Volvamos sobre un viejo tema en un momento difícil. Sí, en un momento difícil, porque justo ahora que los Metros labran una actuación decorosa, y que todo apunta a una supuesta redención, yo sigo creyendo, y afirmo, que el segundo equipo de La Habana se debe ir.
O sea, sobra, no cabe, estorba. Por más que nos duela, o por más que nos deje indiferentes, su presencia no tiene razón de ser. Su melodía desentona en el concierto ya de por sí bastante caótico de la pelota cubana. Expliquemos, pues.
La culpa de la ineficacia de Metropolitanos -alrededor del tema existe una especie de consenso- la tiene cualquiera menos el mismo equipo. Mutiladas durante años sus probabilidades de clasificación, sus posibilidades reales de espectáculo y, peor aún, su identidad o el anhelo de agenciarse alguna, los Metros quedaron como una bochornosa sucursal y así, como pasan las gaviotas, pasaron los campeonatos y nadie cambió nada porque a todo, hasta a lo injustificable, uno se acostumbra.
Hemos dicho mal. A fuerza de derrota y agravio la identidad de los Metros fue la de la lástima, la del mira qué pobrecitos, la de la burla y el escarnio y los estadios vacíos. Más vacíos que vacíos. Y ese tipo de papeles están bien para el melodrama, pero no para el deporte.
Un equipo sin público, sin ambiciones y sin la más remota alternativa de forjarse por lo menos durante tres o cuatro años, con la misma base de peloteros, parece una broma de pésimo gusto y no una inescrutable realidad.
Por más que los habaneros salgan en su defensa, y digan que se desviven por Metros, cualquiera sabe que es mentira. ¿Cuántos seguidores a muerte tendrán los rojos? Cien, acaso doscientos. Quien dice doscientos, en un acto de extrema generosidad, puede decir mil. No más. O sea, absolutamente nada. Todos reunidos no llenan una banda de estadio.
Los Industriales son y serán la novena de La Habana y ese signo es irrevocable y pedir otra cosa sería desconocer la historia. Una imposición. El simple hecho de que los Metros no representen a nadie, bastaría para decretar su inexistencia. Pero complazcamos a los exigentes y pongámonos objetivos.
A no pocos asombra su desempeño en la actual temporada, la mejor para ellos desde hace más de una década. Coquetean con la clasificación y han protagonizado sus rachas de éxitos. Esto supone, de entrada, que merecen la permanencia.
Pero si se mira bien, o si no queremos pasar por ciegos, sabremos que a Metros le dejaron, por esta vez, dos o tres jugadores de cierto nombre para disimular el desacierto de comenzar una serie con la pantagruélica suma de diecisiete equipos (nosotros, que con toda razón sacamos nuestras cuentas y vamos de ahorro en ahorro, debiéramos preguntarnos cuánto ha costado, en transporte y en idas y venidas innecesarias, la tozudez de un calendario con diecisiete equipos).
Una decisión, la de no desangrarlos miserablemente, que debió haberse tomado mucho antes y que, dado el caso, más que un acto de justicia parece una expresión de oportunismo. Metros, sin embargo, no clasificará. En su punto más excelso solo ha logrado igualar los puntos más bajos de Sancti Spiritus y Pinar del Río. La derrota del pasado domingo, ante Ciego de Ávila, marcará (a mi juicio) su línea de descenso. Ya hicieron lo que iban a hacer.
El argumento de que hay equipos peores tampoco me parece definitivo. Artemisa y Mayabeque son provincias recién creadas, un conjunto dividido en dos, y como tal debe juzgárseles. Camagüey, que no es de su zona, pero que también, respecto a Metros, ostenta dividendos inferiores, no sufre el cuestionamiento de nadie. Porque es una provincia vieja. Una provincia de las primigenias, y nadie puede discutirle sus derechos. He ahí la diferencia.
La Isla de la Juventud, que aparenta ser el más vulnerable de esta lista de conjuntos retrasados, fue, sin la ayuda de nadie, un asiduo por años de las postemporadas. ¿Qué indica, a pesar de sus pocos habitantes, que en un futuro no vuelvan a puestos de respeto?
Sin embargo, lo que amerita la continuidad de estos elencos, por encima de Metros, es la evidencia de que cada uno de ellos representa un territorio. Tienen, o pueden llegar a tener, su afición, su ímpetu y su cielo despejado.
La sombra de Industriales, sin embargo, aplasta, y anula cualquier esperanza. Porque si el traspaso de peloteros de un equipo a otro, no tiene a nivel de conjunto ninguna explicación, en el plano personal me parece comprensible.
Quién le dice a Barcelán, si de aquí a dos o tres años se consagra como la figura que promete, que debe permanecer en Metropolitanos toda la vida, cuando es casi seguro que de niño voceó y siguió hasta el delirio a los Industriales. O quién le dice a Roberto Carlos Ramírez, el mejor torpedero de La Habana, que ya no podrá fildear en el Latinoamericano.
La única tesis válida para los rojos es la tesis de que, en caso de que desaparecieran, algunos peloteros de nivel (no muchos tampoco) se ausentarán de la nacional. Entuerto que se resolvería con una liga de desarrollo, o serie B, o segunda división, o como quieran llamarle. En todo caso, un torneo subyacente y simultáneo que le permita a las demás provincias, y no solo a La Habana, bajar y subir peloteros a placer.
Metropolitanos era, repito, una penosa sucursal. Y nada racional amerita ahora mismo (en tiempo de actualizaciones) su presencia. Podemos, en caso de defunción, dedicarles una crónica. Por todo lo que le hicieron. Y por todo lo que pudieron ser. Si por mí fuera, en el más humano de los gestos, desde la serie pasada le hubiera dado el adiós.
