“Hay un solo responsable de la derrota, ese soy yo, los jugadores no pierden los juegos, los pierdo yo. Quien dirige tiene la máxima responsabilidad”.
Es duro decirlo así tajantemente, y más aún cuando el que sabe de pelota —la afición nuestra es exigente, conocedora como pocas de este deporte— pudo observar durante casi cuatro horas de partido que el mentor cubano dirigió un béisbol de altos quilates. Me atrevería a decir que nunca lo he visto tan inmenso.
De las victorias se escribe fácil, complejo es hacerlo en estos trances, pero el trabajo hay que realizarlo. No nos perdonarían la dirección de este conjunto, los propios peloteros y, sobre todo, el pueblo, al que esta escuadra se entregó con todas sus fuerzas, el dejar de analizar el suceso noticioso, pese a lo expresado por Víctor Mesa, director de la selección nacional. Holanda volvió a derrotar a Cuba, por quinta ocasión consecutiva, y la dejó fuera del III Clásico Mundial de Béisbol.
Cuarto, séptimo y noveno episodios desangraron un triunfo deseado, que escapó como agua entre los dedos.
En la cuarta entrada: después de un out y hombre en segunda (llegó por boleto y avanzó con roletazo a tercera), viene la conexión por el campo corto, sobre la cual ni hubo out (hubiera sido el segundo) en primera ni en tercera, tras el corrido suicida del adversario. Un elevado de sacrificio, que debió ser el tercero y escón, remolcó la tercera de los tulipanes, que pusieron al corredor que no fue out en la intermedia por robo de base. Este sale a estafar la antesala e increíblemente pasa por delante del defensor, porque no entró a cubrir; se escapa el tiro y anota la segunda sin pegar jit, en un inning para cero carrera. Lastre con el cual se cargaría hasta el desenlace final.
En el séptimo: hombres en primera y segunda, con el mejor bateador del desafío en home, Yulieski Gourriel. Acertada la estrategia de sacrificio para adelantar a los corredores, con Fernández, Cepeda y Abréu en turno, mas el espirituano no discriminó un lanzamiento alto y pegado, para frustrar la intención, y salió el inofensivo palomón al lanzador que mató el posible racimo. En el noveno a la ofensiva: Yulieski se reafirma como el más destacado al bate y abre con jit, agresivo roba segunda para poner la ventaja en posición anotadora y José M. Fernández da el jit clásico para anotar: al izquierdo, abierto para un fildeador zurdo que ya da por hecha la carrera y hace un giro para tirar a segunda, cuando ve que el corredor, inexplicablemente, ni siquiera ha llegado a tercera. Resultado, cero en esa potencial oportunidad.
Noveno a la defensa: después de un out, dominado el peligroso Andrew Jones en inofensivo lance a tercera, pero falla Yulieski y queda con vida en primera, lo que era el segundo out. Dos jits consecutivos llenan las bases y un elevado al central que debió ser el tercer out deja a Cuba fuera del Clásico Mundial.
El béisbol parece fácil desde fuera del terreno, dentro es tan complejo pues lo que se dice tan rápido cuesta mucho creerlo.
Se está jugando a un altísimo nivel y este certamen se ha convertido en la meca de la exigencia. Aquí la calidad no solo hay que tenerla, sino mostrarla siempre, en todo momento, pues cuando se falla, no hay manera de restaurar el desliz. Cuando enfrentas a profesionales de esta disciplina, no caben los errores, y mucho menos repetirlos.
Fíjense si es así, que el equipo antillano jamás se dio por vencido. Dos veces descontó la desventaja para, incluso, después tomar ventaja, pese a los continuos deslices, pero los del noveno ya agotaron el forzoso ir y venir contra reglas del béisbol que no están escritas, pero cuando no se cumplen pasan factura: si no anotas la carrera potencial, te la anotan; todo lo que entregas es aprovechado por el adversario, o lo que es lo mismo, el out simplemente tiene que ser out, porque no lo recuperas.
Ni siquiera fue suficiente la respuesta inmediata en un quinto capítulo en el cual el timonel maniobró con exactitud milimétrica cada cambio, arriesgando en la mitad del choque con la salida de tres de sus titulares, confiado en la preparación de toda su tropa, y no lo defraudaron.
