Después de unos meses sin teclear una línea beisbolera, retomo la carga desde mi tribuna cubadebateana. Estuve lejos, sí, pero no crea usted que esa distancia me separó de los aconteceres de la Serie, y que ahora -viajero de vuelta- llego en cueros a escribir sobre pelota. Le aseguro que nunca dejé de estar arriba de la bola.

Así pues, trataré de pasarle la mano (o el látigo) a todo aquello que me hubiera gustado comentar últimamente, no sin antes agradecer el magnífico ejercicio de suplencia firmado por Carlos Manuel Álvarez, amigo, contertulio y “chama” mío.

Allá voy. Me sorprende la caída en barrena del poderoso staff de la Habana -ahora agrupado en Artemisa-, que copó de buenos brazos el más reciente equipo Cuba y, al paso de muy poco tiempo, luce incapaz, opaco y manco. No está Miguel Alfredo, y Jonder y Yuliesky es como si no estuvieran. Israel Sánchez Cuesta también vive en desgracia, y Lahera se ha mostrado vacilante. ¿Quién lo hubiera predicho? Yadier Pedroso clama prácticamente solo en el desierto.

Lo que no me sorprende es que la novena artemiseña sea anodina al bate, a tal punto que exhibe un promedio colectivo de .243. Es lamentable, y aun penoso. Con esa artillería no se puede aspirar a nada en la pelota, ni siquiera gozando del respaldo de los cuerpos monticulares del Pinar de los ochentas o el Atlanta de los años noventas. No señor: Metropolitanos no es el único que sobra en el banquete. Seamos justos, y contemos a la Isla, Mayabeque, Camagüey…

Cambio el tema. Me fastidia que algunos insisten en poner por los cielos el nivel de un campeonato cuya efectividad de pitcheo se eleva a 4.38 limpias por cada nueve entradas, donde los bates compilan para .281 y se roba menos de una base por encuentro, pese a la ingenuidad morosa de no pocos lanzadores.

Eso sí, mucho me agrada la presencia de semidesconocidos con rendimientos notables desde el box. Son los casos, digamos, de Jorge y Leandro Martínez, Alaín Sánchez y Yasmani Hernández, que han puesto sus rúbricas al lado de las de “tipos duros” como el propio Pedroso, Vladimir García, Odrisamer e Ismel Jiménez.

No esperaba, lo admito, los desafueros ofensivos de Guillermo Heredia, Aledmis Díaz o Yordan Manduley, ni tampoco la aparente conversión a slugger de Héctor Olivera. Pero veía venir los desbordamientos de Rusney Castillo e Irait Chirino, y también las confirmaciones de Despaigne y Abreu como los toleteros más temibles del país, inclusión hecha de mi siempre encomiado Yuliesky Gourriel.

(Al granmense no le importa si cambian el bate y la pelota, porque parece haber nacido con el jonrón en las arterias. Y el cienfueguero es uno de esos casos singulares que combinan poderío con average, a la manera de Linares, Casanova y Kindelán).

Por otra parte, aplaudo la proeza de Enrique Esteban Díaz Martínez -Enriquito ya le queda muy pequeño-, devenido monarca de los hits en la escena doméstica. Ya lo escribí aquí en enero de 2011: “Lo que a mí me impresiona de Enrique es su constancia. El valor que le ha dado al esfuerzo en una época donde muchos acusan déficit de esfuerzo, y de amores a la camiseta, y de ese respeto inmensurable que se merece la fanaticada. (…)Toda Cuba le debe admiración, porque él representa una reliquia de aquel tiempo pasado en que el béisbol era un juego romántico donde los hombres se jugaban el honor en el terreno”.

Y ya que estoy en el terreno de las ponderaciones, me quito la gorra por enésima vez ante el loco más cuerdo de este mundo. Bien saben mis amigos que me opuse a creer en el milagro que viene obrando Víctor al mando de unos Cocodrilos que hasta el curso pasado no excedían de iguanas lastimosas. Pero Víctor me ha vuelto a asombrar al cambiarle las aguas al pantano, y se postula nuevamente para un puesto que, sabe Dios por qué, le ha sido esquivo. Ojalá Haarlem sea el fin del maleficio.

Cierro con un detalle que me abruma. Tiene que ver con Industriales, pero igual puede servirle el sayo a cualquier otro conjunto en esa circunstancia. Y es que no alcanzo a comprender cómo un equipo puede estar lidiando por la cima de la clasificación si sus serpentineros trabajan para cerca de cinco limpias por partido. ¿Será esta la refutación de las añejas tesis sobre la preeminencia del pitcheo? ¿Ha surgido un misterio insoluble en los diamantes? ¿O no será otra cosa que la corroboración del mal estado del entorno beisbolero nacional?