Había consenso, entre especialistas y aficionados, en que llegar a las semifinales del torneo Premier 12 era ya un notable resultado para la selección cubana de béisbol, no hace mucho exigida a pelear por el trono de cuanto torneo se le pusiera en el camino.
Pero ni a esa instancia llegó la novena dirigida por Víctor Mesa, incapaz de superar la fase de muerte súbita, en la que se cumplieron los peores presagios. Corea del Sur, un rival al que se intentó infructuosamente evitar desde que se divulgara el diseño del certamen, terminó desnudando las carencias de un béisbol al que le cuesta -y parece que le seguirá costando- el regreso a su época dorada.
El equipo cubano llegó a la sede en Taipéi de China con muchas dudas en el equipaje, y su tránsito por el torneo fue un anticipo de lo que sería la última presentación: inefectividad casi total de su staff de pitchers abridores, precaria e inefectiva ofensiva –sobre todo de puntales en el line up-, desafortunadas decisiones de alto riesgo e indisciplina táctica, sobre todo en el corrido de bases, que de endémica en campeonatos domésticos es ahora habitual en escenarios internacionales. Todo un rosario de manquedades.
Después de sacar la primera entrada con cierta complicación por el error de Alexander Malleta, el diestro Frank Montieth fue castigado por una de las mejores ofensivas del torneo. Sus lanzamientos comenzaron a quedar altos, y sobre ellos los sudcoreanos hicieron un agosto. Triple y par de hits de forma consecutiva acabaron con la paciencia del alto mando cubano, que en evidente muestra de desconfianza en gran parte de su bullpen tiró por segundo día seguido del paño de lágrimas. Solo que esta vez el jovencito Liván Moinelo, en evidente estado de desgaste, no fue el remedio deseado. Tampoco el también siniestro Norberto González, y solo después de permitir el cañonazo que fletó la última del racimo de cinco anotaciones, Miguel Lahera pudo contener la hemorragia.
Así, en menos de un tercio de juego, los sueños de llegar hasta Japón, lo que significaba estar entre los cuatro grandes del torneo, se fueron por el caño. Sobre todo porque no hubo respuesta para los envíos del zurdo Won Jun Chang, quien sin exhibir demasiada velocidad mantuvo húmeda la pólvora del ataque cubano.
Solo en el quinto episodio, cuando Malleta abrió con imparable a la pradera derecha y Osvaldo Vázquez recibió boleto, olió el peligro. Pero tras el hit de Stayler Hernández, el enmascarado avileño, ahora colocado como designado, violó todos los preceptos de cómo conducirse en un juego con amplia desventaja, y su corrido para alcanzar la tercera almohadilla, cuando se imponía la acumulación de efectivos en circulación, fue penalizado con el potente disparo del jardinero derecho del equipo sudcoreano.
Del resto, mencionaría la paradójica y fugaz utilización de Jonder Martínez y Yoalkis Cruz, hasta ahora el momento confinados a las mazmorras del bullpen. Pero más que eso, la incapacidad de descifrar un sistema de pitcheo inédito para la mayoría de los bateadores cubanos, y no me refiero solo al presentado por los coreanos del sur.
A partir de las estadísticas acumuladas antes del juego del adiós, quedaba claro que las opciones del elenco cubano eran bastante limitadas. El octavo puesto en el escalafón del promedio ofensivo con solo .273, es una muestra de la baja producción en el ataque. Mas era el índice de facturación de carreras el más preocupante: apenas 18 anotaciones, solo por encima de las cuatro que archivó Italia, una de las “cenicientas” del torneo, a la que costó sudor y sufrimiento someter.
La responsabilidad recae, con toda lógica, en las discretas prestaciones de los pesos pesados de la alineación, pues ni Yulieski Gurriel (no impulsó en todo el torneo), ni Alfredo Despaigne (cuatro remolques antes del último juego) ni Malleta (apenas dos) cumplieron sus funciones. Y todo ello minimizó un tanto los buenos desempeños de otros como Yosvani Alarcón, Stayler Hernández y Yunieski Gurriel, estos últimos protagonistas de estrenos de lujo con la camisa de las cuatro letras.
