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Noticias sobre el béisbol cubano

“Un herrero en Cooperstown”

“Un herrero en Cooperstown”
Aquel herrero de la Perla del Sur, que atacaba con crudeza los metales, está entre los más grandes jugadores de todas las épocas. Incapaz de desplazarse con la majestuosidad de Martín Dihigo, el acendrado azul añil de Méndez o la descuidad figura de Bombín Pedroso, llegó a la pelota con la indiscutible crudeza del rudo oficio.

En el juego iba a lo suyo y lo hacía mejor que los demás en la pradera central; lo sabía. Vivió como quiso, o mejor dicho, como pudo hacerlo en un mundo que le había sido hostil. ¿Quién, sino el, desplazaría a Oscar Charleston hacia el jardín izquierdo en la pelota de los negros? No pocos lo vieron superior. Dihigo lo recordaba así:

Nosotros nunca le hemos dado a Torriente la importancia que tuvo (…) todo lo hacía bien, fildeaba con naturalidad, tiraba de forma perfecta, cubría terreno como el que más pudiera cubrir y, en lo tocante al bate, ya dejaba de ser bueno para convertirse en algo fuera de lo común (…) yo no le he visto a Torriente alardes de lo inmenso que era como jugador de pelota.”

Existe una de las anécdotas contada por Dihigo que pintaron de cuerpo entero a este hombre. Por allá por la Navidad de 1924, en Matanzas, se enfrentaban el Habana y Los Leopardos de Santa Clara, para celebrar un doble encuentro. Pero en la jornada anterior, como fue su costumbre, Torriente había bebido en exceso y hubo que socorrerlo. Según Dihigo, en el dugout aún desbordaba alcohol por los poros. Nadie pensó que pudiera jugar, pero: “Cuando se enteró que el pícher contrario era el zurdo Lou Streater se animó y dijo que iba a entrarle a palos. Conectó Jonrón, tubey y hit…”.

En otra oportunidad, convocado por la prensa para escuchar criterios sobre los mejores peloteros de su tiempo, el Inmortal destacó:

El mejor pelotero de su época fue el malogrado Cristóbal Torriente. Lo hacía todo bien, con una naturalidad asombrosa (…) jamás trató de impresionar a las gradas con aquellas facultades que les sobraban; el alcohol y la falta de descanso y alimentación, minaron su organismo y a los 32 años físicamente era un espectro.

Cristóbal Carlos Torriente, nació en Cienfuegos, el 16 de noviembre de 1893 (en otras fuentes aparece 1895) y en 1913 con 20 años comenzó su carrera durante 12 temporadas en la Liga Profesional Cubana y en dos torneos independientes, alternando entre Habana, Almendares, Marianao, CUBA y HABANA REDS. Aquel jugador feo, huraño y a veces tosco, de quien se decía alzaba un peso superior al suyo con facilidad supo incorporar una habilidad bien escasa pues junto al extraordinario poder bateaba con facilidad las bolas malas hacia cualquier banda para provocar una situación desesperada en los lanzadores que jamás supieron como dominarlo, simplemente lanzaban rápidas o rompimientos y se entregaban a la providencia.

Cuando aún no había cumplido 5 años ya jugaba en uno de los “placeres” del barrio con una pelota de trapo y un palo. Y a los pocos años trascendía los límites de la barriada y era centro en las conversaciones de los aficionados del béisbol.

Entre los años 1913 y 1928 Torriente hizo historia en las Ligas Independientes de Color, o Ligas Negras Norteamericanas, en más de cinco equipos con un total en 427 desafíos y 1502 veces al bate en los conectó 531 hits, para un promedio de .354, con 89 dobles, 42 triples, 32 jonrones, 350 anotadas, 343 impulsadas y slugging de .533. Riley se refiere a Torriente en los siguientes términos:

El slugging superestrella del gran Robe Foster, con el Chicago American Giants, también fue un excelente jardinero, con un brazo muy potente, este zurdo musculoso fue el más legitimo slugger del team de Foster, pues conectaba para todas las zonas del terreno con elevados promedios. Fue, también, un notorio bateador de bolas malas, que lo hacía bien ante derechos y zurdos.

