Estudio realizado en distintas ligas de béisbol muestran la importancia de conectar un jit abriendo entrada
Puede ser una conexión contra las cercas, recogida de rebote por el jardinero y devuelta con prontitud a la segunda almohadilla. O un toque bien ejecutado, entre el lanzador y el primer cojín. No importa la dimensión, si 400 pies o 40. Es un jit, el batazo clave del béisbol.
No existe un jugador que se pare en la caja de bateo sin la esperanza y el deseo de colocar la bola en zona de nadie. Aunque su equipo este perdido. Una base por bolas también coloca a un corredor en circulación. Pero el jit es la máxima aspiración, siempre lo será.
Rico en estadísticas quizás como ningún otro deporte, el béisbol todo lo mide y todo lo cuestiona. Por tanto, la pregunta de cuál es el valor de un jit teniendo en cuenta el marcador y la entrada en la cual se produce es una de las más frecuentes entre aficionados y especialistas.
Un estudio realizado en ligas profesionales por un grupo de estadísticos y especialistas en computación durante cinco años, a partir del 2005, dio como resultado que un jit cuando se conecta abriendo una entrada tiene un valor de 0,92, mientras que si se produce con uno o dos outs es de 0,23, es decir, el valor se reduce a la cuarta parte.
Tiene lógica. Suponga que el autor del indiscutible fue el primer bate con la pizarra exhibiendo un marcador cerrado (empate o diferencia de una carrera). El siguiente bateador es casi seguro que toque la pelota para colocar a su compañero en posición anotadora. Le corresponde al tercero en la tanda y el mentor rival tiene la disyuntiva de lanzarle —presumiblemente el mejor del equipo—, o enviarlo a la inicial con una base y tratar de buscar una doble matanza con el cuarto en la alineación, el de mayor poder.
Toda una complicación, sin duda. Y de aquí parte una premisa muy antigua en el béisbol: un lanzador tiene que preocuparse por tratar de poner out al primer bateador de la entrada, precisamente para evitar males mayores, el peor de todos verse obligado a trabajar frente a los mejores bateadores rivales con uno o más corredores en circulación.
En la pasada Serie Nacional el granmense Roel Santos —escogido como refuerzo de Pinar del Río en la segunda fase—, fue tercero en cantidad de jits conectados, con un total de 105, y finalizó al frente en total de carreras anotadas, 81, además de recibir 40 bases por bolas. Si descontamos sus tres cuadrangulares, Santos entró en circulación en 142 ocasiones —muchas de ellas abriendo entrada— y consiguió pisar la goma en más de la mitad de las veces. Siempre será un peligro para el equipo a la defensa permitir la llegada a una base de un rival sin out en el pizarrón.
Puede ser una conexión contra las cercas, recogida de rebote por el jardinero y devuelta con prontitud a la segunda almohadilla. O un toque bien ejecutado, entre el lanzador y el primer cojín. No importa la dimensión, si 400 pies o 40. Es un jit, el batazo clave del béisbol.
No existe un jugador que se pare en la caja de bateo sin la esperanza y el deseo de colocar la bola en zona de nadie. Aunque su equipo este perdido. Una base por bolas también coloca a un corredor en circulación. Pero el jit es la máxima aspiración, siempre lo será.
Rico en estadísticas quizás como ningún otro deporte, el béisbol todo lo mide y todo lo cuestiona. Por tanto, la pregunta de cuál es el valor de un jit teniendo en cuenta el marcador y la entrada en la cual se produce es una de las más frecuentes entre aficionados y especialistas.
Un estudio realizado en ligas profesionales por un grupo de estadísticos y especialistas en computación durante cinco años, a partir del 2005, dio como resultado que un jit cuando se conecta abriendo una entrada tiene un valor de 0,92, mientras que si se produce con uno o dos outs es de 0,23, es decir, el valor se reduce a la cuarta parte.
Tiene lógica. Suponga que el autor del indiscutible fue el primer bate con la pizarra exhibiendo un marcador cerrado (empate o diferencia de una carrera). El siguiente bateador es casi seguro que toque la pelota para colocar a su compañero en posición anotadora. Le corresponde al tercero en la tanda y el mentor rival tiene la disyuntiva de lanzarle —presumiblemente el mejor del equipo—, o enviarlo a la inicial con una base y tratar de buscar una doble matanza con el cuarto en la alineación, el de mayor poder.
Toda una complicación, sin duda. Y de aquí parte una premisa muy antigua en el béisbol: un lanzador tiene que preocuparse por tratar de poner out al primer bateador de la entrada, precisamente para evitar males mayores, el peor de todos verse obligado a trabajar frente a los mejores bateadores rivales con uno o más corredores en circulación.
En la pasada Serie Nacional el granmense Roel Santos —escogido como refuerzo de Pinar del Río en la segunda fase—, fue tercero en cantidad de jits conectados, con un total de 105, y finalizó al frente en total de carreras anotadas, 81, además de recibir 40 bases por bolas. Si descontamos sus tres cuadrangulares, Santos entró en circulación en 142 ocasiones —muchas de ellas abriendo entrada— y consiguió pisar la goma en más de la mitad de las veces. Siempre será un peligro para el equipo a la defensa permitir la llegada a una base de un rival sin out en el pizarrón.