También en deuda quedaron la gran mayoría de los lanzadores, pues apenas Moinelo y José Ángel García, y en menor medida Freddy Asiel Álvarez y Miguel Lahera, quedaron al margen de los cuestionamientos.
Todo eso se tradujo en el tránsito agónico a lo largo de todo el torneo, en el que el equipo solo consiguió tres triunfos, todos in extremis. Lejos de aplacarse, después de esta experiencia las dudas sobre el futuro del béisbol cubano se multiplican, y lo más preocupante es que las soluciones no se vislumbran en el horizonte.
La Serie Nacional, de momento la principal fuente para armar las selecciones nacionales, continúa desangrándose y, por consiguiente, la merma de su valoración, tanto en la calidad individual como en el desempeño táctico, termina expresándose cuando las exigencias crecen.
La diferencia entre el nivel en que se forjan los peloteros cubanos y el que aflora donde tienen que probar su valía es tan notable como el desnivel entre el average ofensivo que gran parte de los seleccionados exhiben en casa y el que muestran al regresar a ella.
Más allá de saberse que el reto no sería nada fácil, la ubicación por detrás del cuarto puesto en el Premier 12 deja un claro sabor a insatisfacción y siembra un enorme signo de interrogación sobre lo que pudiera ocurrir en los próximos torneos de máximo nivel.
En el horizonte asoma la Serie del Caribe, y si se cumple la costumbre, a Santo Domingo acudiría casi un equipo nacional para defender la corona. Pero más que en la capital de Quisqueya, las miradas están puestas en el Clásico Mundial de 2017, y luego en la segunda edición del Premier 12, que debe ser mucho más fuerte por su posibilidad de ser clasificatorio para los Juegos Olímpicos de 2020.
Queda un lustro por delante para la cita estival de Japón, y sin duda hay muchísimas cosas que arreglar para que en Tokio, como sucedió en Beijing 2008 y ahora en Taichung, Corea del Sur o cualquier otro equipo no provoque un nuevo naufragio del béisbol cubano.
Pero ni a esa instancia llegó la novena dirigida por Víctor Mesa, incapaz de superar la fase de muerte súbita, en la que se cumplieron los peores presagios. Corea del Sur, un rival al que se intentó infructuosamente evitar desde que se divulgara el diseño del certamen, terminó desnudando las carencias de un béisbol al que le cuesta -y parece que le seguirá costando- el regreso a su época dorada.
El equipo cubano llegó a la sede en Taipéi de China con muchas dudas en el equipaje, y su tránsito por el torneo fue un anticipo de lo que sería la última presentación: inefectividad casi total de su staff de pitchers abridores, precaria e inefectiva ofensiva –sobre todo de puntales en el line up-, desafortunadas decisiones de alto riesgo e indisciplina táctica, sobre todo en el corrido de bases, que de endémica en campeonatos domésticos es ahora habitual en escenarios internacionales. Todo un rosario de manquedades.
Después de sacar la primera entrada con cierta complicación por el error de Alexander Malleta, el diestro Frank Montieth fue castigado por una de las mejores ofensivas del torneo. Sus lanzamientos comenzaron a quedar altos, y sobre ellos los sudcoreanos hicieron un agosto. Triple y par de hits de forma consecutiva acabaron con la paciencia del alto mando cubano, que en evidente muestra de desconfianza en gran parte de su bullpen tiró por segundo día seguido del paño de lágrimas. Solo que esta vez el jovencito Liván Moinelo, en evidente estado de desgaste, no fue el remedio deseado. Tampoco el también siniestro Norberto González, y solo después de permitir el cañonazo que fletó la última del racimo de cinco anotaciones, Miguel Lahera pudo contener la hemorragia.
Así, en menos de un tercio de juego, los sueños de llegar hasta Japón, lo que significaba estar entre los cuatro grandes del torneo, se fueron por el caño. Sobre todo porque no hubo respuesta para los envíos del zurdo Won Jun Chang, quien sin exhibir demasiada velocidad mantuvo húmeda la pólvora del ataque cubano.