Y el valor de esa cuenta es tan alto, que no alcanza para sacarles el máximo a las limitaciones del contrario, que en este caso llegó sin su mejor pitcheo, perdiendo a tres regulares, entre ellos su tercer y quinto bates.
Imposible aspirar a la victoria de esa manera. Pero no debemos emprenderla contra nadie, este colectivo derrochó unidad, en el triunfo, no se mencionaba a uno, todos hablaban de 28 héroes, ahora no es justo señalar villanos. La manera en que se entregaron, cómo respondieron ante cada desventaja, la forma en que fueron dirigidos, no llevan la mirada inquisidora.
Fue impresionante ver al gigante José D. Abréu con la voz tomada, sin poder articular palabras y los ojos inyectados, a Tomás con una impotencia que solo su rostro de 23 años podía reflejar, a José Miguel inconsolable, a Norberto González sin encontrar una razón que le sustentara cómo a solo cuatro outs del partido se escapó un triunfo, muchas veces logrado. También nosotros los periodistas, porque todos fuimos y somos un equipo, con un nudo en la garganta que el propio mentor lo desató con un abrazo y la expresión de “lo siento”.
Duele, porque nos corre la pelota por las venas de nuestra propia identidad nacional, porque se mostró lo acertado de la preparación, tanto que despidiéndose sin llegar a la final, lo hizo siendo el elenco más bateador, más jonronero y tercero en pitcheo. Y duele, porque el potencial daba para mucho más. Así son las emociones del deporte, lo que no se hubieran perdonado ellos, los peloteros, era no combatir, como lo hizo el propio Yulieski, que cada vez que erró salió a dar el batazo; o Tomás, que en dos strikes sacó el jit impulsor de dos carreras; o Abréu, quien había bateado para doble play tres veces en el juego anterior frente al mismo rival y hoy le empalmó el primer empate con largo cuadrangular por el centro; o el gesto de Vladimir García, al pedirle la pelota al director para hacerse cargo de la trascendental misión.
Víctor Mesa nos dijo que era un día triste para Cuba, y claro que lo es, como es también digna su propia expresión de la responsabilidad y la vergüenza de nuestros peloteros con su pueblo.
Es duro decirlo así tajantemente, y más aún cuando el que sabe de pelota —la afición nuestra es exigente, conocedora como pocas de este deporte— pudo observar durante casi cuatro horas de partido que el mentor cubano dirigió un béisbol de altos quilates. Me atrevería a decir que nunca lo he visto tan inmenso.
De las victorias se escribe fácil, complejo es hacerlo en estos trances, pero el trabajo hay que realizarlo. No nos perdonarían la dirección de este conjunto, los propios peloteros y, sobre todo, el pueblo, al que esta escuadra se entregó con todas sus fuerzas, el dejar de analizar el suceso noticioso, pese a lo expresado por Víctor Mesa, director de la selección nacional. Holanda volvió a derrotar a Cuba, por quinta ocasión consecutiva, y la dejó fuera del III Clásico Mundial de Béisbol.
Cuarto, séptimo y noveno episodios desangraron un triunfo deseado, que escapó como agua entre los dedos.
En la cuarta entrada: después de un out y hombre en segunda (llegó por boleto y avanzó con roletazo a tercera), viene la conexión por el campo corto, sobre la cual ni hubo out (hubiera sido el segundo) en primera ni en tercera, tras el corrido suicida del adversario. Un elevado de sacrificio, que debió ser el tercero y escón, remolcó la tercera de los tulipanes, que pusieron al corredor que no fue out en la intermedia por robo de base. Este sale a estafar la antesala e increíblemente pasa por delante del defensor, porque no entró a cubrir; se escapa el tiro y anota la segunda sin pegar jit, en un inning para cero carrera. Lastre con el cual se cargaría hasta el desenlace final.
