Martín Dihigo, una vida digna de recordar...
Asolo tres días, este 20 de mayo harán 35 años de la muerte de quien por sus grandes méritos desde 1977 aparece en el Salón de la Fama de ese deporte en Cooperstown, Nueva York.
Su historia se encuentra en revistas o periódicos de grandes tiradas, pero la vida del Martín Dihígo hombre, humano, papá, solo puede contarla su hijo cienfueguero, quien con orgullo lleva su nombre por ser el primogénito de la familia.
-«Papá era muy cubano, nieto de mambí. Y educado, nunca dijo malas palabras, su trato siempre fue exquisito y respetuoso, por eso tenía muchas amistades. Pero al propio tiempo era serio y muy recto. Nunca me obligaba a nada, él sugería, pero la sugerencia constituía para mí una orden.
Le gustaban las bromas ¡cómo no! Y era enemigo de los vicios. »Ni fumar, ni bebida en exceso. Y recuerdo que sí, don Martín devino muy buen cocinero, porque hacía unos chilindrones de chivo riquísimos, aunque dejaba la cocina al revés.
»Figúrate que me enseñó a comer, cómo se utilizaban los cubiertos, a pedir siempre permiso para interrumpir en un lugar o una conversación y era muy preocupado por mi escuela, porque aprendiera, mejorara la caligrafía y fuera ordenado. »Era un lector incansable, sobre todo de Martí y de otros grandes, pese a que mi padre solo tenía un sexto grado y apenas pudo estudiar.
»A veces se sentaba a mirarme jugar la pelota, y me señalaba que cogiera el bate de esta o de aquella forma y pese a que jugué un poco de béisbol, ese no resultó ser mi fuerte, me incliné más por el baloncesto, sobre todo en la preparación del joven relevo, por ello fui metodólogo y todavía soy entrenador».
En el ingenio de Jesús María, del municipio La Cidra, actual Limonar de Matanzas, nació el 25 de mayo de 1906 el niño Martín, hijo de Benigno -descendiente de mambí- y de Margarita -hija de esclavos.
A los 14 años de edad integra un equipo de béisbol que juega en algunos poblados matanceros hasta que en 1921 entra a la pelota semiprofesional.
Al año siguiente participa en un torneo con el Club Los Piratas de Matanzas, y conquista el campeonato de bateo en el Palmar de Junco.
A partir de entonces brilla como bateador emergente, y más tarde se desempeña en la primera y segunda base, y como si fuera poco también deviene lanzador.
Durante esos años lo proclaman El hombre de la suerte, no obstante es víctima del fuerte racismo prevaleciente en Norteamérica. El color de su piel le impidió acceder a las Grandes Ligas, no obstante su reconocida calidad profesional.
Desde la mitad de la década del 20 destaca como bateador de fuerza y jonronero. Integra el equipo Habana y se conoce entonces como el Hombre Team; tiene promedio de 343 y conecta 11 hits en 32 veces al bate.
A don Martín se le teme por el desplazamiento sobre las almohadillas y por su potente brazo en el campo corto, además por la maestría en el jardín central. Su récord de jonrones sobrepasaba los 120 en EE.UU.
Ya desde 1928, en que juega con el Habana, es calificado como El Inmortal.
Historiadores recogen que en 1936 lleva a Matanzas una planta eléctrica para realizar un juego nocturno y sugiere, -para la práctica libre del deporte-, nada más y nada menos que la compra del Palmar de Junco, valorado en aquel tiempo en 18 mil pesos, pues allí se había producido el primer juego de béisbol en Cuba.
Otras fechas memorables indican que en 1940 terminó de propinar los mil ponches y en los dos años siguientes funge como director de equipo y jugador.
Y ya en 1959 hace su última presentación en el estadio Sandino, de Santa Clara, cuando lanza la primera bola de la Serie de las estrellas.
Asolo tres días, este 20 de mayo harán 35 años de la muerte de quien por sus grandes méritos desde 1977 aparece en el Salón de la Fama de ese deporte en Cooperstown, Nueva York.
Su historia se encuentra en revistas o periódicos de grandes tiradas, pero la vida del Martín Dihígo hombre, humano, papá, solo puede contarla su hijo cienfueguero, quien con orgullo lleva su nombre por ser el primogénito de la familia.
-«Papá era muy cubano, nieto de mambí. Y educado, nunca dijo malas palabras, su trato siempre fue exquisito y respetuoso, por eso tenía muchas amistades. Pero al propio tiempo era serio y muy recto. Nunca me obligaba a nada, él sugería, pero la sugerencia constituía para mí una orden.
Le gustaban las bromas ¡cómo no! Y era enemigo de los vicios. »Ni fumar, ni bebida en exceso. Y recuerdo que sí, don Martín devino muy buen cocinero, porque hacía unos chilindrones de chivo riquísimos, aunque dejaba la cocina al revés.
»Figúrate que me enseñó a comer, cómo se utilizaban los cubiertos, a pedir siempre permiso para interrumpir en un lugar o una conversación y era muy preocupado por mi escuela, porque aprendiera, mejorara la caligrafía y fuera ordenado. »Era un lector incansable, sobre todo de Martí y de otros grandes, pese a que mi padre solo tenía un sexto grado y apenas pudo estudiar.
»A veces se sentaba a mirarme jugar la pelota, y me señalaba que cogiera el bate de esta o de aquella forma y pese a que jugué un poco de béisbol, ese no resultó ser mi fuerte, me incliné más por el baloncesto, sobre todo en la preparación del joven relevo, por ello fui metodólogo y todavía soy entrenador».
En el ingenio de Jesús María, del municipio La Cidra, actual Limonar de Matanzas, nació el 25 de mayo de 1906 el niño Martín, hijo de Benigno -descendiente de mambí- y de Margarita -hija de esclavos.
A los 14 años de edad integra un equipo de béisbol que juega en algunos poblados matanceros hasta que en 1921 entra a la pelota semiprofesional.
Al año siguiente participa en un torneo con el Club Los Piratas de Matanzas, y conquista el campeonato de bateo en el Palmar de Junco.
A partir de entonces brilla como bateador emergente, y más tarde se desempeña en la primera y segunda base, y como si fuera poco también deviene lanzador.
Durante esos años lo proclaman El hombre de la suerte, no obstante es víctima del fuerte racismo prevaleciente en Norteamérica. El color de su piel le impidió acceder a las Grandes Ligas, no obstante su reconocida calidad profesional.
Desde la mitad de la década del 20 destaca como bateador de fuerza y jonronero. Integra el equipo Habana y se conoce entonces como el Hombre Team; tiene promedio de 343 y conecta 11 hits en 32 veces al bate.
A don Martín se le teme por el desplazamiento sobre las almohadillas y por su potente brazo en el campo corto, además por la maestría en el jardín central. Su récord de jonrones sobrepasaba los 120 en EE.UU.
Ya desde 1928, en que juega con el Habana, es calificado como El Inmortal.
Historiadores recogen que en 1936 lleva a Matanzas una planta eléctrica para realizar un juego nocturno y sugiere, -para la práctica libre del deporte-, nada más y nada menos que la compra del Palmar de Junco, valorado en aquel tiempo en 18 mil pesos, pues allí se había producido el primer juego de béisbol en Cuba.
Otras fechas memorables indican que en 1940 terminó de propinar los mil ponches y en los dos años siguientes funge como director de equipo y jugador.
Y ya en 1959 hace su última presentación en el estadio Sandino, de Santa Clara, cuando lanza la primera bola de la Serie de las estrellas.