Fue líder en sus tres primeras campañas: 1920, el año de la fundación oficial de estas lides (.411), 1921 (.338) y 1922 (.412). Por entonces conformó, junto a los norteamericanos Jelly Gardner y Jimmy Lyons, uno de los tríos más defensivos de todos los tiempos. Además de su clase como bateador, lanzó ocasionalmente en ese circuito con balance de 15-7.

Algunas veces desoyó consejos y tuvo problemas de disciplina, por su apego a la vida bohemia, pero jamás declinó en su rendimiento. Por eso pasaría al Detroit Stars donde conectó .339 en 1927 y .320 en 1928. Está considerado el mejor jardinero central de aquellas lides, junto al también inmortal Oscar Charleston. Con Dihigo y Méndez, fue de los mejores cubanos en la Ligas Negras, aunque no se desempeñó en otras latitudes como sus compañeros. No jugó en torneos latinoamericanos ni en la Liga Nacional Amateur por el color de su piel. De esta forma sus recuerdos quedaron supeditados a Cuba y el béisbol negro de EEUU. Eso sí, llevo consigo el consuelo de haber sido mejor que muchos de la Gran Carpa.

Tuvo cualidades difíciles de conjugar como la de unir un notable poder al bate y la capacidad de desplazarse muy rápido, con una singular intuición para robar o alcanzar bases extras con sus batazos. Supo conservar una percepción natural para ejecutar las jugadas de bateo y corrido, tanto con el madero, como apoyándose en la velocidad de sus piernas.

En 1914, con 21 años (si de verdad nació en 1893 o 19 años si fue en 1895) acaparó la atención de la prensa cuando se coronó Campeón de bateo (.387) en la Liga Profesional Cubana. Entonces no podía imaginar que seis años después sería famoso por un suceso que rubricó con su bate.

Hacía años que eran frecuentes las llamadas Series Americanas donde, en partidos no oficiales, se enfrentaban el mejor equipo cubano contra el mejor de las Grandes Ligas. El 4 de noviembre de 1920, se enfrentaron al New York Giants, conducido por el “Napoleón del béisbol“, el legendario John McGraw. Entre sus filas estaba un pelotero que acababa de implantar record de 54 jonrones en las Mayores, Babe Ruth, quien era la figura cimera del béisbol Mundial. A Ruth se le contrató por 2000 dólares para jugar en ese partido que contó con el histórico parque habanero Almendares Park II, el mismo era un verdadero “potrero criollo” por la lejanía de las cercas; las inmediaciones del outfield de aquel terreno alcanzaban la barbaridad de hasta 600 pies de distancia en profundidad y, esta situación, era el verdadero reto de Babe Ruth en cada aparición al home plate. Solo eso explicaba que se conectaran más triples que cuadrangulares.

Isidro Fabré, un excelente lanzador catalán, fue el encargado de abrir por los locales, mientras que el derecho Joe Kelly lo hizo por los Gigantes. Para frustración de los que habían ido para ver al Bambino desaparecer la esférica, este se fue en blanco tres veces frente a Fabré.

El Almendares salió al terreno de juego aquella tarde con, entre otros, Baro, Marsans, Bartolo Portuondo y el herrero oriundo de la bella Perla del Sur cubana: la ciudad de Cienfuegos, Cristóbal Torriente, uno de los más recios bateadores de la historia del pasatiempo nacional cubano en cualquier época; un pelotero completo que, como Ruth, comenzó su carrera como pitcher; pero esa tarde Torriente agregaría más gloria a su paso por el béisbol por la soberbia demostración de poderío que ofreció ante los ojos del fanático nacional y de la prensa nacional y americana que cubrió este juego. Torriente despachó cuadrangulares a lo profundo del rightfielden sus primeras dos veces al bate, que fueron a la cuenta de Kelly. Entonces para elevar la rivalidad y el protagonismo de Ruth, en el quinto episodio MacGraw lo envió al Box con la intención de frenar el desborde ofensivo del antillano. Cuando Cristóbal Torriente llegó a batear en el quinto inning se planteaba el claro duelo con Babe Ruth.

