Los DeNa Baystars de Yokohama se cansaron de esperar y le anularon al pelotero cubanoYulieski Gourriel el contrato valorado en unos tres millones de dólares.
Gourriel debía reportarse a mediados de marzo al equipo con el cual jugó la pasada temporada de la Liga Profesional de Japón, pero no lo hizo, al alegar una lesión.
Tampoco se presentó su hermano Lourdes Gourriel Jr., de 21 años, quien debutaría esta campaña, pero que también sufre de supuestas molestias, según las autoridades cubanas.
En el caso del menor de los Gourriel, el equipo no canceló totalmente el contrato, pero el jugador fue colocado en la lista de reserva inactiva, lo que le impedirá firmar con cualquier otro conjunto de la liga.
Los directivos de Yokohama pidieron varias veces a Cuba pruebas de las lesiones de los hermanos, con el silencio como única respuesta, lo cual da pie a suspicacias y especulaciones sobre el destino que tendrá Yulieski Gourriel, la cara más visible del béisbol en la isla.
Tanto secretismo da la impresión de que Cuba buscaba precisamente la anulación de los convenios. Y digo Cuba y no los Gourriel, porque los peloteros no tienen ni voz, ni voto en sus contrataciones en el extranjero.
Más que como agente, el Estado cubano actúa como dueño de sus jugadores, a quienes obliga además a participar casi sin descanso en el torneo nacional y en cuanto evento internacional haya.
No está exenta de lógica la hipótesis de la lesión, a juzgar por el excesivo trabajo a que fue sometido el pelotero, que desde el I Clásico Mundial en el 2006 deslumbró a los cazatalentos de las Grandes Ligas.
Pero lo que despierta sospechas es la negativa de la Federación Cubana de Béisbol de mostrar las pruebas de las lesiones, que demuestra, cuando menos, una actitud completamente alejada de la ética profesional.
Una opción es que el pelotero quisiera desligarse del Yokohama y cambiar de equipo por las razones que sean, pero dados los patrones de honor por los que se rigen los japoneses, es difícil creer que otra novena acepte firmar a alguien que no cumplió sus obligaciones contractuales.
¿Será acaso que está negociándose por debajo de la mesa un acuerdo con las Grandes Ligas?
Estados Unidos y Cuba están de luna de miel, desde que el 17 de diciembre Barack Obama y Raúl Castro anunciaron sus intenciones de poner fin a más de medio siglo de diferendo.
La MLB ha expresado claramente su interés en el talento de la isla y el béisbol podría ser uno de los vehículos que ayuden a derribar barreras que todavía existen.
Con 30 años, muchos creen que al cubano ya se le fue el tren de las Mayores.
Pero el reciente contrato por 62.5 millones de dólares que Los Angeles Dodgers le dieron a Héctor Olivera, que cumplirá esa misma edad justo el 5 de abril, día que arranca la campaña, ha hecho repensar las cosas a quienes ya no apostaban por Gourriel.
Si a Olivera, con antecedentes negativos de salud, le dieron esa cifra, ¿cuánto recibiría hoy mismo Yulieski? Muchos, pero muchos más que los tres millones que dejó de ganar tras la cancelación del contrato con los DeNa Baystars.
Eso Cuba lo sabe. Y en las nuevas relaciones entre La Habana y Washington, ya nada debería sorprendernos.
Gourriel debía reportarse a mediados de marzo al equipo con el cual jugó la pasada temporada de la Liga Profesional de Japón, pero no lo hizo, al alegar una lesión.
Tampoco se presentó su hermano Lourdes Gourriel Jr., de 21 años, quien debutaría esta campaña, pero que también sufre de supuestas molestias, según las autoridades cubanas.
En el caso del menor de los Gourriel, el equipo no canceló totalmente el contrato, pero el jugador fue colocado en la lista de reserva inactiva, lo que le impedirá firmar con cualquier otro conjunto de la liga.
Los directivos de Yokohama pidieron varias veces a Cuba pruebas de las lesiones de los hermanos, con el silencio como única respuesta, lo cual da pie a suspicacias y especulaciones sobre el destino que tendrá Yulieski Gourriel, la cara más visible del béisbol en la isla.
Tanto secretismo da la impresión de que Cuba buscaba precisamente la anulación de los convenios. Y digo Cuba y no los Gourriel, porque los peloteros no tienen ni voz, ni voto en sus contrataciones en el extranjero.
Más que como agente, el Estado cubano actúa como dueño de sus jugadores, a quienes obliga además a participar casi sin descanso en el torneo nacional y en cuanto evento internacional haya.
No está exenta de lógica la hipótesis de la lesión, a juzgar por el excesivo trabajo a que fue sometido el pelotero, que desde el I Clásico Mundial en el 2006 deslumbró a los cazatalentos de las Grandes Ligas.
Pero lo que despierta sospechas es la negativa de la Federación Cubana de Béisbol de mostrar las pruebas de las lesiones, que demuestra, cuando menos, una actitud completamente alejada de la ética profesional.
Una opción es que el pelotero quisiera desligarse del Yokohama y cambiar de equipo por las razones que sean, pero dados los patrones de honor por los que se rigen los japoneses, es difícil creer que otra novena acepte firmar a alguien que no cumplió sus obligaciones contractuales.
¿Será acaso que está negociándose por debajo de la mesa un acuerdo con las Grandes Ligas?
Estados Unidos y Cuba están de luna de miel, desde que el 17 de diciembre Barack Obama y Raúl Castro anunciaron sus intenciones de poner fin a más de medio siglo de diferendo.
La MLB ha expresado claramente su interés en el talento de la isla y el béisbol podría ser uno de los vehículos que ayuden a derribar barreras que todavía existen.
Con 30 años, muchos creen que al cubano ya se le fue el tren de las Mayores.
Pero el reciente contrato por 62.5 millones de dólares que Los Angeles Dodgers le dieron a Héctor Olivera, que cumplirá esa misma edad justo el 5 de abril, día que arranca la campaña, ha hecho repensar las cosas a quienes ya no apostaban por Gourriel.
Si a Olivera, con antecedentes negativos de salud, le dieron esa cifra, ¿cuánto recibiría hoy mismo Yulieski? Muchos, pero muchos más que los tres millones que dejó de ganar tras la cancelación del contrato con los DeNa Baystars.
Eso Cuba lo sabe. Y en las nuevas relaciones entre La Habana y Washington, ya nada debería sorprendernos.