Es que la Comisión de Beisbol es muy romántica. ¡Qué trabajo les cuesta tomar una decisión!
O sea, sobra, no cabe, estorba. Por más que nos duela, o por más que nos deje indiferentes, su presencia no tiene razón de ser. Su melodía desentona en el concierto ya de por sí bastante caótico de la pelota cubana. Expliquemos, pues.
La culpa de la ineficacia de Metropolitanos -alrededor del tema existe una especie de consenso- la tiene cualquiera menos el mismo equipo. Mutiladas durante años sus probabilidades de clasificación, sus posibilidades reales de espectáculo y, peor aún, su identidad o el anhelo de agenciarse alguna, los Metros quedaron como una bochornosa sucursal y así, como pasan las gaviotas, pasaron los campeonatos y nadie cambió nada porque a todo, hasta a lo injustificable, uno se acostumbra.
Hemos dicho mal. A fuerza de derrota y agravio la identidad de los Metros fue la de la lástima, la del mira qué pobrecitos, la de la burla y el escarnio y los estadios vacíos. Más vacíos que vacíos. Y ese tipo de papeles están bien para el melodrama, pero no para el deporte.
Un equipo sin público, sin ambiciones y sin la más remota alternativa de forjarse por lo menos durante tres o cuatro años, con la misma base de peloteros, parece una broma de pésimo gusto y no una inescrutable realidad.
Por más que los habaneros salgan en su defensa, y digan que se desviven por Metros, cualquiera sabe que es mentira. ¿Cuántos seguidores a muerte tendrán los rojos? Cien, acaso doscientos. Quien dice doscientos, en un acto de extrema generosidad, puede decir mil. No más. O sea, absolutamente nada. Todos reunidos no llenan una banda de estadio.
Los Industriales son y serán la novena de La Habana y ese signo es irrevocable y pedir otra cosa sería desconocer la historia. Una imposición. El simple hecho de que los Metros no representen a nadie, bastaría para decretar su inexistencia. Pero complazcamos a los exigentes y pongámonos objetivos.
A no pocos asombra su desempeño en la actual temporada, la mejor para ellos desde hace más de una década. Coquetean con la clasificación y han protagonizado sus rachas de éxitos. Esto supone, de entrada, que merecen la permanencia.
Pero si se mira bien, o si no queremos pasar por ciegos, sabremos que a Metros le dejaron, por esta vez, dos o tres jugadores de cierto nombre para disimular el desacierto de comenzar una serie con la pantagruélica suma de diecisiete equipos (nosotros, que con toda razón sacamos nuestras cuentas y vamos de ahorro en ahorro, debiéramos preguntarnos cuánto ha costado, en transporte y en idas y venidas innecesarias, la tozudez de un calendario con diecisiete equipos).
Una decisión, la de no desangrarlos miserablemente, que debió haberse tomado mucho antes y que, dado el caso, más que un acto de justicia parece una expresión de oportunismo. Metros, sin embargo, no clasificará. En su punto más excelso solo ha logrado igualar los puntos más bajos de Sancti Spiritus y Pinar del Río. La derrota del pasado domingo, ante Ciego de Ávila, marcará (a mi juicio) su línea de descenso. Ya hicieron lo que iban a hacer.
El argumento de que hay equipos peores tampoco me parece definitivo. Artemisa y Mayabeque son provincias recién creadas, un conjunto dividido en dos, y como tal debe juzgárseles. Camagüey, que no es de su zona, pero que también, respecto a Metros, ostenta dividendos inferiores, no sufre el cuestionamiento de nadie. Porque es una provincia vieja. Una provincia de las primigenias, y nadie puede discutirle sus derechos. He ahí la diferencia.
La Isla de la Juventud, que aparenta ser el más vulnerable de esta lista de conjuntos retrasados, fue, sin la ayuda de nadie, un asiduo por años de las postemporadas. ¿Qué indica, a pesar de sus pocos habitantes, que en un futuro no vuelvan a puestos de respeto?
Sin embargo, lo que amerita la continuidad de estos elencos, por encima de Metros, es la evidencia de que cada uno de ellos representa un territorio. Tienen, o pueden llegar a tener, su afición, su ímpetu y su cielo despejado.
La sombra de Industriales, sin embargo, aplasta, y anula cualquier esperanza. Porque si el traspaso de peloteros de un equipo a otro, no tiene a nivel de conjunto ninguna explicación, en el plano personal me parece comprensible.
Quién le dice a Barcelán, si de aquí a dos o tres años se consagra como la figura que promete, que debe permanecer en Metropolitanos toda la vida, cuando es casi seguro que de niño voceó y siguió hasta el delirio a los Industriales. O quién le dice a Roberto Carlos Ramírez, el mejor torpedero de La Habana, que ya no podrá fildear en el Latinoamericano.
La única tesis válida para los rojos es la tesis de que, en caso de que desaparecieran, algunos peloteros de nivel (no muchos tampoco) se ausentarán de la nacional. Entuerto que se resolvería con una liga de desarrollo, o serie B, o segunda división, o como quieran llamarle. En todo caso, un torneo subyacente y simultáneo que le permita a las demás provincias, y no solo a La Habana, bajar y subir peloteros a placer.
Metropolitanos era, repito, una penosa sucursal. Y nada racional amerita ahora mismo (en tiempo de actualizaciones) su presencia. Podemos, en caso de defunción, dedicarles una crónica. Por todo lo que le hicieron. Y por todo lo que pudieron ser. Si por mí fuera, en el más humano de los gestos, desde la serie pasada le hubiera dado el adiós.
Es que la Comisión de Beisbol es muy romántica. ¡Qué trabajo les cuesta tomar una decisión!