Ellos se miraron con ganas de sonreír, según lo relatara el cronista deportivo Víctor Muñoz en las páginas del diario El Mundo, pero no articularon palabras. Llegado el momento, la pizarra marcaba dos outs y estaban embazados Bartolo Portuondo y Baldomero “Mérito” Acosta. Sobre el tercer lanzamiento de Ruth, Torriente bateó línea tendida entre lefty el center para impulsar dos carreras más. Por si fuera poco, dos entradas más tardes, de nuevo frente a Ruth, la bola salió impactada por el bate de Torriente y voló sobre toda la pradera central llevándose en claro al centefielder visitante, convirtiéndose en su tercer cuadrangular.(Este último batazo no está bien claro a quien se lo dio pues otras bibliografías comentan que lo propinó al mismo Kelly que regresó a pichear en el séptimo.)

A partir de allí, Babe Ruth sintió una gran admiración por él, aunque no le hizo gracia que lo llamaran “EL BEBE RUTH CUBANO”. Al finalizar ese encuentro, Herman Babe Ruth declaró: “Era tan negro como una tonelada y media de carbón en un sótano oscuro”, para acto seguido afirmar, “si pudiera llevarme al lanzador Méndez y al jonronero Cristóbal Torriente para mi equipo, ganaríamos el gallardete comenzando el mes de septiembre y después nos iríamos a pescar”. Torriente no pudo actuar nunca en la Gran Carpa por el color de su piel.

“En total, —dice Elio Menéndez en una de sus crónicas— Ruth bateó en los predios capitalinos para promedio de 345 (10 hits en 29 turnos), por detrás de los cubanos Bernardo Baró 405 (15 en 37), Cristóbal Torriente 400 (14 en 35) y Pelayo Chacón 364 (8 en 22).”

Ironías del destino. A Torriente le recogieron los aficionados 246 pesos, mientras Ruth cobró, centavo a centavo, sus 2000 dólares y se fue a un hotel de lujo. “Ayer Don Cristóbal Torriente—diría el rotativo El Día— se elevó a las más altas cumbres de la gloria y la popularidad, lástima que solo cobró los 246 pesos que sus colegas le recogieron pasando la gorra entre la fanaticada.”

El cubano, modesto, también vencería ante los micrófonos. Cuentan que al abandonar el terreno fue asaltado por una batería de periodistas y fotógrafos, a los que el cienfueguero sugirió con la mayor naturalidad del mundo “¿Por qué a mí? Busquen a Ruth. Él lo hace a menudo, lo mío fue hoy”.

A pesar de acumular tanta gloria en los terrenos, su vida personal no fue más que un laberinto donde se depositaban las desventuras del alcohol. Lástima del hombre grande que no supo cuidarse y murió tuberculoso, a los 43 años de edad, en extrema pobreza en Ibor City, Nueva York. Su cadáver fue enviado a la Habana donde se le dio sepultura envuelto en una bandera cubana y recibido con toda la importancia y la solemnidad que mereció semejante gloria nacional.

En 1939, año de la fundación, fue elevado al Salón de la Fama Cubano. En 2006, a pesar de no haber jugado en las Grandes Ligas, fue electo al Salón de la Fama de Cooperstown, junto a José de la Caridad Méndez y Alejandro Pompez.

Este pelotero formó junto a Jelly Gardner y Jimmy Lyons uno de los tres mejores otufielders de las Ligas Negras en la historia de aquel béisbol jugando para el Chicago American Giants y algunos se arriesgaron y dijeron que solo Josh Gibson se le podía comparar como bateador. Así fue de grande Cristóbal Torriente.

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