otro aire, el intercambio de expresiones es constante y, por ende, resulta abrumadora la cantidad y diversidad de sonidos.
Con tal de captar esas sensaciones, la mayoría imperceptibles para el oído humano desde las gradas, me aventuré a presenciar al pie del terreno el quinto pleito de la gran final entre Matanzas y Pinar del Río, definido a favor de los Vegueros, que ahora viajarán al parque Victoria de Girón con el objetivo de alzar al cielo matancero su cuarta corona con ese nombre.
Pero volvamos a la acción dominical en el San Luis, donde la tierra se levanta y luego, en cuestiones de segundos, se esparce hasta desaparecer por completo, lo mismo al regarse un jugador, al entrar un tiro en cualquier guante o al picar la bola en el suelo reseco por el vapor, insoportable.
El calor golpea fuerte, aún sin el castigo directo del sol. Sin embargo, no importa que tan ardiente sea la sensación térmica, los protagonistas van a lo suyo…corren, batean, tocan la bola y se deslizan.
Anotan primero los yumurinos, aupados por José Miguel Fernández, el toletero más inteligente y desinhibido de nuestro país.
Descuentan los vueltabajeros y se montan encima en el marcador por conexiones de los imprescindibles Donal Duarte, William Saavedra, Yosvani Peraza y David Castillo. Pero ellos son más calmados y apacibles, como Alfonso Urquiola, que estira los pies y solo se inquieta con Lorenzo Quintana por pedidos muy nobles frente a Eriel Sánchez.
Séptima entrada. Gana Pinar. Se suceden los sonidos. Suenan igual en las mascotas de los receptores, ya sea con las rectas de costalazo de Lázaro Blanco o las curvas rompientes de Isbel Hernández, rescatadores de los explotados Erlis Casanova y Cionel Pérez.
Claro, siempre hay diferencias. Por ejemplo, los contactos de Eriel y William Saavedra son los más sonoros, por su aceleración y potencia del swing. Ambos, de acuerdo con guion, toman el destino en sus manos e impulsan seis carreras de conjunto, tres para cada uno.
Después sobreviene el desastre del pitcheo pinareño, boletos tras boletos, varias anotaciones de “caballito” aumentan las revoluciones en el dogout de Matanzas, con Víctor Mesa al frente, casi sin voz. Pero, donde las dan, las toman. En el noveno, a tres outs del triunfo, el habitual abridor Yoanni Yera, ahora de apagafuegos, permite el tercer sencillo de la tarde de Roel Santos, hombre que juega otra pelota, menos ruidosa, la de los zumbidos, porque eso es justo lo que se siente cuando vuela sobre las almohadillas.
Ahí se avizoró otro desastre, ahora del pitcheo yumurino y del propio estratega del conjunto, quien extrajo inexplicablemente a Yera, su mejor pitcher de la campaña, y sustituyó a Raúl González con la carrera del gane en la intermedia.
El final no podía ser otro. Los pinareños logran un improbable empate, respirando, ya sin calma en la cueva y sus alrededores. Donal Duarte, se queja de una decisión arbitral en segunda, pero el descontrol de los pitcher yumurinos manda el empate de “caballito” a la goma. Duarte, para agrandar su leyenda, a falta de cátchers, se calza los arreos por primera vez desde los juveniles.
Pero el héroe, la figura, pocos se imaginan quién sería. Osniel Madera, jardinero, infielder, bateador promedio sin grandes destellos, conectó una bola baja del relevista Alexander Bustamante, que cayó en la famosa lomita detrás de la pradera izquierda. El resto es historia, ventaja pinareña de 3-2 en la gran final, que se despide de tierras vueltabajeras para el veredicto en la ciudad de los Puentes.
Por algún motivo los peloteros siempre dicen que no es lo mismo cuando estás dentro del diamante, porque allí no todo se trata de algarabía, congas, cornetas y matracas. Sobre la grama se respira otro aire, el intercambio de expresiones es constante y, por ende, resulta abrumadora la cantidad y diversidad de sonidos.
Con tal de captar esas sensaciones, la mayoría imperceptibles para el oído humano desde las gradas, me aventuré a presenciar al pie del terreno el quinto pleito de la gran final entre Matanzas y Pinar del Río, definido a favor de los Vegueros, que ahora viajarán al parque Victoria de Girón con el objetivo de alzar al cielo matancero su cuarta corona con ese nombre.
Pero volvamos a la acción dominical en el San Luis, donde la tierra se levanta y luego, en cuestiones de segundos, se esparce hasta desaparecer por completo, lo mismo al regarse un jugador, al entrar un tiro en cualquier guante o al picar la bola en el suelo reseco por el vapor, insoportable.
El calor golpea fuerte, aún sin el castigo directo del sol. Sin embargo, no importa que tan ardiente sea la sensación térmica, los protagonistas van a lo suyo…corren, batean, tocan la bola y se deslizan.
Anotan primero los yumurinos, aupados por José Miguel Fernández, el toletero más inteligente y desinhibido de nuestro país.
Descuentan los vueltabajeros y se montan encima en el marcador por conexiones de los imprescindibles Donal Duarte, William Saavedra, Yosvani Peraza y David Castillo. Pero ellos son más calmados y apacibles, como Alfonso Urquiola, que estira los pies y solo se inquieta con Lorenzo Quintana por pedidos muy nobles frente a Eriel Sánchez.
Séptima entrada. Gana Pinar. Se suceden los sonidos. Suenan igual en las mascotas de los receptores, ya sea con las rectas de costalazo de Lázaro Blanco o las curvas rompientes de Isbel Hernández, rescatadores de los explotados Erlis Casanova y Cionel Pérez.
Claro, siempre hay diferencias. Por ejemplo, los contactos de Eriel y William Saavedra son los más sonoros, por su aceleración y potencia del swing. Ambos, de acuerdo con guion, toman el destino en sus manos e impulsan seis carreras de conjunto, tres para cada uno.
Después sobreviene el desastre del pitcheo pinareño, boletos tras boletos, varias anotaciones de “caballito” aumentan las revoluciones en el dogout de Matanzas, con Víctor Mesa al frente, casi sin voz. Pero, donde las dan, las toman. En el noveno, a tres outs del triunfo, el habitual abridor Yoanni Yera, ahora de apagafuegos, permite el tercer sencillo de la tarde de Roel Santos, hombre que juega otra pelota, menos ruidosa, la de los zumbidos, porque eso es justo lo que se siente cuando vuela sobre las almohadillas.
Ahí se avizoró otro desastre, ahora del pitcheo yumurino y del propio estratega del conjunto, quien extrajo inexplicablemente a Yera, su mejor pitcher de la campaña, y sustituyó a Raúl González con la carrera del gane en la intermedia.
El final no podía ser otro. Los pinareños logran un improbable empate, respirando, ya sin calma en la cueva y sus alrededores. Donal Duarte, se queja de una decisión arbitral en segunda, pero el descontrol de los pitcher yumurinos manda el empate de “caballito” a la goma. Duarte, para agrandar su leyenda, a falta de cátchers, se calza los arreos por primera vez desde los juveniles.
Pero el héroe, la figura, pocos se imaginan quién sería. Osniel Madera, jardinero, infielder, bateador promedio sin grandes destellos, conectó una bola baja del relevista Alexander Bustamante, que cayó en la famosa lomita detrás de la pradera izquierda. El resto es historia, ventaja pinareña de 3-2 en la gran final, que se despide de tierras vueltabajeras para el veredicto en la ciudad de los Puentes.