Solo en el quinto episodio, cuando Malleta abrió con imparable a la pradera derecha y Osvaldo Vázquez recibió boleto, olió el peligro. Pero tras el hit de Stayler Hernández, el enmascarado avileño, ahora colocado como designado, violó todos los preceptos de cómo conducirse en un juego con amplia desventaja, y su corrido para alcanzar la tercera almohadilla, cuando se imponía la acumulación de efectivos en circulación, fue penalizado con el potente disparo del jardinero derecho del equipo sudcoreano.
Del resto, mencionaría la paradójica y fugaz utilización de Jonder Martínez y Yoalkis Cruz, hasta ahora el momento confinados a las mazmorras del bullpen. Pero más que eso, la incapacidad de descifrar un sistema de pitcheo inédito para la mayoría de los bateadores cubanos, y no me refiero solo al presentado por los coreanos del sur.
A partir de las estadísticas acumuladas antes del juego del adiós, quedaba claro que las opciones del elenco cubano eran bastante limitadas. El octavo puesto en el escalafón del promedio ofensivo con solo .273, es una muestra de la baja producción en el ataque. Mas era el índice de facturación de carreras el más preocupante: apenas 18 anotaciones, solo por encima de las cuatro que archivó Italia, una de las “cenicientas” del torneo, a la que costó sudor y sufrimiento someter.
La responsabilidad recae, con toda lógica, en las discretas prestaciones de los pesos pesados de la alineación, pues ni Yulieski Gurriel (no impulsó en todo el torneo), ni Alfredo Despaigne (cuatro remolques antes del último juego) ni Malleta (apenas dos) cumplieron sus funciones. Y todo ello minimizó un tanto los buenos desempeños de otros como Yosvani Alarcón, Stayler Hernández y Yunieski Gurriel, estos últimos protagonistas de estrenos de lujo con la camisa de las cuatro letras.
También en deuda quedaron la gran mayoría de los lanzadores, pues apenas Moinelo y José Ángel García, y en menor medida Freddy Asiel Álvarez y Miguel Lahera, quedaron al margen de los cuestionamientos.
Todo eso se tradujo en el tránsito agónico a lo largo de todo el torneo, en el que el equipo solo consiguió tres triunfos, todos in extremis. Lejos de aplacarse, después de esta experiencia las dudas sobre el futuro del béisbol cubano se multiplican, y lo más preocupante es que las soluciones no se vislumbran en el horizonte.
La Serie Nacional, de momento la principal fuente para armar las selecciones nacionales, continúa desangrándose y, por consiguiente, la merma de su valoración, tanto en la calidad individual como en el desempeño táctico, termina expresándose cuando las exigencias crecen.
La diferencia entre el nivel en que se forjan los peloteros cubanos y el que aflora donde tienen que probar su valía es tan notable como el desnivel entre el average ofensivo que gran parte de los seleccionados exhiben en casa y el que muestran al regresar a ella.
Más allá de saberse que el reto no sería nada fácil, la ubicación por detrás del cuarto puesto en el Premier 12 deja un claro sabor a insatisfacción y siembra un enorme signo de interrogación sobre lo que pudiera ocurrir en los próximos torneos de máximo nivel.
En el horizonte asoma la Serie del Caribe, y si se cumple la costumbre, a Santo Domingo acudiría casi un equipo nacional para defender la corona. Pero más que en la capital de Quisqueya, las miradas están puestas en el Clásico Mundial de 2017, y luego en la segunda edición del Premier 12, que debe ser mucho más fuerte por su posibilidad de ser clasificatorio para los Juegos Olímpicos de 2020.
Queda un lustro por delante para la cita estival de Japón, y sin duda hay muchísimas cosas que arreglar para que en Tokio, como sucedió en Beijing 2008 y ahora en Taichung, Corea del Sur o cualquier otro equipo no provoque un nuevo naufragio del béisbol cubano.