En el séptimo: hombres en primera y segunda, con el mejor bateador del desafío en home, Yulieski Gourriel. Acertada la estrategia de sacrificio para adelantar a los corredores, con Fernández, Cepeda y Abréu en turno, mas el espirituano no discriminó un lanzamiento alto y pegado, para frustrar la intención, y salió el inofensivo palomón al lanzador que mató el posible racimo. En el noveno a la ofensiva: Yulieski se reafirma como el más destacado al bate y abre con jit, agresivo roba segunda para poner la ventaja en posición anotadora y José M. Fernández da el jit clásico para anotar: al izquierdo, abierto para un fildeador zurdo que ya da por hecha la carrera y hace un giro para tirar a segunda, cuando ve que el corredor, inexplicablemente, ni siquiera ha llegado a tercera. Resultado, cero en esa potencial oportunidad.
Noveno a la defensa: después de un out, dominado el peligroso Andrew Jones en inofensivo lance a tercera, pero falla Yulieski y queda con vida en primera, lo que era el segundo out. Dos jits consecutivos llenan las bases y un elevado al central que debió ser el tercer out deja a Cuba fuera del Clásico Mundial.
El béisbol parece fácil desde fuera del terreno, dentro es tan complejo pues lo que se dice tan rápido cuesta mucho creerlo.
Se está jugando a un altísimo nivel y este certamen se ha convertido en la meca de la exigencia. Aquí la calidad no solo hay que tenerla, sino mostrarla siempre, en todo momento, pues cuando se falla, no hay manera de restaurar el desliz. Cuando enfrentas a profesionales de esta disciplina, no caben los errores, y mucho menos repetirlos.
Fíjense si es así, que el equipo antillano jamás se dio por vencido. Dos veces descontó la desventaja para, incluso, después tomar ventaja, pese a los continuos deslices, pero los del noveno ya agotaron el forzoso ir y venir contra reglas del béisbol que no están escritas, pero cuando no se cumplen pasan factura: si no anotas la carrera potencial, te la anotan; todo lo que entregas es aprovechado por el adversario, o lo que es lo mismo, el out simplemente tiene que ser out, porque no lo recuperas.
Ni siquiera fue suficiente la respuesta inmediata en un quinto capítulo en el cual el timonel maniobró con exactitud milimétrica cada cambio, arriesgando en la mitad del choque con la salida de tres de sus titulares, confiado en la preparación de toda su tropa, y no lo defraudaron.
Y el valor de esa cuenta es tan alto, que no alcanza para sacarles el máximo a las limitaciones del contrario, que en este caso llegó sin su mejor pitcheo, perdiendo a tres regulares, entre ellos su tercer y quinto bates.
Imposible aspirar a la victoria de esa manera. Pero no debemos emprenderla contra nadie, este colectivo derrochó unidad, en el triunfo, no se mencionaba a uno, todos hablaban de 28 héroes, ahora no es justo señalar villanos. La manera en que se entregaron, cómo respondieron ante cada desventaja, la forma en que fueron dirigidos, no llevan la mirada inquisidora.
Fue impresionante ver al gigante José D. Abréu con la voz tomada, sin poder articular palabras y los ojos inyectados, a Tomás con una impotencia que solo su rostro de 23 años podía reflejar, a José Miguel inconsolable, a Norberto González sin encontrar una razón que le sustentara cómo a solo cuatro outs del partido se escapó un triunfo, muchas veces logrado. También nosotros los periodistas, porque todos fuimos y somos un equipo, con un nudo en la garganta que el propio mentor lo desató con un abrazo y la expresión de “lo siento”.
Duele, porque nos corre la pelota por las venas de nuestra propia identidad nacional, porque se mostró lo acertado de la preparación, tanto que despidiéndose sin llegar a la final, lo hizo siendo el elenco más bateador, más jonronero y tercero en pitcheo. Y duele, porque el potencial daba para mucho más. Así son las emociones del deporte, lo que no se hubieran perdonado ellos, los peloteros, era no combatir, como lo hizo el propio Yulieski, que cada vez que erró salió a dar el batazo; o Tomás, que en dos strikes sacó el jit impulsor de dos carreras; o Abréu, quien había bateado para doble play tres veces en el juego anterior frente al mismo rival y hoy le empalmó el primer empate con largo cuadrangular por el centro; o el gesto de Vladimir García, al pedirle la pelota al director para hacerse cargo de la trascendental misión.
Víctor Mesa nos dijo que era un día triste para Cuba, y claro que lo es, como es también digna su propia expresión de la responsabilidad y la vergüenza de nuestros peloteros con su pueblo.